El día 7 se celebró la Jornada Mundial por el Trabajo Decente, a la que se ha adherido la Iglesia católica en todo el mundo. Pero, además de su carácter simbólico, ¿puede haber una aportación cristiana a esa reivindicación por una mayor humanización del trabajo?
Digamos, en primer lugar, que existen en la actualidad unas 1.800 universidades en el mundo que se proclaman católicas, de las que unas 800 ofrecen algún tipo de formación para los futuros profesionales de la empresa. Dos profesores de estas universidades (St. Thomas, en EE UU, y Santo Tomás, en Roma) coordinaron hace unos años un trabajo titulado 'La vocación del líder empresarial', que pretende ser una guía para la formación de profesores y para la enseñanza en escuelas empresariales y universidades católicas.
El trabajo comienza identificando algunos obstáculos que dificultan a los líderes empresariales servir al bien común: la corrupción, la tendencia a la codicia... Con carácter general propugna un «liderazgo de servicio» armonizando las demandas del mundo económico y los principios ético-sociales cristianos. Destaca cuatro factores que tienen una especial influencia en las empresas modernas:
1. La globalización, que ha producido eficiencias y oportunidades extraordinarias, pero que también acarrea desigualdades y dificultades de control de la actividad económica. 2. Las telecomunicaciones, que han permitido una reducción de costes para responder a las necesidades de personas y empresas, pero también un exceso de información, que puede generar confusión. 3. La financiarización de la economía, que ha separado la actividad financiera de la economía productiva y ha acentuado la tendencia a la especulación. 4. Los grandes cambios culturales, que han reforzado el individualismo, las preocupaciones sobre los derechos y no sobre los deberes... y que han llevado a serias carencias de bienes comunes.
Indica que es frecuente, en este contexto, que mientras los líderes empresariales se concentran en maximizar los beneficios, los trabajadores desarrollen actitudes reivindicativas y los consumidores exijan satisfacciones inmediatas al menor precio posible, entrando, en ocasiones, en comportamientos que pueden ser contradictorios y negativos para todos.
Ante esta situación recuerda que las decisiones empresariales deben estar basadas en el respeto a la dignidad de todas las personas, el servicio al bien común y la visión de la empresa como una comunidad de personas.
Un grupo de profesionales cristianos, promotores de Arizmendiarrieta Kristau Fundazioa, reflexionó sobre posibles actuaciones y políticas empresariales en las que se pudieran concretar esas orientaciones, que bien pudieran aplicarse a la definición de trabajo decente. Llegaron a unas conclusiones según las cuales un liderazgo empresarial cristiano que quiera promover un trabajo decente deberá:
1. Desarrollar una política de transparencia informativa poniendo a disposición de los trabajadores de forma regular información sobre las variables y políticas más importantes de la empresa, a un nivel adecuado a la dimensión de cada una de ellas. 2. Implantar sistemas de gestión participativos, realizando consultas a los representantes de los trabajadores sobre las decisiones más relevantes. 3. Vigilar la satisfacción y necesidades de los recursos más críticos (las personas que en ella trabajan), desarrollando planes de formación sistemáticos, con objetivos de dedicación no inferior a cuarenta horas anuales por trabajador e incluyendo en los mismos tanto formación técnica como formación en aspectos empresariales. 4. Impulsar políticas retributivas que, salvando la necesaria fidelización de los trabajadores más cualificados, no generen una gran desigualdad entre las personas empleadas. 5. Implementar sistemas de participación de los trabajadores en los resultados de la empresa. 6. Preocuparse de la sostenibilidad del proyecto empresarial, procurando que una proporción mayoritaria de los beneficios anuales se destine a fondos propios. 7. Respetar rigurosamente la legislación laboral de los países en los que desarrolle su actividad. 8. Cumplir honestamente con sus obligaciones fiscales sin triquiñuelas legales. 9. Respetar rigurosamente la legislación medio-ambiental. 10. Dedicar un mínimo de un 1% de los beneficios a actividades de responsabilidad social coherentes con los mismos.
Estas propuestas se recogieron en una proposición no de ley que fue aprobada por unanimidad en el Parlamento vasco, que se ha desarrollado con la marca 'Modelo inclusivo participativo de empresa' y que bien podría suponer un ideal para ofrecer un trabajo decente en nuestra sociedad.
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