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La relación entre las empresas y la Formación Profesional está cambiando, y ahora las compañías empiezan a desempeñar un rol formativo decisivo. Más allá de ofrecer prácticas, comienzan a colaborar activamente en el desarrollo del talento y en asumir un papel central en la evaluación ... de competencias. Sin embargo, muchas organizaciones aún desconocen los momentos clave para involucrarse en los procesos de la FP, un sistema muy dinámico, lo que puede hacer que pierdan oportunidades estratégicas.
En los centros de FP, la planificación de prácticas comienza con mucha antelación. A partir de diciembre, los responsables de los centros buscan ya entidades colaboradoras para asignar a los estudiantes de segundo curso, cuyas prácticas suelen comenzar normalmente en marzo, y a los de primer curso, que las inician habitualmente hacia mayo. No obstante, hay centros que manejan calendarios diferentes, por lo que mantener una comunicación constante es esencial para no perder el ritmo.
Muchas empresas cometen el error de contactar con los centros solo cuando necesitan cubrir vacantes, pero para entonces los estudiantes ya están asignados. Las organizaciones más proactivas empiezan a colaborar desde los primeros cursos, posicionándose como referentes atractivos para los estudiantes y asegurando acceso al talento emergente.
Con la reforma de la FP, las empresas tienen una responsabilidad mayor en el proceso formativo. Los resultados de aprendizaje adquiridos durante las prácticas formarán parte de la evaluación de los estudiantes. Esto significa que las empresas deben asumir un compromiso más profundo, no solo como receptoras de talento, sino también como agentes formativos.
Las organizaciones tendrán que trabajar de la mano con los centros para diseñar prácticas que permitan a los alumnos y alumnas desarrollar competencias técnicas y transversales. Además, su implicación en la evaluación asegura que el talento formado esté alineado con las necesidades del mercado laboral.
Las más activas establecen relaciones sólidas con los centros desde el primer curso. Esto no solo garantiza el acceso a los mejores perfiles, sino que también posiciona a la empresa como un referente en el sector.
Por el contrario, las que se limitan a buscar candidatos en momentos de necesidad inmediata suelen encontrarse con menos opciones. Además, este enfoque reactivo dificulta la creación de una relación a largo plazo con los centros y los estudiantes.
Otra herramienta valiosa son los recientemente implantados cursos de especialización, que permiten a las empresas acceder a talento formado en áreas específicas como, por ejemplo, ciberseguridad, Inteligencia Artificial o energías renovables. Colaborar en el desarrollo de las prácticas de estos cursos ofrece a las empresas una ventaja competitiva al garantizar que los graduados/as tengan las competencias más demandadas en el sector.
El futuro de la FP exige que las empresas sean aliadas estratégicas en la formación de talento. Las que entiendan el nuevo rol formativo que se les asigna y aprovechen los momentos clave del año no solo tendrán acceso a talento altamente cualificado, sino que también contribuirán de manera activa al crecimiento de la FP y al desarrollo profesional de futuras generaciones.
Imaginar una red de empresas comprometidas de forma altruista con la formación de la juventud no es solo un ideal, sino un paso necesario para fortalecer el futuro de Euskadi como territorio innovador y competitivo. Empresas que no solo buscan cubrir necesidades inmediatas, sino que inviertan en el desarrollo del talento de manera integral, contribuyendo a una sociedad más equitativa y preparada.
Este compromiso puede convertir a Euskadi en un referente internacional, donde la colaboración entre centros de Formación Profesional y empresas sea la clave para un modelo educativo que realmente transforme. Sería un territorio donde las empresas no solo sean receptoras de talento, sino agentes activos en la formación y evaluación de competencias, generando un ecosistema que motive y potencie a las nuevas generaciones.
Una red así fomentaría un enfoque a largo plazo, donde cada acción empresarial contribuye a un impacto social tangible. Euskadi tendría un modelo único que combina innovación, inclusión y resultados efectivos, garantizando que ningún joven quede atrás y que el talento local sea motor de transformación económica y social.
Crear esta red requeriría osadía, altruismo y un compromiso colectivo con el futuro. Pero los beneficios serían inmensos: una juventud formada, un tejido empresarial dinámico y una sociedad más fuerte, equitativa y cohesionada.
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