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Escribía el poeta Miguel Hernández que cada 5 de enero ponía su calzado cabrero en la ventana fría y que encontraba al día siguiente sus abarcas vacías, desiertas… sin regalos. Ha cambiado mucho la vida desde aquella década esperanzadora y finalmente terrible de los 30, ... aquella década en la que el poeta de Orihuela escribió sus versos. Y hoy, aunque las desigualdades siguen presentes e incluso empeoradas de un tiempo a esta parte por los efectos de la pandemia de la Covid-19, la mayoría de nuestras niñas y niños se levantan el día 25 de este mes y el 6 de enero con alegría, después de que Olentzero y los Reyes Magos hayan cumplido con su particular, mágica y completa noche de trabajo.
Escribir la carta con la lista de peticiones, irse a dormir sabiendo que todo -o casi todo- lo que piden aparecerá al día siguiente junto al Belén o el árbol, la emoción de despertarse, saltar corriendo de la cama, desenvolver los regalos con ansia, las caritas de felicidad… momentos que vivimos sabiendo que permanecerán para siempre en la memoria, imborrables. Son juguetes que nos llegan en un momento mágico en el que sueños y realidad se encuentran.
Dicho de una manera más prosaica, como tantas experiencias y objetos de la infancia, los juguetes nos construyen y nos socializan. Sí, los juguetes, además de diversión, economía, amor e ilusión, también son parte de quienes somos y herramientas de socialización. Porque jugando se construyen ideas, creencias, valores sociales, expectativas, necesidades, modelos de actuación. Jugando se expresan todo un elenco de sentimientos, emociones, dolores, alegrías. A través del juego los niños y niñas aprenden a dominar las claves para manejarse en el mundo que les rodea, ajustar su comportamiento a él y, al mismo tiempo, aprender sus propios límites para ser independientes. El autocontrol, la empatía y la asertividad pueden aprenderse y adquirirse a través del juego.
El juego facilita la interacción interpares y con adultos, de forma que descubren reglas de causalidad, de probabilidad y de conducta que deben aceptarse para que se produzca la interacción dentro del juego, ello les dota de claves esenciales de socialización. Es una actividad libre y eso permite que cada cual desarrolle el rol que quiera en función de sus preferencias y limitaciones, representando la base de la socialización a estas edades.
Por otro lado, y fruto de esa misma socialización, los niños y niñas, a edad muy temprana, comienzan a formarse estereotipos de género basándose en lo que ven en el mundo real. El género es una construcción social y diferencial que atribuye a cada sexo lo que se espera del mismo. Cuando niños y niñas juegan con roles diferenciados, con juguetes sexistas, con juegos sexistas, aprenden el comportamiento, conducta y valores desiguales que la sociedad atribuye a cada sexo. Son construcciones culturales arbitrarias y convencionales que se fijan en la mente como un molde, impresas en la mente y asumidas como ciertas y verdaderas. El problema es que los estereotipos de género jerarquizan las relaciones… el género masculino se presenta como superior al femenino, lo que naturaliza y justifica la existencia de relaciones de poder desiguales entre hombres y mujeres.
Habría mil ejemplos, pero expondré solo uno, muy relacionado con el asunto de los regalos en Navidad: echen un vistazo en estas fechas a cualquier catálogo de juguetes. Salvo honrosas excepciones, las niñas aparecen como princesas que desprenden ternura y belleza estereotipada, mientras los niños son ejemplos de activa energía en papeles de bomberos o policías.
En nuestro papel de personas adultas estamos a cargo de esas locas y locos bajitos, como cantaba Serrat, con una responsabilidad que tenemos que asumir. Gran parte de lo que seremos, lo que serán y cómo serán las sociedades del futuro nos la jugamos hoy en el presente. El modo en que educamos y los valores que les transmitimos pueden caminar hacia la abolición del género y todo lo que acarrea, dejando crecer la imaginación de niños y niñas sin sexismo en los juguetes y juegos.
Va llegando ya la hora de que indiquemos con todo el cariño del mundo a Olentzero y a los Reyes Magos que los juguetes no deben perpetuar los estereotipos de género, ya que limitan y condicionan la vida y el futuro de nuestros niñas y niños. Al contrario, deben convertirse en un instrumento de igualdad, que les ayude a construir su personalidad de acuerdo con quienes realmente son, en libertad, con todo un abanico de oportunidades, sin limitaciones o condicionamientos de género. Proponemos regalar juguetes y educar desde la igualdad de valores, reconociendo las potencialidades e individualidades de cada menor independientemente de su sexo, buscando el desarrollo integral de la persona al margen de los estereotipos y roles en función del sexo.
No limitemos sus elecciones, ni sus sueños. No limitemos su futuro. Que tampoco lo hagan Olentzero ni los Reyes Magos.
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