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Dentro de Estados Unidos, un amplio porcentaje de la población vive en un nirvana de felicidad y de gozo por las políticas de su nuevo ... caudillo, Donald Trump. Sus medidas antiinmigración colman los más delirantes sueños de amplias capas populares que ansiaban con toda su alma que se reprimiese de forma draconiana la inmigración, tanto ilegal como legal. Por eso hay decenas de millones de personas que rozan el éxtasis místico ante los numeritos de Trump, porque creen que todas sus esperanzas y fervientes deseos se están materializando ante sus ojos.
Aquí hay que señalar algunos datos que pueden ser extremadamente incómodos para ciertas sensibilidades: las clases altas quieren inmigrantes para disponer de mano de obra barata, mientras que las clases medias-altas y los profesionales liberales no ven mal la inmigración porque los extranjeros casi nunca poseen la cualificación necesaria para competir por sus empleos. También mejoran su calidad de vida si pueden contratar a una empleada de hogar nigeriana o colombiana por mucho menos de lo que tendrían que pagarle a una española, si únicamente hubiera españolas para cubrir esos puestos. De ahí el estribillo de que los inmigrantes no les quitan empleos a los autóctonos. Pero en realidad sí que les quitan empleos a las clases populares y las clases medias-bajas, aparte de que rebajan el nivel de salarios.
Las clases medias-altas y los profesionales liberales, que suelen formar los cuadros de mando de casi todos los partidos políticos, se han resistido a ver el problema porque en realidad no había problema alguno para ellos mismos. El problema lo sufrían los demás, y a los demás, que les zurzan. Aquellos que protestaban eran desacreditados como reaccionarios racistas -que también los había-, empujando a numerosos estadounidenses a respaldar a Trump, a falta de mejores alternativas.
Las purgas de funcionarios también complacen a múltiples votantes de Trump, que durante décadas han sido adoctrinados por la propaganda empresarial más reaccionaria en la falsa creencia de que la Administración pública es el enemigo y que los funcionarios son unos socialistas gandules que reciben 'paguitas' por no dar ni golpe o tiranizar a las masas, sometiéndolas a una agenda 'woke' que les obliga a ser ecologistas, feministas y antirracistas.
La política arancelaria también entusiasma a todos los trabajadores que creen de verdad que, imponiendo altas tarifas a troche y moche, las fábricas deslocalizadas regresarán a Estados Unidos. Con eso, más la deportación masiva de inmigrantes y la política antiinclusión de Trump, los asalariados blancos y masculinos creen que tendrán empleos de sobra. Aquí también es necesario señalar datos hirientes para ciertas sensibilidades: las clases medias-altas y profesionales liberales que ahora forman la columna vertebral de la resistencia contra Trump aplaudieron la apertura comercial que favoreció las deslocalizaciones, porque estaban seguros de que solamente se marcharían los trabajos de los currantes de base, mientras que los ingenieros, abogados, médicos, arquitectos... seguirían en EE UU, aunque quizás tuviesen que pasar algunos meses al año en Veracruz o Yakarta.
En cuanto a los empresarios, es cierto que les preocupa la forma caótica e indiscriminada de implantar aranceles, pero de momento pesan mucho más en su ánimo las enormes rebajas de impuestos para los ricos y la esperanza de una completa desregulación; no para eliminar engorros burocráticos innecesarios -esa es la coartada habitual- sino para saltarse cualquier normativa medioambiental, seguridad laboral, derechos sindicales y cualquier otro capítulo que les impida incrementar sus ya inmensos beneficios.
¿Quiénes se oponen al nuevo caudillo de Washington? Los demócratas, obviamente, pero también los funcionarios públicos que votaron a Trump y ahora han sido despedidos. Seis de cada diez veteranos de las fuerzas armadas votaron por el republicano, pero ahora se ven traicionados por su ídolo, que les recorta fondos y los despide indiscriminadamente. El cierre de USAID, la agencia de cooperación internacional, ha sido un tiro en las tripas para muchos agricultores, que vendían sus excedentes agrícolas a través de este organismo. Los altos cargos civiles, diplomáticos y militares ya se han dado cuenta de que Trump está desquiciado, pero carecen de influencia sobre sus votantes de base.
Los trumpistas de base van a tardar muchos meses en darse cuenta de que las políticas de su ídolo no solamente no funcionan, sino que resultan perjudiciales. Pero ya no tendrá importancia. Trump intentó falsificar el recuento electoral en 2020. Resultaría ingenuo creer que no lo intentará de nuevo en 2028, pero esta vez después de colocar a sus cómplices en todos los puestos clave.
Se avecinan tiempos oscuros.
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