Soy más frágil de lo que creía. Qué impotencia la nuestra. «Hoy pueden dormir en su casa sin problema, pero mañana tienen que recoger sus enseres importantes, ya que pasado mañana la lava se va a comer su casa, lo siento, no hay nada que ... podamos hacer para remediarlo», decían los cuerpos de seguridad a esa familia. Ni siquiera la potente maquinaria de todo un Estado es capaz de parar el lento avance de una relativamente pequeña lengua de tierra en la isla de La Palma.

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Creo que nuestro endiosamiento frente al dominio de la naturaleza nos ha hecho perder perspectiva. Creíamos dominarla y parece que no es tan así. Llegamos a escuchar cosas como que la naturaleza esta al servicio del ser humano. Qué prepotencia la nuestra. Somos capaces de volar, de conquistar el agua y de caminar sobre ella (con naves y puentes), somos incluso capaces de conquistar otros planetas, pero cuando la naturaleza se despierta nos recuerda que no somos nada frente a ella. Que estamos a su libre albedrío. Que por muy desarrollados que nos consideremos está muy por encima de nosotros. La erupción del volcán de La Palma me está dejando al menos tres enseñanzas en este sentido.

La primera, que, en términos absolutos, somos menos inteligentes de lo creíamos. Somos capaces de crear máquinas que aprenden solas, también de crear materiales casi indestructibles o viajar físicamente a velocidades que creemos asombrosas. Pero, si lo pensamos bien, hablamos de velocidades ridículas frente a la que viaja la luz. Hablamos de impresionantes materiales hiperresistentes que realmente resultan ridículos parar el avance de una lenta lengua de lava. No somos capaces de crear ni un mosquito frente a todo lo que es capaz de crear la naturaleza. En definitiva, no somos nada frente a su poder. Cuando Arquímedes dijo «dadme un punto de apoyo y moveré el mundo», como metáfora fue muy ilustrativa, pero como realidad creo que se vino demasiado arriba.

Una segunda enseñanza que me llevo es que somos menos importantes de lo que pensábamos. El individuo está al servicio del sistema (planetario y cósmico en este caso), y no al revés. Esto me ha enseñado la necesidad de una mayor humildad. No se trata de obsesionarme con cómo me gustaría que fuesen las cosas, sino de entender cómo son en realidad. Lo que es malo para mí o mi tribu (por ejemplo, la destrucción de más de mil viviendas y cientos de hectáreas) no necesariamente es malo para el conjunto de la naturaleza.

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La evolución no está al servicio de una especie, sino de la naturaleza en su conjunto. Aunque produce dolor en el camino, el conjunto del sistema evoluciona y se hace más fuerte cuando hay fuerzas que la estresan. Cuando intentamos acabar con un virus o bacteria, la que sobrevive se hace más fuerte. Ningún imperio humano ha sido eterno. La Humanidad siempre evolucionó hacia nuevos imperios más acordes a nuevos contextos. El contexto de la naturaleza es mucho más amplio e influye más de lo que suelen pensar el individuo y su tribu. Cuando Copérnico demostró que la Tierra giraba alrededor del Sol y no viceversa, de alguna manera ya rompió este paradigma, pero se quedó corto. Nuestro Sistema Solar, a su vez, gira alrededor de la galaxia (cada 225 millones de años), la que a su vez también gira. Estamos lejos de ser el centro de la naturaleza.

Y la tercera de las reflexiones, no por ser más dura creo que es menos cierta. El dolor, la muerte y la descomposición son necesarias para la evolución. Dicho de manera más suave, 'renovarse o morir'. Cuando el núcleo de la Tierra tiene excesivo calor, las rocas exteriores se funden y crean el magma. Esa imperfección escapa en forma de lava. La naturaleza entiende que es imperfecta, salvando las distancias, del mismo modo que lo hace nuestro organismo, la corteza emite su pus en forma de lava. La evolución significa adaptación, mejora. Y esa mejora implica casi siempre, dolor por el camino. Darwin lo demostró con las especies animales afirmando que sólo sobrevive la que mejor se adapta al medio (Lovelock fue incluso más allá con la hipótesis de Gaia: la Tierra regula su propia vida a través de los organismos más pequeños).

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En definitiva, la lava me ha enseñado por un lado, a ver la vida con un mayor gran angular y humildad. A abrir mi visión sobre la vida, a darme cuenta de una paradoja. Lo importante que por un lado puedo ser para mis seres queridos -lo cual da sentido a mi vida- pero por otro, lo insignificante que soy en términos absolutos. El volcán de La Palma me ha enseñado también que solo con dolor y esfuerzo voy a lograr evolucionar. Que el dolor y el esfuerzo por adaptarme pueden ser grandes maestros para evolucionar y no morir. Mi sudor y heridas del hoy parece que pueden evitar mi sangre y llanto del mañana.

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