Ha pasado una semana de la primera de las citas con las urnas de este nuevo ciclo electoral que comenzó el domingo pasado, seguirá el 23 de julio con las elecciones generales y culminará previsiblemente en 2024 con las elecciones al Parlamento vasco y al ... europeo. Más allá de la valoración de los resultados y de los pactos poselectorales, una primera reflexión es que el rail central que ha emergido en esta primera campaña ha minorado el protagonismo tanto de la dimensión identitaria como el de la territorial o la cuestión de soberanía, y que gran parte del debate se ha centrado en los modelos de sociedad que cada formación política propone, en cómo gobernar en tiempos tan complejos y en el ámbito socioeconómico, energético y medioambiental, junto a la vertiente clave de los cuidados, los derechos sociales y la dimensión de la persona.
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Vivimos momentos de discontinuidad histórica, de transición y evolución hacia realidades cada vez más complejas, tanto en la composición de nuestra sociedad como en la entidad de los retos a los que atender. ¿Dónde se ubican en este nuevo contexto político y social los conceptos de ciudadanía y de nacionalidad? Un importante sector académico e intelectual europeo cuestiona y debate la idea de ciudadanía unida a la de nacionalidad por ser considerada una herencia ya superada del modelo decimonónico de Estado, hoy obsoleto e inviable.
El filósofo alemán Jürgen Habermas pertenece a esa corriente que propugna desconectar la noción de ciudadanía de la nacionalidad y contrapone a tal binomio el de 'ciudadanía e identidad nacional'. ¿De qué manera deberíamos sentir y ahormar nuestras identidades para que no se resienta la convivencia plural en la sociedad vasca? Con conciencia de que nuestros sentimientos de pertenencia son valores a preservar revestidos de un carácter no absoluto. La identidad debe ser compatible con el valor del encuentro y, al mismo tiempo, impedir la absolutización de lo colectivo, ya que los derechos de las naciones no se deben construir nunca contra los derechos de las personas.
El concepto de ciudadanía vasca (el Estatuto de Gernika alude a «la condición política de vasco») ha de basarse en una diversidad cultural anclada en el diálogo, que permita combinar la unidad en la diversidad y que evite la asimilación y la homogeneización forzada.
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La convivencia en la sociedad vasca requiere que logremos formular y compartir una identidad vasca capaz de integrar la pluralidad de sentimientos de pertenencia e identificaciones que coexisten en esta sociedad compleja y que sintamos y compartamos esa identidad plural sin que nadie tenga que renunciar a sus elementos identificadores.
La identidad de las naciones es más fuerte cuanto más apueste por ser abierta, integradora y respetuosa con sus diferencias interiores. Una nación cívica debe basar su fuerza en una concepción inclusiva de la identidad, como sociedad de ciudadanos, que valora su pluralismo interno y su complejidad social. Ése es el camino a recorrer entre todos. Y la conclusión a este debate debe tener un sólido anclaje ético, basado en el principio de que el conflicto de identidades y el de la violencia han sido, son y serán siempre dos cosas distintas: el terrorismo, la violencia de raíz política, nunca representó una consecuencia natural de un conflicto político sino su perversión.
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Con demasiada frecuencia vivimos nuestra realidad desde compartimentos casi estancos: atendemos a aquello que satisface nuestra pretensión de identidad, escuchamos o leemos con prevención todo aquello que llega de parte de quienes no integran nuestro pequeño universo social, político o ideológico… Y todo ello nos empobrece.
El lema europeo, tan precioso como utópico, afirma estar «unidos en la diversidad» y es perfectamente extrapolable a nuestra Euskadi del siglo XXI. Debemos construir un modelo de ciudadanía y de relación con otras realidades nacionales y culturales congruente y respetuoso con los derechos humanos, que nos permita transigir, convivir y dialogar con las minorías culturales internas y con las diversas concepciones del 'ser' y del 'sentir' vasco. La uniformidad cultural, la armonización y la homogeneización forzada debilitan la cohesión social.
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La presidenta de Eusko Ikaskuntza, Ana Urkiza, formulaba hace unas semanas de forma muy atinada su visión acerca de cómo ha evolucionado la sociedad vasca en relación a la convivencia identitaria, al señalar cómo en lugar de encerrarse en uno mismo y en subrayar las diferencias respecto al resto, hoy día cabe abogar por una única identidad común en la que se integren, se consideren y se tengan presentes todas las identidades atendiendo a los elementos que nos unen, y no a los que nos diferencian o distancian, que son en los que nos hemos basado hasta ahora para defender cada uno su identidad. Ojalá avancemos en esta dirección, la convivencia entre diferentes saldrá reforzada.
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