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El entorno en general y la naturaleza en particular son una magnífica fuente de inspiración para la innovación, porque los yacimientos de innovación están cerca de nosotros, en el día a día de lo que hacemos. Así, ser capaces de activar los mecanismos para ver ... lo nuevo en lo cotidiano es fundamental para innovar. Dejarnos sorprender por una 'normalidad' aparente, viendo donde otros no ven. La mayor parte de las veces estamos esperando que ocurra un suceso extraordinario que rompa con la normalidad para poner en marcha nuestra curiosidad, activar la atención y disparar la intuición y la creatividad. Pero esto, que también puede suceder, está relacionado con ver la innovación como algo extraño, raro, nuevo. Sin embargo, deberíamos acostumbrarnos a enfocar la mirada en lo cotidiano, lo natural, lo que parece normal, porque ese mundo, en apariencia conocido, está lleno de sorpresas.
El problema para innovar no está tanto en los estímulos del entorno, que son permanentes, como en nuestra disposición mental para ver lo nuevo en lo viejo, lo original en lo conocido. Se atribuye al gran Leonardo da Vinci la reflexión de que «a veces las personas miramos sin ver, escuchamos sin oír, tocamos sin sentir, comemos sin gusto, nos movemos sin fijarnos en el cuerpo, olemos sin percibir los aromas y hablamos sin pensar». O sea, que pasamos por la vida sin enterarnos de nada, y eso es un verdadero desperdicio desde el punto de vista de la innovación.
Por eso, necesitamos volver al origen, pues, como diría el gran Gaudí, «la originalidad consiste en volver al origen». Conscientes de que cualquier vuelta al origen, siempre con una mirada más ilustrada, más preparada, más acompañada de un mayor conocimiento, nos permitirá ver cosas nuevas, cosas que antes no éramos capaces de ver. Porque cada viaje al origen es un viaje nuevo, lleno de nuevas oportunidades.
En realidad, cualquier proceso de innovación nunca se construye desde cero, desde la nada, desde la absoluta falta de referencias. Algo así como si nos encontrásemos en la oscuridad más absoluta y, de pronto, surgiese la luz. No partimos de la nada. Siempre hay un origen, una referencia, un contexto de base en el que se produce el estímulo inspirador. Y ese origen, que nos llevará a la originalidad, está en nuestro entorno esperando a que la mente lo perciba y se active. Y esto me lleva a hablar de una manera de entender la innovación como 'innovación imitativa'. Un verdadero oxímoron que apadrinaría el genial Gaudí y que tiene la particularidad de abrirnos el campo de juego para innovar, a partir de una mirada inspiradora en todo aquello que nos rodea.
Así, la serie de Fibonacci -en la cual cada número sucesivo es la suma de los dos números precedentes (1,1,2,3,5,8,13, …)- surge regularmente en la naturaleza. Describe, por ejemplo, el número de pétalos de las margaritas, cómo se incrementa la densidad de las ramas conforme subimos por el tronco de un árbol, o cómo se organizan las escamas de una piña.
Esta inspiración e imitación de la naturaleza no es algo nuevo; se conoce como 'biomimética'. Una disciplina que consiste en utilizar los diseños de la naturaleza para resolver problemas de ingeniería, ciencia de los materiales, medicina y otros ámbitos de estudio.
Es conocida la génesis del velcro, en la década de los 40 del siglo XX. El ingeniero suizo Georges de Mestral examinaba los cardos que se le pegaban al pantalón y al pelo de su perro cada vez que salía de paseo. Observando en el microscopio vio que las púas terminaban en unos ganchos diminutos, que le sirvieron de inspiración para inventar el velcro. Después de años de investigación pudo patentar su invento. Parece que le decepcionó que los diseñadores de moda no lo incorporaran enseguida, pero ha tenido múltiples aplicaciones, además de estar tan extendido actualmente como la cremallera. Uno de los primeros usuarios fue la NASA, que lo utilizó en los viajes a la Luna, en botas y trajes espaciales.
Así pues, la naturaleza es una fuente inagotable de inspiración para la innovación. Un escarabajo del desierto ('Onymacris unguicularis'), que cada mañana sube a la cima de la duna, gira el cuerpo contra el viento, estira las patas traseras y baja la cabeza para atrapar la niebla proveniente del mar y formar gotas de agua, es la inspiración para fabricar un material que recolecta líquidos y que, al mismo tiempo, es impermeable. La mosca del vinagre sirvió como inspiración para el diseño de redes informáticas. El estudio de los murciélagos ayudó a diseñar y fabricar bastones para ciegos, basados en el sónar de estos animales. El pez amarillo que inspira prototipos de coche. La hoja de loto que inspira una superficie natural autolimpiadora e hidrófuga. La aleta de la ballena que nos lleva al diseño de aspas de turbina para energía eólica. La piel de tiburón para diseñar un bañador… ¿Innovación imitativa?
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