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Cómo institucionalizar un sentimiento? Pese a que todavía hay quien niega tal realidad, el Estatuto de Autonomía de Gernika comienza afirmando la existencia de un sujeto político denominado 'Pueblo Vasco o Euskal-Herria como expresión de su nacionalidad'. La reflexión que cabe formular en el ... marco de una sociedad vasca en transformación y caracterizada, como el resto de realidades sociales y políticas, por ser cada vez más global y abierta se centra en tratar de responder a la pregunta de qué representa para nosotros los vascos hoy día, en pleno siglo XXI, la apelación a Euskal Herria.
Políticamente supone referirse a una dimensión que engloba territorios de dos Estados (Francia y España) y dentro de uno de ellos suma a su vez dos comunidades autónomas (Navarra y País Vasco). Euskal Herria es para mí, en primer lugar, una realidad sentimental, la expresión de un afecto compartido por diferentes. Superando el concepto de fronteras políticas derivadas del sedimento de dos Estados y de la existencia de comunidades políticas diferenciadas, una gran mayoría de ciudadanos vascos nos sentimos como en casa, en nuestro territorio vital, en el Baztán, en Iruña, en Baiona, en Bilbao, en Donostia, en Saint Jean Pied de Port o en Vitoria-Gasteiz.
Es ésta una percepción íntima y auténtica desde un punto de vista afectivo. Gran parte de los ciudadanos habitamos y convivimos en un territorio con el que, al margen de la dimensión institucional o política (construida en épocas pasadas muchas veces desde el propósito de la acentuación de las diferencias, desde lo tribal cuando no desde lo excluyente), nos sentimos identificados y reconocidos. Formamos parte integrante de Euskal Herria, concebida como lugar de encuentro, como parte de un sentimiento propio y real, superando así el concepto de frontera política. Y es, además, por encima de todo, el territorio del euskera y en el que se desarrolla nuestra realidad cultural, que debe pivotar sobre el precioso lema de mantenernos unidos en la diversidad.
En realidad, cabría definir Euskal Herria como una nación cultural que, de llegar a institucionalizarse como realidad política, no sería un Estado simple o unitario sino que se articularía como una confederación, respetando los orígenes políticos de los diferentes pueblos o naciones que la conforman y reconociendo su respectiva singularidad.
Solo así cabría llegar a poder construir un concepto de nación abierta, no excluyente, anclada en la preciosa y precisa argumentación del politólogo canadiense Charles Taylor cuando, refiriéndose al debate sobre Quebec, subrayó que si el legítimo anhelo de una construcción nacional de unos se convierte en la pesadilla de otros miembros de la misma comunidad, nunca se logrará vertebrar tal proyecto político. Una vez más el lema «no imponer, no impedir» envuelve una gran lección estrechamente vinculada al reto de la convivencia, que pasa por reconocer empática y recíprocamente al diferente y poder así formular y compartir una identidad vasca capaz de integrar la pluralidad de sentimientos de pertenencia e identificaciones que coexisten en esta sociedad compleja.
Decidir, en un mundo complejo e interdependiente, es siempre codecidir. Y toda codecisión comporta reconocimiento, responsabilidades y exigencias recíprocas para quienes la comparten. De ahí que las sociedades plurales, sean comunidades estatales o subestatales, articulan su pluralismo interno mediante mecanismos de codecisión, estableciendo vínculos acordados que solo se pueden modificar de manera pactada.
No hay sociedad democrática sin respeto a la legalidad, pero tampoco si esa legalidad impide su eventual reforma de acuerdo con un principio democrático de modificación de la realidad vigente abierto a incorporar nuevas demandas y obligaciones de acuerdo con los cambios de valores que se van produciendo. Todas las identificaciones nacionales presentes en la sociedad vasca tienen igual legitimidad y el derecho a ser integradas en los procedimientos de decisión, todas deben hacer un esfuerzo integrador de sus respectivas posiciones, moverse para el logro de un fin tan necesario como deseado por la ciudadanía vasca.
Las naciones ni desaparecen ni sustituyen a los Estados; no son rivales de éstos, sino que ambos se relacionan entre sí sobre la base de una interdependencia asimétrica. El reconocimiento plurinacional no destruye la noción de Estado; al contrario, la adapta y la moderniza conforme a las nuevas concepciones emergentes del ejercicio del poder soberano en el siglo XXI.
La fortaleza de una democracia depende básicamente de un componente tan intangible como estratégico: el contrapeso de la solidaridad, valor que solo puede construirse desde el respeto y el reconocimiento a las identidades plurales y múltiples, dentro y fuera de los Estados.
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