!['Caso Larrion': apuntes para un relato policiaco](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202103/24/media/cortadas/ortiz24-kGdB-U1309240771492dG-1248x770@El%20Correo.jpg)
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Por extraño que resulte, este artículo no va de la pandemia ni de las dudas que suscita AstraZeneca ni de los problemas psicológicos derivados de la incertidumbre y el miedo ni tampoco del transfuguismo de Ciudadanos. Quiere ser, tal vez como juego, como divertimento ante ... tan oscuro y deprimente panorama, un análisis comparativo entre lo que ya se conoce como 'caso Larrion' y la trama de un relato policiaco. Los delitos mayores o menores cometidos por políticos no son novedad y, aunque la población los va normalizando como las cifras diarias de contagios, este caso ha suscitado el asombro popular por cuanto tiene de rocambolesco y de cercano. Salvando las distancias -aquí no hay asesino ni nada que se acerque siquiera de refilón a los pérfidos criminales literarios-, y redefiniendo algunos términos, no es difícil imaginar a Miren Larrion como la protagonista de uno de esos 'thrillers' de Patricia Highsmith, Simenon, Vázquez Montalbán, Raymond Chandler -mi preferido- o Agatha Christie, emperatriz del género, la autora más traducida y leída de todos los tiempos.
Muchos son los escritores que piensan que de un titular de prensa puede salir una novela policiaca. Esta podía ser la sinopsis de la historia que nos ocupa: «La concejala, portavoz y líder de EH Bildu en Vitoria, Miren Larrion, abre una cuenta corriente suplantando la identidad de una compañera de partido». De entrada, no faltan los dos ingredientes básicos e irrenunciables de un 'thriller': un misterio incomprensible que debe ser esclarecido y la investigación pertinente que lo desenmarañará. Aparece, asimismo, el elenco de personajes característicos: el agresor -la propia concejala-, la víctima -su compañera de partido-, el detective -en este caso, el Grupo 6 de la Ertzaintza- y ciertos secundarios -la empleada del banco- funcionando como elementos imprescindibles para que la novela se sostenga, avance firme paso a paso a lo largo de las páginas y termine en una sorpresa final.
¿Por qué me viene a la cabeza 'Diez negritos'? ¿Por ser una de las mejores novelas de Agatha Christie y sin duda la más vendida? ¿O porque la acabo de releer recientemente? Porque, en principio, nada tiene que ver su trama con el 'caso Larrion' y, sin embargo, a poco que se analice, se encuentra en ambas propuestas una relación de equivalencia. La primera semejanza está en el planeamiento minucioso de la trama. En 'Diez negritos', alguien, no se sabe quién, reúne a diez personas en una isla desierta de la costa británica para darles muerte uno a uno siguiendo el ritual que marca una canción popular. Dice su autora que es el argumento de arquitectura narrativa más compleja y el que más le costó organizar. A mí me parece sencillamente impecable. Nuestra protagonista también planifica los hechos: sustrae la documentación de su compañera para crear un correo electrónico, dar de alta una línea de teléfono, abrir una cuenta bancaria y contratar un apartado de correos, todo a nombre de la víctima. Entre tanto va transformando su aspecto para parecerse a ella: cabello más rizado, gafas de pasta.
En las novelas policiacas el malhechor actúa por una razón justificada -al menos para él- y trata de no dejar ninguna prueba que lo delate. Suele poseer una inteligencia privilegiada y hace alarde de la sangre fría de un forense. Al juez Wargrave, el asesino de 'Diez negritos', lo mueve un afán justiciero, saldar cuentas con nueve criminales que la justicia ordinaria en su día no pudo castigar. Es tan sagaz que incluso proyecta y finge su propia muerte -como sexto 'negrito'- para eludir las sospechas de los que quedan y poder trabajar sin cortapisas. Aparentemente también la exconcejala de Bildu está dotada de inteligencia y cultura e, ideologías aparte, su simpatía y un aura de sintonía positiva la habían acercado al ciudadano.
Pero siempre existe el fallo que lleva al asesino a las fauces del patíbulo. En 'Diez negritos', un lector escéptico no podrá admitir que la muerte fingida del juez engañe a los 'negritos' que aún quedan con vida. Es algo pueril; y, como la autora pasa esta menudencia argumental por alto, para Scotland Yard, el caso seguirá siendo un misterio.
Miren Larrion cometió errores. Defectos de principiante, quizás porque, como verdadera principiante, no dominaba las reglas del juego.
¿Y el desenlace? Sería perfecto que la protagonista nos regalara un final de fiesta como el del juez Wargrave que, como tantos asesinos, quiere presumir de talento y confesando la astucia de su método ambiciona cubrirse de gloria, vivir su momento estelar. Pero no me imagino a Larrion imitando esa táctica narcisista. Tendremos que esperar a la resolución del caso para entenderlo en su totalidad. O acaso nunca lo consigamos.
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