En los años 70 y 80 asistimos a una gran movilización para hacer frente a la reconversión industrial. Así, entramos en la década de los 90 con grandes desafíos y reconversiones pendientes. Unos últimos coletazos que removieron las estructuras del país y las sometieron a ... una tensión asfixiante. Con todo, fuimos capaces de salir adelante de la mano de una política industrial activa y comprometida con las políticas sociales, que fueron adelantadas a su tiempo.
En esa década de los 90 nos movilizamos, también, para activar nuestra capacidad competitiva y progresar a partir de una estrategia basada en la calidad. Esto nos llevó a crear Euskalit, la Fundación Vasca para la Calidad, y a movilizar todo el entramado económico, social e institucional en torno a un compromiso claro con la calidad. De los años 90 salimos con una economía renovada y asentada en unas bases sólidas para el futuro.
El comienzo de siglo nos hizo ver que solo con la calidad no iba a ser suficiente y nos movilizamos en torno a la innovación. El esfuerzo por socializar esta necesidad estratégica fue inmenso, y todavía lo sigue siendo. Así, creamos Innobasque y pusimos a la innovación en el centro de nuestras actuaciones.
Y todo esto está muy bien, pero estamos en otros tiempos, con otras necesidades y otros desafíos, que nos van a exigir una acción concertada de todos los agentes económicos, sociales e institucionales para ser capaces de construir un futuro de progreso. Este desafío no es nuevo. Viene de lejos y no debería pillarnos de nuevas, pero parece que no somos conscientes del alcance y la urgencia del mismo. Y tiene que ver con la evolución demográfica.
La demografía constituye una de las referencias más ejemplarizantes de la expresión de la contradicción permanente entre el corto y el largo plazo. De hecho, las previsiones demográficas son un ejemplo de predicción poco aventurada, pues se manifiestan en términos muy precisos y ciertos, que se cumplen indefectiblemente en el largo plazo. Sin embargo, aunque su materialización provoque pocas dudas, nos cuesta tomar las medidas que se derivan de sus escenarios previstos porque afectan al corto plazo. El permanente dilema entre el corto y el largo plazo y el juego de renuncias que implica tienen un caldo de cultivo inigualable en las previsiones demográficas y sus consecuencias.
Se calcula que vamos a necesitar entre 400.000 y 500.000 nuevos trabajadores para hacer frente a las necesidades de nuestro desarrollo económico y social, derivadas de la gran jubilación y de los desafíos de la nueva economía. Y por muchas medidas que tomemos de orden interno -incrementar la natalidad, retener a nuestros profesionales…- no va a ser suficiente. Necesitamos incorporar personas con todo tipo de cualificaciones.
La nueva movilización pendiente tiene que ver con las personas, con las que estamos y con las que necesitamos que estén. Para ello hay que activar mecanismos de todo tipo que impulsen un flujo de personas dirigidas a nuestras empresas e instituciones, facilitando su incorporación a nuestra sociedad. Así, las políticas de integración de los nuevos colectivos que necesitamos acoger van a resultar capitales para afrontar el desafío y plantean retos en todos los ámbitos: políticos, sociales, económicos, culturales…
Por eso, es urgente desarrollar nuestra capacidad de atraer y acoger a profesionales de todo el mundo para que compartan nuestro proyecto, así como recuperar a muchos de los nuestros, que se encuentran fuera, para que vuelvan a compartir nuestro futuro. Toda una pléyade de vascos diseminados por el mundo con altas cualificaciones y experiencias profesionales exitosas.
Por otra parte, los flujos migratorios ya se están produciendo y afectan, en gran medida, a colectivos que no tienen la cualificación y preparación adecuadas. Surgen, así, graves problemas de control migratorio y de integración que van a ir en aumento y generar tensiones de todo tipo. Porque también vendrán personas sin preparación a las que deberíamos acoger y formar para que se integren en nuestro proyecto de país.
En este contexto, los desafíos para el sistema educativo, por ejemplo, son descomunales. Por un lado, la caída demográfica amenaza con vaciar las aulas. Por otro lado, la integración de nuevos colectivos de inmigrantes cambia sustancialmente el perfil y las necesidades de los alumnos.
Todo esto resulta de especial complejidad en un mundo abierto, proyectando un desafío descomunal que debería marcar la agenda política y social en los próximos años, porque se trata del verdadero debate sobre nuestro modelo social de bienestar. Cuanto antes nos pongamos a ello, mejor porque ya andamos tarde.
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