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El golpe de Estado en Níger es el síntoma de una crisis estructural muy profunda, fruto de una doble insostenibilidad. En primer lugar, los efectos del cambio climático y la desertización del Sahel. Níger abarca 1,2 millones de kilómetros cuadrados -más que España, Francia ... y Portugal juntas-, pero únicamente la ribera del río Níger -menos del 4% del territorio- es apta para la agricultura. Si ese pequeño porcentaje se pierde -y se está perdiendo-, se acabó el país. En segundo lugar, el disparatado crecimiento demográfico. En 1960, año de la independencia, los nigerinos eran tan solo tres millones. En la actualidad son más de 24 millones. Es decir, que en poco más de 60 años la población se ha multiplicado por ocho. ¿Cómo es posible que las familias sigan teniendo más hijos que en casi ningún otro país -6,8 por mujer- mientras debe ser evidente para todos que la situación se degrada y los recursos disminuyen?
Parte de la explicación es social: al margen de la religión islámica sunita predominante en la región, existen unas estructuras familiares altamente patriarcales -con tasas de analfabetismo masculino del 56% y femenino del 73%- a partir de las cuales se establecen jerarquías sociales que se defienden a costa de absolutamente cualquier otra cosa, incluyendo el pan de tus propios hijos y el futuro del país. Se verifica de nuevo que de cuanto menos poder dispongan las mujeres, más hijos se ven forzadas a tener, aunque sea un suicidio.
Con estas bases, el sistema político suele ser una dictadura militar; pero, aunque ésta sea aceptada pasivamente por el conjunto de la población, carece de verdadera legitimidad y, por lo tanto, del respaldo activo de los habitantes, lo que se evidencia cuando llega una crisis de verdad y las gentes se ven forzadas a correr el riesgo de plantar cara.
Es un error afirmar que la caída de ciertos déspotas ha provocado el caos y que, por lo tanto, con Gadafi, Mobutu, Somoza, Mubarak, etc., vivíamos mejor. Si estalla el caos se debe precisamente a que los tiranos se niegan a afrontar los problemas estructurales, congelando en beneficio propio la evolución socioeconómica de sus países hasta que la situación es insostenible y revienta. Los déspotas inmovilistas no previenen el caos, sino que lo vuelven inevitable, esterilizando por la fuerza cualquier otra alternativa para mantenerse ellos en el poder.
Es necesario recordar que el presidente derribado, Mohamed Bazoum, alcanzó el poder en elecciones libres. El presidente Mahamadou Issoufu, del partido PNDS Tarayya, en el poder desde 2011, lo escogió como su sucesor porque no podía presentarse a un tercer mandato. Sin embargo, la oposición había acusado a Issoufu de fraude en su reelección y se habían negado a participar en las urnas. En diciembre de 2020 la oposición sí se presentó. Baozum logró el 39% de los votos en primera vuelta -con un 70% de participación- y superó el 55% en la segunda, en febrero de 2021. Hubo acusaciones de fraude electoral, pero sin ningún respaldo sólido.
Los golpistas militares acusan al mandatario depuesto de todo lo acusable, pero no cuela porque su líder, el general Abdourahamane Tchiani, se sublevó porque iba a ser destituido por el presidente legítimo Bazoum. Tchiani ha abolido la Constitución democrática, ha suspendido todas las instituciones estatales, ha establecido el toque de queda y ha suspendido los partidos políticos. Es decir, lo de siempre. Al fin y al cabo, en Níger los militares dan un golpe cada diez años por término medio. No les falta práctica.
Los medios de comunicación occidentales han dedicado amplio espacio a las manifestaciones pro-golpistas, con profusión de banderas rusas, pero los partidarios del presidente derrocado siguen ahí y ya han organizado diversas protestas. Aunque Tchiani lograse controlarlas, está condenado al fracaso porque su régimen existe únicamente para bloquear la evolución natural de la sociedad nigerina, lo que garantiza que nunca será capaz de resolver los problemas pendientes.
Por otra parte, los apoyos al golpe militar han de brotar forzosamente de aquellos que desean mantener las estructuras sociales vigentes, aunque sea a costa de impedir cualquier reforma hasta que Níger simplemente deje de existir. Por lo tanto, aunque Tchiani quisiera ser un déspota reformista como Nasser o Ataturk, no iban a permitirle serlo.
Se habla de una intervención militar panafricana liderada por Nigeria, pero aunque no llegase a suceder es necesario señalar que si los militares nigerinos han dado golpes de Estado cada pocos años es porque nunca consiguen asentar su poder y se ven forzados a restaurar la autoridad civil. A Tchiani le pasará lo mismo. Pero, mientras tanto, Níger sigue hundiéndose.
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