La campaña madrileña ha dado un vuelco tras el debate en la cadena Ser. La negativa de Rocío Monasterio a condenar de forma explícita las amenazas de muerte a Pablo Iglesias, Fernando Grande Marlaska y María Gámez derivó en la espantada de una izquierda que ... ha conseguido marcar el ritmo de la campaña electoral. Si hace dos semanas hablábamos de la filia de Isabel Díaz Ayuso por las cañas libertarias 'afterwork', ahora estamos en un nuevo marco en el que los principios democráticos están supuestamente amenazados por una extrema derecha desatada.

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Es la radicalidad adoptada por la candidata del PP la que ha catapultado hacia posiciones aún más extremistas a Vox. Por mucho que Ayuso, junto a su asesor Miguel Ángel Rodríguez, analice que para neutralizar a la ultraderecha debe asimilarse a ella, deberían reflexionar sobre qué tipo de contribución quieren hacer a la historia democrática española. Convendría preguntarse si dar cobertura a discursos abiertamente machistas, racistas y violentos debe formar parte del juego democrático. Asusta ver la facilidad con la que los populares permiten que los mensajes de la extrema derecha se expandan por su espacio sociológico.

Sin embargo, más allá de la moralidad que pueda encontrar cada uno en esta estrategia, la realidad es que en Madrid está funcionando en términos electorales. Todas las encuestas indican que Ayuso, tras devorar a Ciudadanos, conseguirá contener la hemorragia hacia la extrema derecha. Queda por ver cuál es la traducción electoral del discurso duro de Vox, y si a la izquierda le vuelve a bastar con alentar el miedo hacia la ultraderecha.

Si parecía que el bloque izquierdista no tenía ninguna posibilidad compitiendo en el marco de la 'libertad' contra el PP, las amenazas hacia políticos de izquierdas de estos últimos días abren la puerta a un escenario incierto. Sin embargo, y por mucho que Pablo Iglesias exclame en cada mitin aquello de «parar balas con votos», la escalada ultra de la derecha no parará por mucho que la izquierda gane las elecciones. Sin que nadie tenga la clave -ni en la política española, la europea o la mundial-, para combatir a la extrema derecha, parece que en España urge desde hace tiempo un mayor compromiso democrático, tanto en la clase política como en la sociedad civil.

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La izquierda española también debe cuestionarse si su proyecto político va más allá del mantra de 'parar a la extrema derecha'. Es más fácil bramar contra Santiago Abascal en cada aparición pública que trabajar por revertir la vulneración de derechos derivada de la crisis económica de 2008. El primero de los casos solo pide ocurrencia discursiva y el segundo, contundencia y valentía política. Caixabank está planteando el mayor ERE de la historia de la banca española, pero para los líderes de izquierdas es más cómodo dibujarse como gladiadores antifascistas que combaten al malvado villano derechista.

Por mucho que la pandemia nos haya recordado que la sociedad sigue existiendo, a la izquierda le sigue pesando el haberse echado a los brazos del individualismo y la instantaneidad durante la década pasada; haber primado el Twitter sobre unos sindicatos que quedaron desacreditados. De hecho, es el PP madrileño el que mejor ha sabido entender esta crisis ideológica. Con la mayoría de la población abonada a la rapidez y la cultura de 'vivir el momento', la libertad se convierte en el ansia por disfrutar de una cerveza a las diez de la noche. Es tan absurdo creer que 'libertad' significa la ausencia de medidas durante una emergencia sanitaria como pensar que si gana la izquierda el 4 de mayo desaparecerá la amenaza de la extrema derecha.

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Es en este marco en el que la izquierda madrileña ha asumido que una participación alta en los barrios populares supondría una victoria del bloque progresista. Sin embargo, el trabajo cultural del PP en la Comunidad de Madrid y la promesa del beneficio (o no perjuicio) de una victoria de Ayuso para unos barrios populares que viven en un atosigamiento constante -y a los que la izquierda solo recurre en campaña electoral- hacen que ese objetivo sea difícil de imaginar. Y más cuando las escasas victorias del progresismo madrileño se han dado con una participación inferior al 70%.

Poca duda hay de que el resultado electoral en Madrid supondrá un terremoto en la política española. Es el gran examen para comprobar la eficacia de una izquierda que, tras año y medio gobernando en coalición, ha acudido coordinada a las elecciones. En una noche en la que Pablo Casado perderá pase lo que pase, veremos si la estrategia de polarización y mimetización de Ayuso sirve para aglutinar todo el voto derechista. Porque, al ser la candidata del PP mejor percibida que Monasterio por sus propios votantes, lo que no podremos observar en estos comicios es la proyección real de la estrategia 'dura' de Vox.

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