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Durante los próximos meses se van a celebrar algunas de las competiciones más emocionantes en el calendario de los deportes. Los Juegos Olímpicos en Japón encaran su última semana y el año que viene vamos a disfrutar de los de invierno en China y la ... Copa del Mundo de fútbol en Qatar. Los torneos son muy bienvenidos, tanto para los protagonistas como para los espectadores, y dan mucha ilusión después de tanto tiempo de encierro por la covid. Pero, detrás de los espectáculos, la realidad para muchos en los países anfitriones es muy dura y los abusos de derechos humanos son múltiples. Para ellos su vida diaria no es un juego.
Los Olímpicos de invierno de Pekín están generando una tormenta de críticas. En el centro de la polémica está el destino de unos 25 millones de uigures, el pueblo que vive en la región de Sinkiang, en el noroeste de China. Muchos de los uigures son musulmanes étnica, cultural y lingüísticamente diferentes de la mayoría de los chinos, del grupo étnico de los han. Los cinco anillos del símbolo olímpico significan, supuestamente, la unidad e igualdad de los pueblos. Para los uigures no hay ninguna de las dos.
El Gobierno chino ha intentado suprimir cada vez más la autonomía de Sinkiang y afirmar -con pocas pruebas- que la región es un centro de terrorismo islámico. Utilizando alta tecnología las autoridades de Pekín vigilan a la población muy de cerca mientras que todas las noticias de la región están estrictamente controladas.
A pesar de la censura se han filtrado pruebas abrumadoras de abusos de los derechos humanos. La tortura, las detenciones sin juicio, el trabajo forzado, un programa de esterilización masiva, la destrucción de mezquitas y la prohibición de la cultura uigur parecen ahora demasiado comunes. En un informe presentado ante las Naciones Unidas, el Congreso Mundial Uigur afirmaba que hasta un millón de uigures están actualmente recluidos en campos de «educación». Las críticas sobre el trato a los uigures -desde la Administración de Biden en EE UU hasta el Parlamento Europeo- son cada vez más fuertes. Decenas de legislaturas han debatido y condenado la administración de Pekín y lo que muchas califican de crímenes contra la Humanidad y genocidio que se producen en Sinkiang.
Los abusos de los derechos humanos se ven claramente en los preparativos de los mundiales en Qatar. Se han necesitado decenas de miles de trabajadores para construir las instalaciones asociadas al campeonato, como los estadios y las carreteras. La mayoría de los trabajadores son inmigrantes de países como Pakistán, Bangladesh, Nepal o Afganistán y, para muchos, el torneo ya ha sido un juego de rol. Un análisis reciente de la tasa de mortalidad entre los trabajadores extranjeros concluyó que más de 6.500 trabajadores han muerto -es decir, más de una docena cada semana- en proyectos asociados al torneo. Como todo el mundo sabe, el fútbol mueve mucho dinero pero poco ha llegado a estos trabajadores. Según Amnistía Internacional, las condiciones laborales de los inmigrantes son deplorables con trabajos forzados y salarios miserables de, por término medio, unos 220 dólares (185 euros) al mes.
Pero más allá de las palabras las preguntas sobre qué acciones puede tomar el mundo libre para ayudar a proteger a los uigures o a los trabajadores de Qatar no tienen respuestas claras. Evidentemente, amenazar a China o a Qatar con la fuerza no es factible ni sensato. Sin embargo, hay otras opciones y el mundo libre debe aprovechar los acontecimientos para registrar una protesta.
Un boicot por parte de los atletas o jugadores no sería justo. Muchos han trabajado duro y han sudado literalmente la camiseta para competir a nivel internacional. Cualquier protesta no es solo de ellos, sino responsabilidad de todos. Hay un movimiento creciente para organizar un boicot diplomático a los Juegos Olímpicos y esto debería extenderse también al mundo de las copas. Uno de los objetivos principales de los países anfitriones -ya sea China o Qatar- es proyectar una buena imagen limpia al mundo. Pero los torneos tienen una doble vertiente. También el foco de la atención internacional será una oportunidad para registrar una protesta alta y clara en su contra.
Hay precedentes históricos en los que los Juegos se han utilizado como plataforma para gestos políticos que pasan a la historia. Por ejemplo, el atleta negro Jesse Owens dejó en ruinas las doctrinas raciales del régimen nazi cuando ganó cuatro medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. O Tommy Smith se hizo famoso por su protesta silenciosa de mantener el puño en alto para llamar la atención sobre la discriminación de los negros en EE UU en 1968.
Sin duda, las autoridades de China y Qatar tratarán de utilizar los torneos para promocionar una parte de la imagen de sus países y ocultar las partes más feas. Todos nosotros, en el mundo exterior, tenemos la responsabilidad de garantizar que no alcancen su objetivo.
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