Es inusual que Estados Unidos haya impuesto sanciones simbólicas a los colonos israelíes radicales que atacan a palestinos en Cisjordania, prohibiéndoles entrar en territorio estadounidense. Sin embargo, Washington no ha movido un dedo sobre la erradicación sistemática de las zonas urbanas de Gaza y la ... limpieza étnica de facto, forzando desplazamientos masivos de las poblaciones autóctonas. Por lo tanto, las sanciones parecen sobre todo un intento de que el Gobierno israelí por lo menos simule combatir la violencia colona, en vez de respaldarla de facto, como indican numerosos testimonios de que policías y soldados escoltan a los colonos que disparan o aterrorizan a familias enteras para que desalojen sus casas y sus tierras.
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Las cosas no siempre han sido así. En 1956, el presidente Eisenhower obligó a los israelíes a detener su ofensiva victoriosa contra Egipto y a devolver la península del Sinaí. Tras este trauma, los israelíes se dedicaron a organizar uno de esos 'lobbies' de influencia tan típicos de Estados Unidos, pero tan grande y tan omnímodamente todopoderoso que Israel pudiera controlar de facto la política exterior de EE UU en beneficio propio, y torcerle la mano a cualquier presidente norteamericano que pretendiese jugar a ser la criada respondona.
Los israelíes han trabajado muy duro durante décadas para construir su 'lobby', pero la clave del control casi absoluto que han logrado está en las debilidades estructurales del sistema electoral norteamericano, donde no existe financiación pública de las campañas, ni anuncios gratuitos en radio o televisión, y donde cada candidato individual ha de buscarse la vida para conseguir fondos. Eso da a los israelíes una capacidad de infiltración enorme, que nunca podrían conseguir en otros países democráticos, incluida España.
Por lo tanto, Biden sabe que si tensa demasiado la cuerda Netanyahu va a volcar todo su inmenso presupuesto para financiar campañas electorales, todos sus contactos en prensa, radio, televisión, internet, cómics, videojuegos... para que Trump vuelva a la presidencia, porque Trump fue más proisraelí que el mismísimo Netanyahu.
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Al mismo tiempo, lo que Estados Unidos recibe de Israel es básicamente cero bases militares, cero tropas israelíes -ni siquiera contingentes simbólicos- y cero apoyos diplomáticos en los momentos difíciles, como se ha visto en la guerra en Ucrania, con Netanyahu poniéndose de perfil pese a ser Zelenski de religión judía en un país cristiano ortodoxo, y existir en Rusia un potente antisemitismo. Washington paga un precio material gigantesco -cientos de miles de millones- para comprar el rencor duradero de todos los países islámicos, y nada más.
Ahora bien, ¿por qué Biden o cualquier otro presidente toleran esta situación? ¿Qué les impide denunciar los abusos de la ocupación militar israelí, o el hostigamiento contra la minoría cristiana? ¿O acusar al 'lobby' israelí de connivencia con una potencia extranjera cuyas acciones perjudican muy seriamente los intereses nacionales de EE UU?
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La clave es que el 'lobby' teóricamente israelí es en realidad norteamericano. Remontémonos al principio. La resolución de la ONU de 1947 que aprobó la partición de Palestina salió adelante porque EE UU presionó por todos los medios a su alcance a muchos gobiernos. En parte se hizo para atraerse los votos de los judíos norteamericanos, pero tuvo mucho más peso el trasfondo bíblico de la cultura del país. Los judíos aparecen en La Biblia. Los árabes, no. Truman no era ningún fanático religioso, pero su educación como devoto baptista sureño le empujaba a simpatizar con los judíos, igual que muchos europeos cultos habían simpatizado hacia 1825 con la rebelión griega contra el Imperio otomano, al margen de cualquier cálculo geopolítico racional.
El problema es que los israelíes han aprovechado este trasfondo bíblico para forjar una alianza permanente con la extrema derecha religiosa norteamericana y con otros grupos laicos de derecha, cuya motivación es mucho menos clara, como Rupert Murdoch y su Fox News. Por lo tanto, romper con Israel implicaría un desgarro interno considerable dentro de EE UU y una fuerte resistencia dentro de su clase dirigente.
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También opera la conciencia del acorralamiento geopolítico de los israelíes, que les lleva a expandirse, y también la comparación subliminal con la conquista del Oeste, donde a los palestinos les toca el papel de indios.
Pero, aun así, el apoyo incondicional a Israel resulta terriblemente perjudicial para los intereses norteamericanos en todo el mundo, y más tarde o más temprano, algún presidente tendrá que dar el puñetazo sobre la mesa, y cuanto más se demore va a ser peor para Israel, porque la reacción será mucho más virulenta. ¿Pero quién le pone el cascabel a este gato?
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