Urgente Grandes retenciones en la A-8 y el Txorierri, sentido Cantabria, por la avería de un camión

Vivimos momentos de zozobra y tensión política y social; por un lado, en la dimensión nacional el contexto político parece envilecerse por momentos; en la esfera internacional comprobamos cómo la geopolítica sigue marcada por el caos, el recurso a la guerra, el uso desmedido y ... brutal de la fuerza, las diferentes varas de medir ante las brutales vulneraciones de derechos humanos y el incumplimiento impune de las normas internacionales por parte de muchos Estados. Todo ello demuestra que el edificio de la convivencia es mucho más endeble de lo que parece. Su debilidad deriva de que siempre está en construcción. Hay que protegerlo, mantenerlo. La lección que cabe extraer es que no hay conquista de la modernidad que no sea reversible, por segura que parezca, y que si no cuidamos los grandes consensos y los valores inherentes a la convivencia siempre estará latente el riesgo de quiebra.

Publicidad

¿Cómo superar ese bucle de negatividad y conflictividad en que está instalada la política y tratar de lograr que se oriente hacia la consecución de un gran pacto social y político estable, duradero, con el fin de sentar unas nuevas bases que perduren en el tiempo y permitan adaptarse a la frenética sucesión de cambios sociales y a los grandes problemas de convivencia, sociales y medioambientales, entre otros, que marcan nuestra época?

Pese a la comprensible mezcla de escepticismo e impotencia, cabría preguntarse a qué nos referimos cuando reflexionamos sobre la paz o la conciencia ética, o cuando hablamos de la necesidad de una base ética común y compartida, o proponemos aprender a convivir, a dialogar y a entender que acordar no es claudicar.

Las relaciones entre ética y política son un tema de viva discusión cotidiana, ahora más que nunca. Han coincidido en el tiempo diversas circunstancias que nos van a obligar a una profunda elevación de los criterios de lo que juzgamos aceptable en política desde un punto de vista ético.

Publicidad

La ética y la conciencia privada son importantes, sin duda, pero nuestras legítimas exigencias democráticas superan la mera conciencia privada, son más amplias que el hecho de actuar dentro de los márgenes de lo jurídicamente irreprochable. El parámetro de valoración de la política y de los políticos no puede ser el Código Penal. Entre lo penalmente sancionable y el ámbito privado de conciencia debe alzarse también una ética pública. La ética marca los límites de la política, pero no sustituye a esta.

Un Gobierno ha de ser éticamente intachable, no puede haber ni un buen Gobierno ni un buen político si no se respetan unos mínimos éticos, pero la ética sin más tampoco garantiza la buena política. Lograr el equilibrio entre el componente ético, el liderazgo, la gestión eficiente, la correcta jerarquización de actuaciones y actuar bajo principios de buen gobierno capaz de aglutinar consenso ciudadano exigen una regeneración de la política para confiar de nuevo en ella y en quienes la ejercen.

Publicidad

La ética es un auténtico patrimonio de la Humanidad. No se detiene en la teoría pura porque se refiere a la práctica humana. Educar en las actitudes éticas tiene una determinante transcendencia para la convivencia cívica a corto y largo plazo. El respeto. La honradez. La cooperación. La sinceridad. La lealtad. La solidaridad. La responsabilidad. La fortaleza. El compromiso. La prudencia. La justicia y la equidad. La igualdad y la libertad. Todos esos, entre otros, son valores éticos. Es necesario conocerlos, defenderlos y aplicarlos.

¿Cómo proyectar estas premisas éticas sobre la política actual? Si algo caracteriza a los complejos problemas de nuestro tiempo es que no hay soluciones perfectas. Por ello, debe implantarse una hasta ahora ausente política anclada en el diálogo. Negociar y llegar a acuerdos es algo tan tangible como valioso. Sentarse a negociar supone dialogar, conlleva el reconocimiento del otro, implica tratar de comprender sus argumentos, supone confrontar los intereses en presencia.

Publicidad

Nadie ostenta la verdad ni la razón absoluta. Hay que hacer un gran esfuerzo para que la concordia y el sentido común vuelvan a presidir el ejercicio de la política. La confianza no se logra con meros discursos; requiere renuncias recíprocas, exige tiempo, dedicación, esfuerzo continuo y constante: hay que trabajarla.

Ello requiere capacidad de diálogo, paciencia, no encresparse, dosis de persuasión y de dialéctica, dejar los egos a un lado, voluntad y discreción. Como apuntó con acierto Toni Judt, solo de la mano de una ciudadanía tan cívica como responsable y de una política bien articulada será posible generar confianza, cooperación y acción colectiva para el bien común.

Publicidad

Nuestro reto pendiente como sociedad pasa por lograr generar e impulsar una cultura democrática de pleno respeto de los derechos civiles, políticos y sociales de todas las personas y por transmitir a las nuevas generaciones una cultura del diálogo y de no violencia como instrumento único para resolver los conflictos. La democracia es el arte de vivir en desacuerdo y convivir entre diferentes.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad