Era yo estudiante de Filosofía y Letras en la Universidad de Deusto cuando don Julio Caro Baroja (13 de noviembre de 1914-18 de agosto de 1995), que fue profesor extraordinario de la misma, nos impartió una lección. No recuerdo si llevaba ese complemento del ... vestir tan suyo: la pajarita. Suponiendo que sí, y aunque su renombre, traje y pajarita imponían, pronto descubrí que bajo ese envoltorio latía un hombre sencillo y afable. De guinda, un viaje de ida y vuelta en el día por algunos lugares del País Vasco en los que completar unas pocas de sus enseñanzas 'in situ'.
Etnólogo, historiador, lingüista, ensayista, infatigable investigador de las seculares costumbres de toda España y, sobremanera, del País Vasco navarro… En fin, verdadero archivo viviente de un mundo que ya hacía tiempo había dejado de existir. Su voz me resultó apagada, mortecina, y la entonación monótona. Pero, incluso así, se palpaba algo extraordinario: la autoridad de quien enseña sus propios hallazgos. Similar a otros sabios. Por ejemplo, a Cajal, que con una pizarra y unas tizas era capaz de exponer sus descubrimientos (también con láminas que dibujaba y pintaba), merecedores después del Nobel de Medicina en 1906.
En lo referente al motivo del viaje en autobús, solo señalar que, entre otras escalas, paramos para contemplar el célebre dolmen de Aizkomendi y que en la guipuzcoana Segura hicimos un recorrido por su espléndido casco medieval: ¡Aquellas casas de noble fábrica con sus ramas de San Juan en las puertas, escudo para ahuyentar los malos espíritus! ¡Y nuestro cicerone era el mayor conocedor del tema! Un lujo, como suele decirse.
Antes de entrar a los tres detalles del título, creo conveniente anotar que en don Julio, al igual que en otros intelectuales, hubo una hermandad entre sensibilidad vasca y española, un vasquismo nada impostado, el de quienes laboran de verdad en pro de la cultura vasca en cualquiera de nuestras lenguas oficiales, hermanas de cuna en San Millán de Suso, siglo X. Fue claro en su denuncia del empecinamiento de los que remarcan las diferencias entre vascos y demás españoles, con menosprecio u olvido de lo que nos une. Sabía que era una pelea estéril, ladrona de energías.
Voy al meollo. Lo más interesante del viaje no fueron sus enseñanzas acerca del mundo vasco navarro de antaño, que también, sino la conversación que mantuvimos varios alumnos con él sobre su persona mientras el autobús rodaba, sustanciada en tres detalles muy humanos. Si nos los contó a nosotros, unos jóvenes desconocidos, pienso que no incurro en falta de respeto a la intimidad de un fallecido, máxime cuando los tres, y especialmente el último, indican que fue un 'homo humanus'. Además, al menos el segundo es de dominio público; pronto lo veremos.El primero es que solía despertarse a eso de las tres de la madrugada, momento en que lo sacudía una especie de zozobra, el sentimiento de soledad que nos encoge el alma al confrontar nuestra pequeñez con la inmensidad del Universo en las lentas «'nucturnas' horas» que escribió Sor Juana Inés de la Cruz. Tan jóvenes que éramos casi todos, creo que no pudimos entenderle en profundidad, como sí después.
El segundo: alguien le preguntó por su soltería, asunto personal, íntimo y por el que fue interpelado en diversas ocasiones a lo largo de su vida. La respuesta a la indiscreta pregunta del alumno, poco más o menos, fue que algo tuvo con una señora, pero que su vida no había ido por ahí. El caso es que, por vocación o circunstancias, siguió los pasos de su tío, el prolífico en hijos de papel don Pío Baroja.
Bien, pues también el sobrino, a falta de hijos de la carne, nos dejó una prole generosa en papel. Es probable que, de haberse casado, no habría podido desarrollar su labor de investigador con tanto ahínco. Los estudiosos actuales disponen de una herramienta que, convenientemente empleada, facilita su labor: internet. Lo que antes exigía un enorme esfuerzo en tiempo, viajes y dinero lo tienen ahora al alcance de unos clics sin salir de casa.
Y, el tercero, el que mejor descubre su fina fibra humana: uno del grupo, no tan joven como el resto, dijo no quejarse de las gentes y geografías que visitaba haciendo turismo, en tanto que muchos emigrantes (españoles entonces) se dolían, según él, de ciertos aspectos de su acogida en el País Vasco. La respuesta de don Julio la entrecomillo, aunque no es literal: «Usted va de turista, de vacaciones, a disfrutar; ellos han venido a trabajar duramente para intentar llevar una vida digna. Hay que darles tiempo».
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