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El estudio de las pasiones o emociones humanas es un tema clásico y muy controvertido en la historia del pensamiento filosófico occidental. Sin embargo, en ... la diversidad de planteamientos, la nota dominante es la de considerarlas negativamente, como algo a controlar o reprimir para que prevalezca la razón. Una razón considerada no solo como el principal instrumento para conocer, sino también como la instancia que regula las acciones moralmente correctas frente a los desvaríos e interferencias de las emociones que distorsionan, enturbian y perturban la capacidad de pensar con claridad.
A lo largo de los siglos el dualismo emoción/razón ha sido una constante. Hay excepciones como las de Aristóteles -recuperado y actualizado por Marta Nussbaum- o Spinoza, pero hasta muy entrada la segunda mitad del siglo XX no se ha dejado de tener una visión negativa de las emociones y de pensarlas como inherentemente corporales, involuntarias e irracionales, prevaleciendo el mito del sujeto racional de origen cartesiano, al cual Kant convertiría en el paradigma del sujeto liberal, entendido como un individuo maximizador racional de sus preferencias.
De la misma forma que desde la filosofía Spinoza rompió con la dicotomía vigente entre cuerpo y alma (mente), desde la neurociencia las investigaciones de Antonio Damasio han permitido superar la pretendida frontera entre emoción y razón, acabando con el tópico de que para tomar las decisiones adecuadas hay que dejar las emociones a un lado. En 'El error Descartes', frente a la distinción dualista entre mente y «cuerpo no pensante» del «pienso, luego existo» del filósofo francés, que ha hecho escuela, Damasio defiende un monismo en el que el cuerpo propiamente dicho y el cerebro forman un organismo integrado. Sus investigaciones no han hecho sino corroborar que no hay razón sin emoción y que la mejor decisión racional es aquella que está modulada -en un proceso de ida y vuelta- por la emoción.
En el ámbito de la teoría política contemporánea, la dicotomía entre razón y pasión ha generado una narrativa hegemónica de la política que sitúa su dimensión positiva del lado de la razón y elabora las diferentes dimensiones de la emoción como su antítesis negativa. En este dualismo, las pasiones o emociones constituyen siempre el problema y la razón se presenta como la única solución. Las emociones o pasiones, desde hace varios siglos, se han relegado al ámbito privado de los individuos, fuera de la esfera pública, que solo admitía ciertas emociones correctas como las 'calm passions', las pasiones amables del 'doux commerce' (afán de lucro, la codicia) enmascaradas con el eufemismo de «intereses racionales» (Albert O. Hirschman), que ha consolidado un modelo basado en el 'homo economicus' y en las teorías de la elección racional.
A pesar de los avances en las dos últimas décadas en el conocimiento de las emociones, estas se siguen percibiendo como procesos independientes de los juicios reflexivos o racionales, y como consecuencia se consideran experiencias negativas que malogran las buenas ideas, las conductas o las actitudes de las personas.
En los debates políticos es habitual encontrarse en medio de una confrontación equívoca y excluyente entre razones y emociones.
Frente a la política como el reino por excelencia de lo racional, las aportaciones de la neurobiología, la psicología social, la sociología, la filosofía, entre otras, han ejercido una fuerte influencia en la teoría política (y económica) reciente, conminándola a revisar sus postulados racionalistas y a reformular el desapasionado, reduccionista y estrecho concepto de razón política hasta ahora hegemónico.
En síntesis, las emociones no son fuerzas ciegas, no son irracionales, no son meros impulsos ingobernables. Las emociones implican pensamiento, juicio y evaluación, y pueden educarse con miras al mejoramiento de la vida moral y política.
La valiosa función cognitiva y práctica de las emociones requiere una apropiada educación y conducción temprana de nuestras maneras de sentir y emocionarnos. Existe un sentir social que la persona interioriza y aprende por contagio de las personas con las que vive y se relaciona. Un sentir manipulable, para bien y para mal. Pero no podemos vivir ni razonar sin las emociones. Lo que sí podemos es aprender a sentir de forma adecuada igual que podemos actuar de forma adecuada.
En el encauzamiento de las emociones juega un papel importante la facultad racional, pero no para eliminar las pasiones o las emociones, sino para darles el sentido que conviene más a la vida, tanto individual como colectiva, esto es lo que propuso Aristóteles cuando señaló que las emociones pueden ser educadas y a la vez utilizadas a favor de una buena convivencia.
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