Avanza la cuenta atrás para que comience el Mundial de fútbol con toda la emoción que ello va a generar. A medida que pasan los días, el impacto del torneo va ganando fuerza y millones de aficionados de todo el mundo se preparan para compartir ... la alegría y el dolor de su selección nacional. Pero el sufrimiento no se limita a los jugadores o los aficionados porque el anfitrión, el Estado de Qatar, está en el punto de mira y no solo por cómo se le asignó el campeonato. Para muchos, esta competición planteará serias preguntas sobre los derechos humanos en Qatar y el régimen dictatorial que rige el pequeño Estado árabe.

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El legendario míster del Liverpool, Bill Shankly, dijo una vez que sólo existe «la vida, la muerte y el fútbol». Para muchos de los trabajadores de los estadios del Mundial en Qatar los tres pilares de Shankly se han fusionado en una sola pesadilla. Una parte muy importante de las infraestructuras necesarias para el torneo ha tenido que construirse desde cero y la gran mayoría de los obreros son inmigrantes de países como Afganistán o Pakistán. Su jornada laboral es larga, dura y, según un sinfín de informes, muy peligrosa.

Hace un año, el periódico británico 'The Guardian' publicó un reportaje sobre las condiciones de los trabajadores en las nuevas instalaciones para el Mundial. Según los datos de la investigación, han muerto más de 6.500 obreros -unos doce a la semana-, la mayoría inmigrantes de países como India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka. O dicho de otro modo, podría ser que cada uno de los 64 partidos programados para este Mundial se haya cobrado la vida de más de 100 operarios.

Pero si las denuncias de la precariedad son muchas, los derechos en Qatar son pocos. Cada año, la ONG Freedom House publica su Índice de Libertad, que analiza los datos sobre la democracia, los derechos humanos y las libertades fundamentales en 210 países de todo el mundo. Los últimos informes para Qatar y para el año actual son devastadores. En cuanto a los derechos políticos, sólo alcanza una nota de un 20% y en libertades civiles no supera una calificación de un 30%. En concreto la segregación de género es habitual y las oportunidades para las mujeres son muy limitadas. La homosexualidad es simplemente ilegal y los hombres gais que quieren practicar sexo pueden acabar en prisión. Al final la conclusión de los analistas de Freedom House es tan lógica como contundente: «Qatar no es libre».

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Trabajos de otros grupos, periodistas e investigadores han llegado a la misma pésima conclusión. Qatar está gobernado por una monarquía hereditaria que controla efectivamente toda la vida política del Estado incluyendo las instituciones legislativas y el poder judicial. Los partidos políticos no están permitidos. La mayoría de la población son trabajadores inmigrantes cuyas oportunidades económicas y libertades civiles están muy limitadas, mientras que los derechos políticos simplemente no existen.

Si las libertades son exiguas, Qatar tampoco tiene una tradición de promover el deporte y fue una sorpresa que el minúsculo Estado árabe peninsular se hiciera con la organización de la competición. El fútbol no es un deporte practicado habitualmente en el territorio porque las condiciones climáticas -con mucho calor y humedad- son todas menos las idóneas.

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En cuanto a la designación como sede del Mundial, el informe de Freedom House comenta que «Qatar ha sido acusado de emplear tácticas corruptas en su exitosa candidatura para organizar la Copa del Mundo de 2022». Evidentemente, algunos de los equipos nacionales no se sienten nada cómodos con estas acusaciones y la falta de derechos humanos en el Estado anfitrión. Desde Dinamarca hasta Australia, los jugadores han realizado vídeos en los que expresan su inquietud y su apoyo a las mujeres, los gais y los trabajadores de Qatar.

Es una campaña digna de aplauso, pero por sí sola no es suficiente. Una de las razones más importantes por las que Qatar puede mantener un Estado efectivamente totalitario es por los ingresos de sus exportaciones del petróleo y gas. El país se encuentra entre los exportadores más importantes del mundo y la élite que gobierna, la familia real, se aferra a su poder absoluto gracias a sus ingresos por la venta de energía.

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Nosotros, en los países democráticos fuera de Oriente Medio, estamos entre los consumidores más importantes del petróleo y el gas que utilizamos para mantener nuestro modo de vida, desde los depósitos de nuestros coches hasta la calefacción de nuestros hogares. La guerra en Ucrania nos ha hecho cada vez más dependientes de las fuentes de energía de países que tienen una historia más que cuestionable. Al igual que las selecciones nacionales, seguiremos comerciando con Estados como Qatar incluso cuando bien sabemos que es un juego mortal.

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