Las fiestas y la molestia
Ser adicto no es una elección voluntaria, es una situación biológica
Josean Fernández
Sábado, 7 de septiembre 2024, 00:02
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Josean Fernández
Sábado, 7 de septiembre 2024, 00:02
Tras haber pasado la mayoría de las celebraciones veraniegas les invito, aunque este tiempo perezoso no se preste a ello, a reflexionar sobre esa tendencia 'invitadora' que tanto se gasta en nuestras calles; ese prodigio solidario de reparto de sonrisas y 'sana' alegría que, depende ... en qué circunstancias, a lo mejor no lo es tanto. Es que, miren ustedes, según lo veo yo, y probablemente me equivoque, aquí todo este bullir jaranero se concentra en el «ven, vamos a tomar algo», «venga, no seas 'aguafiestas'» (ojo al dato con la palabreja esta), «por una no te va a pasar nada…». ¿Cómo podría yo explicarles que en los receptores celulares de una persona adicta estas frases son dardos envenenados que siembran de dudas un cerebro inmaduro que lo es, precisamente, por haber sucumbido siempre sin contención alguna a esas invitaciones? ¿Cómo explicar el efecto de inquietud e inseguridad que provocan? ¿Cómo hacer entender el miedo a desairar al decir «no gracias»? ¿Cómo mostrar la lucha que se desata en el interior de una persona adicta entre el «¿y por qué no?» y el «no te conviene, es malo para ti»?
¿Cómo no quedar mal por no querer hacer lo que todo el mundo hace y te invita a hacer? ¿Cómo se puede ser tan raro y antisocial? ¿Qué tiene de malo tomarte 'un agua', aunque alguien ponga mala cara por eso mientras consume su dosis de alcohol con alguna que otra mirada malévola o condescendiente al botellín de agüita? ¿Cómo evitar no decir alguna inconveniencia cuando el más 'chisposo' comienza a verter insinuaciones sobre la confianza o la desconfianza en «alguien que no bebe alcohol»?
¿Adónde mirar mientras paladean tu droga favorita y el deseo imperioso de consumo se empieza a desatar? ¿Adónde mirar para evitar las miradas, las palabras o los gestos maliciosos de alguno que, probablemente, desconozca la clase de volcán que se está desatando en tu interior? ¿Cómo no intentar demostrar a todo el mundo que uno 'ya es normal' otra vez y puede consumir como la gente normal? ¿Cómo no soltar sin rubor un «venga sácame una a mí también»? ¿Cómo evitar el temblor de manos ante la que se te viene encima sabiendo como sabes lo que va a suceder, lo que ocurrió siempre cientos de veces? ¿Cómo olvidarse de aquello de la misma manera que, según parece, ellos se han olvidado? ¿Cómo salir airoso de ésta? ¿Qué decir? ¿Quién acudirá al rescate? Todo este autointerrogatorio es una cuestión de pocos minutos nerviosos, en los que tomar una decisión adecuada puede ser harto difícil.
¡No! En serio. Es que, al final, la invitación amable acaba derivando hacia el desahogo del más o los más acomplejados que, con alcohol, se convierten en supermanes contra el soso 'aguafiestas', ya que empiezan a no entender la razón de que esté allí sentado entre personas normales, después de, seguramente, haber sido los más insistentes en quebrar su voluntad para conseguir que lo hiciera. ¿Cómo le explicas a alguien que está bajo los efluvios del alcohol que, como adicto, no tienes opción; que si tomas solo una cerveza se puede desatar la vorágine insaciable que te llevó a pedir ayuda, mucha ayuda, para no volver a tomarla? Ayuda que te has permitido poner en entredicho por un compromiso incómodo del que ahora es más difícil salir de lo que hubiera sido correr el riesgo de parecer antisocial, antipático o borde.
En esto se produce una situación curiosa: los que aún consumen se esfuerzan por reintegrar en su ámbito de consumo y fiesta a quien, seguramente, fue criticado, marginado e incluso insultado porque «no sabía, o tenía, mal beber», o porque comprometía a los demás con su manera de comportarse bajo los efectos del alcohol. Y, el borracho, que así es como se suele nominar a las personas como el susodicho, no entiende cómo es posible que intenten integrarlo los mismos que le rechazaron por hacer justo lo que le están pidiendo que haga.
Claro, dirán ustedes, es que hay personas que «saben» beber y hay personas que no. Oigan, beber es tan sencillo que lo aprendemos desde que nacemos con el pecho de nuestra madre. Beber alcohol es otra cosa. Y no creo que eso se lo tenga que enseñar nadie a un borracho. Otra cosa es qué efectos produce en el organismo de unas personas y cuáles en el de otras. Una persona que, por su naturaleza, genética o consumo inusitado de su entorno se ve atrapada por la adicción, no tiene posibilidad alguna de dejar de ser adicta, ni de evitar la brutal tentación (y he escrito tentación) de ingerir su droga favorita cuando la tiene delante (como cualquier otra droga).
Una persona de estas características, como el que suscribe, tiene que hacer un trabajo durísimo de recomposición neurológica para invertir sus demandas celulares condicionadas (Pavlov) por cientos o miles de repeticiones. Tiene que contener el deseo desatado por recompensas celulares de ocho a diez veces superiores a cualquier gratificador normal de supervivencia. Y, para terminar, habría que recapacitar sobre si este comportamiento de complicidad social se aplicaría con la misma impunidad con otro tipo de sustancias, digamos, ilegales, que no más peligrosas. Que, en fin, señores míos, ser adicto no es una elección voluntaria. Es una situación biológica. Y, ante la presión social, apreciable o no por quienes no son adictos, la pregunta es ¿quién molesta a quién? ¡Ah! ¡Perdón! Disculpen la molestia…
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.