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Ahora descubro, tras numerosos lustros, que mi escasa afición a las matemáticas no procede de la docencia que padecí en mi selectivo Bachillerato de dos reválidas y un preuniversitario riguroso. Se debe a que nunca 'me la supieron' relacionar con la inteligencia emocional.
Con la ... reforma sanchista, esa deducción estrambótica que concluye decisivos los correctivos emocionales a diestro y siniestro, deduzco que lo que aprendí en cuestión de números era irrelevante. Sin embargo, hete aquí que de ese aprendizaje matemático, la regla de 3 ha sido un utillaje esencial en mi vida, porque me ha servido hasta para sopesar operaciones poco inteligibles en banca, para calcular lo que la hipoteca me iba a reportar y hasta para adelantarme a la cajera del súper, antes de que me diga el valor total de la compra. Eso sí, nunca puedo superar la prueba de cálculo compitiendo con el concursante de 'Saber y ganar'... No digamos cuando los fundamentos originarios de la cultura grecolatina me permiten deducir la etimología de una palabra, datar un documento o leer la inscripción de un cantero en una iglesia románica.
Estamos en un momento histórico en el que la desolación se apodera de quienes peinamos canas cuando leemos párrafos de esa reforma que nos coloca en la deba-cle, al valorarla. No todo es malo, pero tampoco impide que recuerde cómo hace años fue satirizada la reforma educativa francesa, empleando precisamente un problema de matemáticas aplicado a sucesivas generaciones de estudiantes galos, desde la década de los 70 y hasta 2000 . Cada decenio que avanzaba, el alumno lo tenía más fácil para resolver el planteamiento. Al final, la metáfora subrayaba el regalo gratuito al alumno, pues con la ley del mínimo esfuerzo pasaba materia incluso suspendiendo reiteradamente; pero eso sí, alcanzaba el estatus de ciudadano tutelado, aunque estulto y fácilmente domesticable.
Este esfuerzo por hacer borrón y cuenta nueva, eliminando la discrepancia frente a la ley Wert -a la que también habría que señalar bastantes errores- mediante un doctrinarismo supuestamente progresista comete deslices imperdonables. ¿Burócratas equivocados? No. Políticos empecinados en desmontar lo que no compatibiliza con su ideario, y corifeos malintencionados.
Que la política genera resultados impredecibles, la historia lo demuestra con creces. Que el sueño de la razón ha creado monstruos -por emplear la expresión de Goya- y monstruos sin conciencia, también. Que nos jugamos el futuro y no solo una revisión ecológica de tiesto de balcón, por supuesto.
En fin, como escuché en Cádiz hace poco: «Los de Conil, ni torero ni albañil, abogado… sí». Aquí cada cual se siente superior y convierte causas en problemas, casi siempre relacionados con la cuestión de género. ¡Que empacho! Quiero i+d+i, y también planes sensatos basados en la experiencia de calidad que otros ya han conseguido. Nos estamos acostumbrando a ver como se exhibe, sin recato ni lógica, un relativismo depredador. Las respuestas de la gente común se escoran desconcertadas. Y por supuesto, si la crítica viene de los obispos, anatema civil. Si lo dice la Concapa, vade retro; si lo dice la Ceapa, ya es otra cosa. Flaco favor para quienes tengan que afrontar un trabajo basado en un conocimiento científico bien cimentado para insertarse en un mundo global tan complejo.
El modelo irrespetuoso que niega toda convención se ha ido adueñando de generaciones que caminan hacia la mediocridad. Pisa señala retrasos, pero a la vez sirve de felpudo. A mi parecer el desorden se percibe hasta en el esquema introductorio de la Lomloe. Aunque se señalan interesantes fines, alguno es de dudosa eficacia. Ojalá esté equivocada, pero considero que un alumno en edades que la ley señala no es capaz por sí mismo de «regular» su propio aprendizaje. Lo cual no significa que yo niegue su capacidad para asumir metas y conocimientos. Al contrario. De otra parte, se rechazan los estándares de aprendizaje evaluables. Que se lo digan al fontanero en su trabajo, al informático, al cirujano o al propio profesor. Es más, ¡que se lo digan al político de turno! Pero es igual, las pruebas finales de Primaria y Bachillerato, fuera.
¿Alguien puede creer que el colchoncito ofrecido a quien abandona estudios va a paliar ese abandono? El alto índice se debe a factores múltiples, y muchos son exógenos al propio sistema educativo. Se enraízan con la sociedad que estamos moldeando. Lo que debiera corregirse -aunque sea tarea ardua- es la imagen complaciente que muchos jóvenes idealizan, dejándose llevar por estilos de vida banales y nada creativos. Luego viene la frustración, cuando no la deriva hacia resultados más luctuosos.
Y finalmente, ¿funcionará realmente la unidad nueva de coordinación con las comunidades autónomas? En este punto recurro al escéptico por excelencia, Noam Chomsky: «No des por sentadas tus suposiciones».
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