Al campamento de refugiados de Yenín le llegó el turno. Durante décadas ha sido un bastión de la resistencia palestina contra la gradual colonización israelí de Cisjordania, pero es evidente que los israelíes buscan su desmantelamiento y desaparición, dispersando a su población a los cuatro ... vientos.
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La ciudad de Yenín, de unos 40.000 habitantes, existe desde tiempos antiguos pero el campamento de refugiados fue creado en 1953, después de que una tormenta de nieve arrasase el campo ya existente. Olvídense de desiertos tórridos y oasis con palmeras: Yenín está situado en una zona montañosa, de manera que en invierno hace mucho frío y ocasionalmente puede nevar en abundancia. En una superficie que no llega a medio kilómetro cuadrado al oeste del núcleo urbano se aglomeran unos 15.000 refugiados, sin gran cosa que hacer salvo lamentar su suerte, de manera que siempre ha sido un semillero de conflictos.
En teoría, Yenín forma parte de la Zona A de los Acuerdos de Oslo, bajo completo control palestino. Pero en la práctica los israelíes interfieren a voluntad. Yenín está a menos de cinco kilómetros de la vieja frontera y todo su flanco oriental está ocupado por una franja de Zona C, bajo total control de Israel. Este sector penetra como una cuchillada en el territorio palestino unos 15 kilómetros en un eje norte-sur, de manera que, si un vecino de Yenín desea visitar cualquier localidad palestina al Este, tiene que atravesar la zona bajo control israelí, someterse a controles y rezar para que no le echen para atrás sin mayores explicaciones.
En esta coyuntura, los altercados y violencias han sido continuos, especialmente desde la Primera Intifada de 1989. Cada acto sangriento ¿justifica? la reacción violenta de la parte contraria. La oleada de violencias de estos días no es más que la (pen)última de una larguísima serie. El presente cese de los ataques israelíes es un mero intermedio porque nada se ha resuelto ni se han entablado conversaciones serias para intentar solucionarlo.
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Es necesario comprender que dentro de la sociedad israelí no existe un punto de vista único sobre el problema palestino ni sobre cómo afrontarlo, y por eso vemos que unos gobiernos toman ciertas medidas y luego el siguiente se mueve en dirección contraria. Unos colonos se instalan por su cuenta en tierras palestinas y luego un tribunal israelí les obliga a largarse por las buenas o a irse de todas formas. Sin embargo, a la hora de la verdad, las facciones ocupantes más intransigentes son siempre las que, con altibajos y retrocesos, acaban imponiendo de facto su programa y sus puntos de vista.
Los colonos prevalecen porque poseen una fuerza de voluntad, un desprecio de la legalidad y una persistencia de propósito que sus adversarios no tienen. Por otra parte, son los únicos que ofrecen a la sociedad israelí un plan coherente. A la hora de la verdad, casi nadie está dispuesto a regresar a las fronteras de 1967, porque nadie se fía de los árabes. Aunque un gobierno palestino o una coalición de gobiernos árabes firmase de buena fe un tratado, siempre quedarían facciones de rabiosa intransigencia que insistirían en reanudar la lucha y buscarían derribar a quien firmase la paz.
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Por lo tanto, casi nadie en Israel cree que sea factible firmar una paz permanente. Sacrificar territorios por paz, regresar a las fronteras de 1967 o algo parecido deja un Israel residual, reducido a dos pedazos de terreno unidos tan solo por una delgada franja paralela a la costa, con un pequeño saliente que llegaba hasta Jerusalén. Algo militarmente indefendible, pese al antecedente de la Guerra de los Seis Días. Pero aquello fue algo completamente excepcional, por la asombrosa torpeza militar de los ejércitos árabes.
Si de facto no es posible la fórmula de 'paz a cambio de territorios', la única opción que les queda a los israelíes, tanto si les gusta como si no, es proseguir con su expansión gradual en mancha de aceite, muy despacio, comiéndoles a los palestinos cada vez más tierras. Por supuesto, eso genera un ciclo interminable de violencias, pero los tumultos, las revueltas, los atentados, aunque provoquen víctimas israelíes, justifican las represalias, que siempre van a tender al objetivo deseado del vaciamiento demográfico del territorio a colonizar. De ahí los castigos colectivos, los derribos de viviendas que castigan a familias enteras, o los bombardeos sobre zonas urbanas, que además permiten afirmar que los palestinos que se ponen a salvo de los combates se están largando voluntariamente.
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En resumen, todo va según el plan, aunque sea muy despacio, y el que lo critique es un antisemita, nazi y racista. Y si todo se tuerce, queda en reserva el arsenal nuclear israelí.
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