El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas está integrado por quince Estados: cinco miembros permanentes (EE UU, Rusia, China, Reino Unido y Francia) y diez que ocupan su sillón por dos años. En cuestiones de fondo se requiere que no haya ningún voto negativo de ... los cinco Estados permanentes, regla impuesta por ellos mismos en la Conferencia de San Francisco en 1945 que dio nacimiento a la organización. Este privilegio proviene de los acuerdos entre Roosevelt, Churchill y Stalin. Y cualquier modificación de esta injusta regla de veto requiere que ninguno de los cinco Estados se oponga a ello. Cada vez que se ha intentado su eliminación (ha habido varias propuestas) se ha fracasado.
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Y ante esta anomalía de gobernanza interna que representa la existencia del veto, los Estados compiten entre sí, cuando el futuro común amenazado nos exige un esfuerzo de diálogo y comprensión que derive en una cooperación mundial efectiva. El mundo necesita consensuar una ética que no se pueda trampear. El fin del derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU abriría una oportunidad al diálogo internacional sin polarizaciones. Los intereses humanitarios globales han de prevalecer sobre los egoístas e irracionales de las naciones para garantizar un futuro en paz.
Vivimos momentos cruciales de la historia, tenemos la responsabilidad de lograr un mundo en el que la ley y su respeto sea el único e indiscutible camino para promover la paz y la cooperación. No podemos permanecer impasibles como sociedad civil. Alcemos cívicamente nuestra voz, nuestra exigencia y nuestra dignidad como parte de la Humanidad. Llevamos demasiado tiempo contemplando impasibles cómo la ONU asiste a un declive de su 'auctoritas' institucional a nivel mundial. El uso abusivo, y para muchos ilegítimo, del derecho al veto ha dejado a esta institución paralizada ante la barbarie de la guerra.
La existencia del veto y las condiciones de su aplicación suponen un obstáculo para la paz; son innumerables las ocasiones en las que el veto puede ser la diferencia entre que una intervención vea o no la luz y, por tanto, que una situación de conflicto se prolongue en el tiempo, con dramáticas consecuencias tanto para la Humanidad como para los objetivos que persigue esta organización internacional.
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En los últimos tiempos, la utilización frecuente del veto sobre todo por Rusia, pero también por China y EE UU para impedir la actuación de la ONU ante la denuncia por parte de la comunidad internacional de las atrocidades (crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad, depuración étnica o genocidio), ha llevado a la indignación y a la frustración ante la omisión de acción del Consejo de Seguridad. Vetar acciones equilibradas y proporcionadas, razonadas y basadas en hechos objetivos de dominio público, destinadas a evitar un mal que inflige sufrimientos indecibles, perjudica la credibilidad y legitimidad de Naciones Unidas.
Es el momento de la ciudadanía, tenemos que elevar el listón de nuestras exigencias y reafirmar nuestra convicción en el poder y en la legitimidad de la ONU para resolver los conflictos internacionales. Para ello es fundamental y prioritario exigir cambios en su gobernanza interna y en su política. Para que Naciones Unidas recupere su credibilidad y su capacidad de liderazgo en el ámbito mundial debe modificarse su gobernanza interna y ponerse fin al derecho del veto de los cinco Estados que lo ostentan. El fin del veto es clave para que la ONU pueda ostentar de nuevo la autoridad como árbitro internacional consensuado por todo el planeta para promover la paz por medio del diálogo y el arreglo pacífico de los conflictos.
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Es el momento de un necesario diálogo racional entre los Estados frente a una geopolítica mundial sumida en el caos y que sigue marcada por el recurso de la guerra, por el uso desmedido y brutal de la fuerza. El incumplimiento impune de las normas internacionales y la tendencia geopolítica global hacia el conflicto bélico conducen al pesimismo, la debilidad y la desconfianza en las instituciones.
Los Estados están de facto compitiendo entre sí (de forma comercial e incluso bélica) cuando en realidad la clave en tiempos tan complejos radica en cooperar. Esta tendencia se agudiza en la dimensión geopolítica global por el hecho de que el mundo vive momentos de gran debilidad institucional.
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Dos de los principales problemas a los que nos enfrentamos derivan, por un lado, de la inexistencia de unas reglas internacionales capaces de atender a los retos derivados de un contexto geopolítico mundial presidido por el conflicto permanente y por la ausencia de un equilibrio global; y por otro, topamos con la inexistencia de un liderazgo mundial compartido. Por todo ello resulta imprescindible tratar de revitalizar el multilateralismo. Y también hay que resetear y reforzar el espíritu, impulso y vitalidad de un renovado consenso mundial en torno a la defensa de los derechos humanos.
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