Hoy domingo es el día designado para poner en marcha la tregua acordada entre Israel y Hamás. La misma redacción del acuerdo, muy complejo y escalonado en fases sucesivas, demuestra escasa o nula confianza entre las partes.
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Personalmente, nunca he creído que sea factible un ... alto el fuego duradero entre una organización de terroristas ultra fanáticos como Hamás y un Gobierno israelí dirigido por Netanyahu y sostenido por radicales de ultraderecha que proclaman de forma reiterada su ansia por expulsar a todos los palestinos de Gaza y de Cisjordania también.
Parecen claras las razones de Hamás para aceptar una tregua, aun a disgusto, porque es evidente el fracaso estrepitoso de su demencial estrategia, que les ha colocado al borde de la aniquilación. Los líderes de Hamás siempre han mostrado un absoluto desprecio por las vidas de los gazaties, simple leña para la hoguera de su odio, pero estaba claro que Hamás no iba a ser capaz de impedir la conquista israelí de toda Gaza, y que eso iba a reforzar a Israel.
No están tan claras las razones de Israel para aceptar una tregua. Hamás no ha sido destruida. Gaza no ha sido conquistada ni despoblada. No hay alternativa viable a Hamás para gobernar una Gaza que siga habitada por los palestinos. Es cierto que los enemigos han sufrido muchas bajas, pero no hay duda de que recompondrán sus filas y, ultra fanáticos como son, volverán a la carga en breve plazo. Sin embargo, una movilización general tan prolongada estaba dañando la economía israelí, sin final a la vista.
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Eso nos lleva a la razón de que el conflicto se eternizase sin que Israel pudiera alcanzar sus objetivos. El punto decisivo no lo han marcado las acciones de ambos bandos ni las presiones o la intermediación de EE UU o de cualquier otra potencia. El factor decisivo ha sido que los egipcios mantuvieron cerrada herméticamente su frontera con Gaza, bloqueando la única vía de escape para la población gazatí que huía de los bombardeos. Por lo tanto, Netanyahu podría haberse pasado años bombardeando sin cesar, sin lograr acabar con Hamás ni despoblar Gaza para repoblarla con colonos judíos.
El unico aspecto positivo de un acuerdo para Israel es recuperar a los rehenes. Durante todo el conflicto, Netanyahu ha seguido una estrategia política y militar coherente que evidenciaba que consideraba a los rehenes como sacrificables. Si se les podía rescatar, estupendo. En caso contrario, aplastar a Hamás y despoblar Gaza era algo mucho más importante. Como estos objetivos se han demostrado mucho más difíciles de lo esperado, recuperar a los rehenes, por lo menos beneficiará a la buena imagen del primer ministro israelí entre la población.
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Se especula que el presidente Biden habría logrado coaccionar a Netanyahu, que se habría vengado por meses de desprecios y desplantes de su colega israelí, amenazándole de alguna manera ¿con información sensible sobre sus escándalos de corrupción? ¿O negándose a enviar más armas y municiones? De hecho esta última amenaza fue explicita hace unos meses, para forzar a Israel a participar en las negociaciones. Pero faltando muy pocos días para que Biden abandone la presidencia, cualquier amenaza resultaría muy poco creíble.
También se ha sugerido que Trump, por una vez en su vida, ha estado a la altura de sus cuasi patológicas bravuconadas, forzando de alguna manera a Netanyahu a negociar un acuerdo, porque Trump, egoísta y gandul consumado durante toda su vida, quiere librarse de líos durante su presidencia y además apuntarse un gran éxito. Es cierto que Trump todavía no es presidente, pero los diplomáticos norteamericanos aseguran que la actitud de sus representantes fue decisiva para convencer a los israelíes que aceptasen un pacto. Uno de ellos aseguró de forma anónima: «Es la primera vez que se ejerce verdadera presión sobre la parte israelí para aceptar un acuerdo». Esto resulta extremadamente sorprendente, porque Trump siempre se ha mostrado tan estruendosamente pro israelí que muchas veces Netanyahu parecía casi tibio en comparación.
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En el extremo opuesto tenemos a los partidos de ultraderecha que Netanyahu necesita para mantenerse en el poder, que rechazan cualquier acuerdo y prefieren continuar la guerra sin importar el coste. Netanyahu comparte sus objetivos. La única diferencia es que el primer ministro israelí es más político, o más cuco. Por eso podemos apostar a que la tregua no durará.
Pero incluso aunque se rompiese la coalición de gobierno y se celebrasen elecciones, subiendo al poder un Ejecutivo mucho más moderado, los problemas de fondo no cambiarían: la sed de sangre de Hamás y la negativa israelí a aceptar cualquier tipo de Estado palestino. Por eso sabemos que ninguna tregua va a durar.
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