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El discurso de Putin había despertado grandes expectativas porque se esperaban anuncios impactantes, pero se limitó a regurgitar todos los tópicos de siempre: Occidente tiene la culpa, Rusia es invencible, las sanciones han fracasado… Pero merece destacarse su defensa a ultranza de los valores tradicionales.
El moralismo tradicionalista de Putin, aunque se jacta de ser auténticamente ruso, también es auténticamente español porque reproduce casi al pie de la letra el discurso reaccionario de la Iglesia católica y la ultraderecha españolas desde la Ilustración: la modernidad es mala, atea, inmoral, materialista, pornográfica, antipatriótica, degenerada… Claro que ese discurso, que nos parece arquetípicamente español, en realidad coincide con el discurso general de la ultraderecha europea, expresado hoy por partidos como Vox en España, el PiS polaco o Viktor Orban en Hungría. Eso explica las simpatías que ha logrado Rusia en ciertos ambientes, pero vuelve difícil de entender las simpatías que todavía despierta Rusia en el extremo opuesto del espectro político, excepto por el antiamericanismo maniqueo y miope.
Gran parte del discurso de Putin no son más que paparruchas propagandísticas que no se creen ni ellos: Occidente difunde la pederastia, practica cultos satánicos, pretende destruir Rusia… La hostilidad virulenta hacia homosexuales o lesbianas obedece en parte a los factores acostumbrados de la necesidad de despreciar a ciertos colectivos para sentirte más importante o al deseo de reafirmar la propia masculinidad. Sin embargo, también existen causas demográficas que exacerban la guerra santa contra los 'degenerados'.
Rusia pierde población desde la década de 1980. Eso les provoca honda preocupación, pero no la suficiente como para actuar sobre las raíces del problema: el deterioro de la calidad de vida por el mal reparto de la riqueza, la ruina de la sanidad pública o la inseguridad existencial que provoca el caos administrativo y la arbitrariedad absoluta en las que se basa el poder personal de Putin. Por lo tanto, las políticas natalistas se han centrado en factores secundarios -prohibiendo que niños rusos sean adoptados por extranjeros- o descargando su ira sobre chivos expiatorios como los homosexuales y supuestos pedófilos contra los que se han desencadenado auténticas cazas de brujas. Ahora, la nueva política natalista es emplear a los niños ucranianos como botín de guerra para rusificarlos por adopción.
En última instancia, la defensa de supuestos valores morales tradicionales encubre siempre intereses mucho más mezquinos. Por eso sus más ardorosos defensores son siempre gobernantes autoritarios, como Putin, Erdogan, Jamenéi o Xi Jinping, o los que aspiran a serlo como Orban o Abascal. Aunque el discurso se centre en temas sexuales e invoque factores místico-religiosos, acaba siendo mera coartada, porque modernidad quiere decir democracia de sufragio universal e igualdad de derechos. Y moral tradicional es igual a jerarquía y desigualdad contra ciertos colectivos, como las mujeres, los pobres, las minorías… Los que aceptan someterse al poder absoluto del caudillo reciben a cambio el privilegio de dominar y pisotear a otros: sus esposas, hijos, empleados o sirvientes, homosexuales, disidentes, minorías...
Lo cierto es que, al desvanecerse la ideología comunista, Putin necesita sucedáneos para legitimar su dictadura corruptocrática, y para ello debe recurrir a los elementos más retrógrados del nacional chauvinismo gran ruso, militarista y abiertamente imperialista, o de un cristianismo ortodoxo que nunca ha tenido un equivalente al Vaticano II. No olvidemos que la Iglesia ortodoxa era un simple órgano de la tiranía zarista. Ahora ha regresado a su papel tradicional. En 2012, el patriarca Kiril se atrevió a recomendar a Putin que atemperase la represión contra los manifestantes. Putin respondió con una campaña de prensa denunciando las corruptelas de Kiril. Desde entonces el jefe de la Iglesia ortodoxa rusa ha sido la voz de su amo.
Por eso, al final, los valores ¿cristianos? de Vladímir Putin se concretan en la usurpación del Estado, la censura de prensa, los encarcelamientos sin juicio, el partido único, la represión sindical, la agresión exterior o el saqueo de las arcas públicas. El único engarce con el tema religioso es la represión sexual, que resulta muy útil porque sirve para atraer a los creyentes más reaccionarios, tanto cristianos ortodoxos como musulmanes.
Para lo que no van a ser útiles esos falsos valores es para ganar la guerra, desarrollar la economía o evitar el colapso total de la nación y del Estado cuando Putin muera y la única columna que mantiene en pie todo el tinglado se desvanezca.
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