![¿Macron versus Le Pen de nuevo en 2022?](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202106/03/media/cortadas/angulo03-kZ0D-U140576872286mPG-1248x770@El%20Correo.jpg)
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La política hace algún tiempo que dejó de ser predecible y previsible. Menos en Francia. A un año de las elecciones presidenciales todo apunta a que en la segunda vuelta volverán a encontrarse los mismos candidatos que en 2017, algo que no ocurría desde 1974 ... y 1981 con Valéry Giscard d'Estaing y François Mitterrand. El 'râler' (quejarse) de los franceses, aplicado a las urnas, significa votar siempre contra el Gobierno en elecciones europeas o en primera vuelta de presidenciales, dejando en ocasiones 'averías' electorales protagonizadas por la familia Le Pen como en 2002 y 2017. No descartemos ahora otro susto lepenista donde esta vez ver a Marine Le Pen en el Palacio del Elíseo puede pasar de lo improbable a lo posible.
La pesadilla lepenista vuelve de nuevo espoleada por encuestas recientes que reflejan un gap generacional en Francia: su partido es el favorito de los jóvenes entre 17 y 34 años. Empezó siendo la opción de los obreros que votaban a la izquierda más acentuada, pero que fueron seducidos por un discurso que parecía tener siempre respuestas fáciles a cuestiones complejas, como las crisis que afectaron a la industria y la minería en el Hexágono. Luego estaba lo de las 'banlieues' de París, Marsella, Lyon o Burdeos, donde los franceses 'de sauche', los patanegra, te dicen que votar al antiguo Front National es el único consuelo que les queda cuando constatan que ni servicios sociales ni policía pueden con los guetos magrebíes.
El partido-empresa familiar de los Le Pen entró en el mapa político en 1974 como parte del Estado-espectáculo que formaban candidaturas como la del humorista Coluche o las de clásicos de la extrema izquierda como Arlette Laguiller o Alain Krivine. En las elecciones europeas de 1984 llegó al Parlamento Europeo y los medios de comunicación para quedarse a vivir como el partido ultraderechista de referencia en el continente. El éxito del lepenismo es la habilidad francesa en la creación de relatos e imágenes de marca exitosas que superan a la realidad. La marca Le Pen es un buen ejemplo. Sumemos a eso un discurso demagogo muy eficaz gestionando el enfado ciudadano y removiendo las emociones de una parte importante de los franceses que se protege de sus miedos con esa mezcla tan típica del país vecino de orgullo nacional y conservadurismo.
Hay dos factores más que ayudan a seguir creciendo en las urnas. Primero, la ausencia de gestión en instituciones, más allá de algunos ayuntamientos en los que los alcaldes frentistas suelen terminar en otros partidos o inhabilitados por sus malas prácticas. Son 'los laboratorios del odio' que tan bien describe Hacène Belmessous en su libro. Y segundo, el 'restyling' iniciado en 2018 con el paso de Front (frente) a Rassemblement (reagrupamiento) National, en un proceso similar al que en 1994 lideró en Italia Gianfranco Fini, pasando del neofascista Movimiento Social Italiano a la conservadora Alianza Nacional. Rassemblement o Union son casi siempre la primera palabra de los nombres de los partidos históricos de la derecha civilizada. Con ello hay un descarado intento por abducir a su electorado.
El cambio de denominación ha traído consigo un profundo cambio en el libro de estilo y las reivindicaciones frentistas en las que ya no se habla de Frexit, salida del euro o abandono del Espacio Schengen. El modelo Le Pen tiene éxito porque ha conseguido normalizarse, ha conseguido la desdiabolización y ya no sirve la estigmatización de un partido que ha llegado a tener más de 10 millones de votos. Pero no hay mal que cien años dure: una lideresa abonada al síndrome de eterna segunda o tercera, como el difunto Raymond Poulidor en el Tour, desde una formación con un hiperliderazgo recurrente, siempre con el mismo apellido, no puede tener mucho recorrido.
Con unas elecciones que parecen ser cosa de Marine Le Pen y otro, el otro solo puede ser Emmanuel Macron. El presidente francés quiere romper con su reelección el maleficio del quinquenio que no pudieron superar sus antecesores Nicolas Sarkozy y François Hollande. La cuestión es cómo. Macron mira a la izquierda los días pares con guiños como el homenaje a Mitterrand en el 25 aniversario de su muerte, y a la derecha los días impares con una normativa implacable contra el terrorismo yihadista. La crisis de los 'chalecos amarillos', primero, y la del coronavirus después han dejado a la ciudadanía en un estado de apatía con el que el Gobierno de Macron quiere terminar relanzando Francia.
Quizá sea el momento de recuperar como Charles de Gaulle «une certaine idée de la France», aunque sin una profunda transformación de la V República. Primero con un plan de recuperación económica y nuevos proyectos y reformas tras el verano, para evitar un otoño del descontento. Y segundo, con los ojos puestos en un nuevo liderazgo en la presidencia semestral francesa de la Unión Europea en 2022. Sin Angela Merkel y sin británicos, es el momento de un nuevo comienzo para una Francia europea y una Europa francesa.
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