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La impulsiva -porque no se puede calificar de otro modo- reacción de Pablo Iglesias de presentarse a las próximas elecciones autonómicas de Madrid a disputarle el puesto directamente a la actual presidenta y candidata del PP, Isabel Díaz Ayuso, ha convulsionado el panorama político nacional ... hasta unos extremos impensables hace una semana, cuando todo se puso patas arriba en la Región de Murcia. Quién nos iba a decir el derrotero que iban a tomar los acontecimientos, llegando al punto de lo que estamos viendo ahora: una decisión de largo alcance con implicaciones múltiples que intentaremos esbozar de urgencia.
Para empezar, estamos ante un caso práctico de comunicación política en el que da la sensación de que Pablo Iglesias está yendo al ritmo que le marcan otros. El primer eslogan de Isabel Díaz Ayuso, el de «socialismo o libertad», removió a toda la izquierda, incluidos los socialdemócratas que todavía añoran a Felipe y Guerra. Así se explica el torpe eslogan de «ultraderecha o libertad» con que han respondido desde el Gobierno. Pero una de las claves del paso dado por Pablo Iglesias ha sido precisamente querer capitalizar para sí ese sentimiento de toda la izquierda. Ayuso, tras conocer que Iglesias opta a presidir la Comunidad de Madrid, ha sustituido el primer eslogan por el de «comunismo o libertad» poniendo todo el foco en el líder de Unidas Podemos.
Pablo Iglesias, con el paso sorpresivo que ha dado, demuestra, además, que no hacía nada en el Gobierno, en todos los sentidos del 'no hacer nada'. Y que le va la marcha, por supuesto, eso ya lo sabíamos. Lo suyo es la política de barricada, de cartelada, de manifestación, de puño en alto mientras se muerde el labio inferior, de lágrimas de emoción. Todo como muy a flor de piel, mostrando una autenticidad que pretende convertir a los demás en meros figurantes. Va siempre de protagonista de la obra, desde que se levanta hasta que se acuesta, independientemente de cuál sea la obra o cuál su verdadero papel en ella.
Está claro que con su decisión se la juega, a nivel personal y político, porque para él lo personal y lo político es la misma cosa. Observen que no se ha puesto a Irene Montero en el lugar de la disputa contra Ayuso, que quizás habría sido lo lógico, teniendo en cuenta los escalafones de ambas. Se ha puesto él. Y el hecho de que se vaya a enfrentar a una mujer añade al asunto un componente de género nada despreciable. Y ahí lo dejo.
Otra derivada, en clave interna, es la de reactivar su propio partido y el escenario de Madrid es perfecto. Cuando la reciente traca autonómica ha puesto a PP, Ciudadanos y PSOE como únicos actores, la reacción de Iglesias coloca a Unidas Podemos en el centro mismo de la tormenta. De Madrid al cielo, pensará el muy madrileño Pablo Iglesias. Pero como pierda habrá perdido disputando una candidatura autonómica, no una nacional, lo que todavía será más sangrante para él. Pero él confía en que habrá mucha gente que le apoye simplemente por su teatralidad, por su súbito cambio de guión, por convertir la política en una refriega de héroes y villanos.
Transformar el escenario autonómico en escenario nacional es algo que solo puede hacerse en Madrid. Lo que de paso sube varios peldaños la importancia política de esta comunidad. Algo que ya se sabía en la práctica política, pero que ahora queda como institucionalizado.
Y efectos colaterales de la decisión de Pablo Iglesias. El primero, que Ángel Gabilondo se desdibuja más todavía como candidato de la izquierda. Queda totalmente tapado ahora. Antes de esto, se le consideraba un candidato acorde con el espíritu del socialismo de siempre, pero Gabilondo está ahí, entre otras cosas, porque nunca ha dicho nada que haya podido molestar ni de refilón las actuales políticas de pactos de Pedro Sánchez con separatistas y antisistemas. El otro efecto colateral es situar a Isabel Díaz Ayuso, de ganar, a un tris de desplazar a Pablo Casado de la presidencia del PP. En imagen ya lo ha desplazado por el simple efecto de ver a Iglesias disputando con ella.
Con esta decisión de Pablo Iglesias hemos entrado en España en una nueva fase de la política. Es la política compulsiva, donde primeros espadas de ámbito nacional se ponen a disputar comunidades autónomas. Es la política hiperideologizada, donde la ideología cuenta más que la propia gestión. Todo un cambio de paradigma, como el que hemos visto con las guerras del siglo XX: ahora ya no son de grandes ejércitos en campo abierto, son de pequeñas batallas en puntos neurálgicos, donde cobran toda su importancia la logística y la flexibilidad. Y Pablo Iglesias es un consumidor nato de series, tipo 'Juego de Tronos', dato muy importante que explica mucho de lo que está ocurriendo aquí.
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