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El estruendo de las explosiones atrae casi todas las miradas hacia Oriente Próximo, pero hacia Túnez nadie mira, porque allí, por suerte para sus ciudadanos, nadie dispara, y la peor de todas las noticias es que no hay noticias. Se celebran 'elecciones' (sin opciones) presidenciales, ... pero casi nadie va a votar.
Dentro del mundo árabe, Túnez ha sido siempre uno de los países más avanzados. La familia extensa/clánica, patriarcal a ultranza y cerradamente jerárquica se ha debilitado mucho más que en otros países árabes, de manera que los hijos adultos tienen bastantes más posibilidades de emanciparse de la férrea tutela del patriarca, y las mujeres, aunque sujetas todavía a un fuerte machismo, disponen de facto de más derechos que en cualquier otro país de la región.
Sin embargo, estos avances sociales fácticos se desarrollaron bajo regímenes autoritarios. Primero el colonialismo francés. Después la dictablanda de Habib Burguiba, auténtico hombre de Estado y padre de la patria, que encarnaba la versión más idealizada del firme pero bondadoso 'padre-patriarca', a la manera tradicional.
Pero bajo el sucesor de Burguiba, Zine Ben Ali, Túnez involucionó desde una dictablanda ilustrada a una corruptocracia policial, generándose una contradicción irresoluble entre una población que tendía hacia una mayor apertura social y una maquinaria gubernamental que se volvía cada vez más tiránica y arbitraria. La chispa azarosa que encendió la revolución la provocó una mujer policía que se dedicaba a extorsionar a los pequeños vendedores callejeros, hasta que uno de ellos, humillado, se quitó la vida a lo bonzo.
Fíjense en el contraste tunecino. Por un lado, vemos a mujeres en posiciones de poder, aunque sea local y a pequeña escala: una mujer es policía y está en las calles, no en una oficina. Eso no es habitual en otro país árabe. Pero, por otro lado, esa autoridad es abusiva y corrupta, como la de sus colegas masculinos. Y ser pisoteado no por un hombre recio y bigotudo, sino por una nena, una tía, sin duda contribuyó a que la humillación del pequeño vendedor ambulante fuese mucho mayor, empujándole al suicidio.
De esta forma, Túnez se convirtió en la vanguardia revolucionaria del mundo árabe, pero las 'primaveras' de 2011 terminaron en un amargo fracaso, como la revolución europea de 1848, que solamente logró triunfar fugazmente en Francia, su punto de origen. Los franceses eligieron como presidente a Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón, y en 1851 este funesto personaje dio un autogolpe de Estado, y se convirtió en el tiránico emperador Napoleón III. Siglo y medio más tarde, los tunecinos también acabaron sucumbiendo a la trampa del líder falsamente carismático; en este caso, un simple contertulio televisivo que soltaba los embustes habituales, presentándose como el héroe que salvaría al pueblo de la casta política, fuente de todos los males.
Una vez en el poder, Kais Said ha tropezado con escasa oposición. Los antiguos secuaces de Ben Ali corrieron a ponerse a sus órdenes. Los militares y policías lo aceptaron como nuevo macho alfa. El partido islamista Ennahda había quedado muy debilitado por su torpeza en el gobierno. La población laica lo vio como su protector contra el terrorismo islamista. La única amenaza real fue el poderoso sindicato UGTT, pero Said supo atraérselo. Su Gobierno no se ha mostrado especialmente tiránico o represivo. La corrupción tampoco se ha desbocado. La política exterior ha sido prudente, y el dinero saudí ha sostenido la dictadura, sin tener que pasar por el aro de hierro del FMI.
Sin embargo, el nuevo régimen se desliza en un extraño limbo de tibieza. La UGTT no se compromete. El referéndum constitucional de julio de 2022 tuvo una participación inferior al 30%, similar a las elecciones de este mes de octubre. Así que las masas tampoco respaldan a su antiguo ídolo. Said, el antiguo tertuliano locuaz, es ahora uno de los gobernantes más herméticos del mundo. No ha dado una sola conferencia de prensa durante todo su mandato, y sus apariciones en televisión son escasas. El sistema es mucho más opaco, centralista y personalista que bajo Ben Ali. No existe siquiera un partido oficial.
Los aliados exteriores (Egipto, Qatar, Arabia Saudí) también mantienen las distancias porque no ven claras las intenciones de Said, quizás porque no las tiene. El programa del gobernante parece reducirse al 'aquí mando únicamente yo' y los ministros parecen existir únicamente para repetir como papagayos el discurso oficial. Por lo tanto, cuando vengan mal dadas, el régimen actual va a encontrar pocos defensores y podría derrumbarse de la noche a la mañana, con mayor facilidad que el de Ben Ali, que estaba mucho mejor organizado y estructurado.
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