Procuramos que las aulas sean burbujas frente a la pandemia ocasionada por el SARS-CoV-2 que daña nuestra salud, arrebata la vida a miles de personas y condiciona nuestra cotidianidad, y ante el cual no hemos encontrado aún ni cura ni vacuna. Periódicamente, abrimos ... las ventanas de esas clases estancas para que el aire limpio las inunde de nuevo y el virus se disipe, si es que ha logrado entrar.
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Tampoco podemos olvidar la persistencia de otro enemigo más intangible si cabe, la intolerancia fanática que ataca también a la vida de las personas, a su convivencia y a todo el tejido social. El terrorismo, como una toxina invisible, arremete contra nuestros órganos principales, contra nuestra cabeza, intentando confinar nuestra libertad de razón y decisión, y también contra nuestros corazones, buscando inocularnos odio y miedo con su terrible violencia. Por eso necesitamos generar en las mentes y espíritus de nuestros jóvenes los mejores anticuerpos de tolerancia, proteínas de libertad y respeto al diferente.
Necesitamos que cada colegio e instituto sea un espacio seguro frente al riesgo de su contagio, procurando que circulen conocimiento y reflexión suficientes que hagan a nuestros jóvenes menos vulnerables. Y sin embargo, al calor de los datos proporcionados por la consejera de Justicia, parece que son muy pocos, apenas un 12%, los centros educativos vascos que buscan proteger de forma efectiva a su alumnado ante la amenaza que supone, vacunándole contra un veneno que no se combate con olvido sino precisamente con la memoria del daño causado a sus víctimas y la generación de solidaridad hacia ellas.
Sabemos que su testimonio en las aulas, el de las víctimas del terrorismo, constituye un recurso pedagógico valioso y contribuye al proceso de educación para la convivencia, como afirmó el Consejo Escolar de Euskadi en 2009. Hemos probado con éxito, desde 2011 de forma programada, este tratamiento. Y sin embargo, diez años después y a pesar de haberlo contrastado fehacientemente, seguimos sin generalizarlo, dejando en desamparo a miles de jóvenes cada año. ¿Por qué?
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Contra el virus del terrorismo utilizamos tratamientos judiciales, policiales o políticos, pero también tenemos la obligación de actuar preventivamente, educando en valores para facilitar una convivencia basada en la igualdad y el pluralismo; para apreciar mejor el sistema democrático como garantía del ejercicio de la libertad de forma responsable y respetuosa con quien piensa diferente; para comprometerse a defenderlo frente a quienes lo atacan con violencia.
Ese espacio seguro que debemos ofrecer al alumnado no es seguramente un espacio confortable para su profesorado. Le obliga a poseer sólidos principios y amplios conocimientos. Le exige ser imparcial ante opiniones particulares, pero sin mostrar neutralidad ante la intolerancia y el fanatismo. Le requiere atender a una educación intelectual, pero también sentimental, promover el análisis colectivo al igual que la reflexión y la respuesta individual.
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Hace unos días, Samuel Paty, profesor de Historia y Geografía, fue asesinado cerca del centro educativo donde trabajaba en el Departamento francés de Yvelines. Quienes lo conocían lo califican como un docente comprometido profesionalmente, preocupado por conseguir que sus estudiantes miraran de forma crítica el espacio exterior. Al parecer, su última clase la dedicó a reflexionar sobre las desigualdades y la guerra. Y sí, les había mostrado el valor de la libertad y el respeto a las creencias, recordando con delicadeza didáctica el terrible atentado al semanario 'Charlie Hebdo' que causó doce víctimas mortales.
Pero hay negacionistas de todo esto, personas y organizaciones que rechazan calificar la violencia terrorista como un virus dañino o que consideran su riesgo exagerado, cuando no justificado. También las hay que proponen que la escuela transite de espaldas a la intimidación terrorista, arrinconando con ello a muchos niños y jóvenes víctimas directas de la misma y olvidando que está ahí, al acecho, buscando convertirles en supercontagiadores de una idea totalitaria o una creencia sectaria.
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Cuando se cierra la escuela al mundo, incluso a su entorno más cercano, cuando silencia su función y ofrece una educación incompleta, cuando se aísla y olvida su deber de proporcionar conocimiento, espíritu crítico y sentimientos solidarios, se roba a los más jóvenes su derecho a ser educados integralmente y se les deja inermes ante la amenaza. Por eso, debemos hacer de los centros educativos focos de pluralidad, respeto y entendimiento, al igual que de rechazo y deslegitimación de toda violencia que suponga conculcación de los derechos humanos, incluido especialmente el terrorismo.
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