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La complejidad se ha convertido en nuestro compañero de viaje más reciente. Es el resultado de una diversidad creciente que exige una labor de integración para encontrar una lógica común en manifestaciones de fenómenos diversos que surgen respondiendo a lógicas que parecen diferentes. Cuanta más ... diversidad emerge, más complejidad se manifiesta, porque más difícil resulta su integración en un relato común. En todo caso, la diversidad está en la base de la complejidad. Resulta una obviedad que si no existiese diversidad y todas las manifestaciones de un fenómeno fuesen iguales, la complejidad derivada del mismo sería nula.
El mundo se caracteriza por una explosión de diversidad derivada de las posibilidades, que crecen exponencialmente, de conectar cosas y personas en el menor tiempo posible. Cosas y personas que siempre han estado ahí, pero que ahora se nos hacen presentes a través de conexiones que antes no éramos capaces de establecer. Se trata, también, de un proceso de crecimiento y desarrollo personal, en la medida en que a través del aprendizaje generamos nuevo conocimiento, somos capaces de observar y comprender más cosas y estamos más preparados para ser conscientes de las manifestaciones de diversidad que nos rodean, algo que está en la base de todo proceso innovador. Un proceso que se despliega, también, de la mano de la empatía, la capacidad de percibir y ponernos en el lugar de los demás.
En todo caso, con independencia de la complejidad creciente y de la incertidumbre que pueda generar, son buenos tiempos para la diversidad. En la medida en la que el tiempo de conexión entre realidades diferentes ha disminuido radicalmente, la diversidad emerge y se manifiesta en toda su expresión. Así, hace años, las posibilidades para conectar cosas materiales y para conectarnos las personas estaban muy condicionadas por una tecnología que implicaba un gran consumo de tiempo. Por ejemplo, antes de las conexiones telefónicas las cartas constituían la forma habitual de transmisión; lo que consumía un tiempo considerable. La telefonía disminuyó el tiempo de conexión y nos acercó mucho más haciéndonos a todos mucho más presentes. En el momento actual el tiempo de conexión es mínimo y, por eso, las manifestaciones de diversidad son infinitamente mayores que antes.
Podemos estar en el mundo las mismas personas, pero ahora estamos conectadas casi en tiempo real por lo que la capacidad de influir unas en otras, estableciendo relaciones de todo tipo, ha aumentado exponencialmente. Esto pasa con las relaciones entre las personas, con las relaciones de las personas con las cosas y con las relaciones de las cosas entre sí. Vínculos que expresan conexiones entre elementos diferentes, que adoptan distintas formas y que dan lugar a diferentes manifestaciones de la diversidad. Una verdadera explosión de diversidad en todas las facetas de la vida que encierra una gran oportunidad para progresar.
Uno de los impactos más relevantes del incremento de diversidad lo vemos de la mano de los flujos migratorios, que plantean un desafío de primer orden para conseguir que las personas que llegan a un colectivo puedan integrarse en el mismo. Y la búsqueda de los mecanismos más adecuados para garantizar esa integración no es una cuestión fácil de abordar, pues son múltiples las aristas a tener en cuenta.
El ejemplo de los Juegos Olímpicos, con los valores de excelencia, amistad y respeto, pone de relieve la importancia de caminar juntos para hacer que la diversidad sea capaz de protagonizar un relato común. Cuando esto se consigue las posibilidades de innovar y de progresar crecen de manera importante.
Sin embargo, las manifestaciones de diversidad que emergen con toda su expresividad y potencial nos ponen frente a una complejidad ante la que, muchas veces, nos sentimos desarmados. Por eso aparece la complejidad como una fuente de incertidumbre y desasosiego; porque no somos capaces de entender y poner en relación las muestras de diversidad crecientes en nuestro día a día.
Este aumento de complejidad, incertidumbre e inseguridad no debe preocuparnos demasiado si cultivamos el compromiso de observar y comprender para conocer. Y esto supone comprometerse con unos valores e implicarse en hacer del aprendizaje permanente nuestra verdadera obsesión, porque es así como pondremos en valor la diversidad, integrándola, dándole sentido al servicio del progreso.
Y aquí tenemos algunos problemas, pues es preocupante que estemos progresando tanto en tantas cosas y que no seamos capaces de acorralar y denunciar la mediocridad. Una mediocridad que no entiende de matices y diversidad. Y esto es grave, porque, como decía Wagensberg, «el buen mediocre cree que el talento y el esfuerzo son cualidades azarosas que distorsionan injustamente el principio de igualdad de oportunidades». Y así nos va.
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