En una comparecencia ante la prensa, la consejera de Igualdad y Asuntos Sociales del Gobierno vasco, Nerea Melgosa, declaraba, seguramente para animar a los más incrédulos, que el envejecimiento de la población vasca no era preocupante y que las buenas terapias aplicadas por los distintos ... ejecutivos no tardarían en dar sus frutos. Se apoyaba en que, en Francia, estas medidas reparadoras habían tardado 2O años en surtir sus efectos. Lo que a toda vista parecía querer ocultar que en esas dos décadas el país vecino seguía sufriendo un idéntico desmoronamiento demográfico y que los resultados esperados seguían sin mostrar signo reparador alguno.

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En Euskadi la evolución positiva tarda en afirmarse y esto no parece inquietar demasiado a las instituciones. Durante mucho tiempo se ha intentado hacer creer a la opinión pública que bastaba con medidas determinadas, siempre las mismas, para enderezar una dinámica que a plazo se anuncia devastadora y sin resultados satisfactorios. Intentar incidir en la natalidad de una población dada toca uno de los aspectos de la vida de las personas más íntimo, por no decir al que más. Los países de corte totalitario han ensayado ese ejercicio autoritario sin resultados convincentes, además de que en nuestras democracias no aceptaríamos esos atentados contra las libertades .

¿Qué hacer entonces?

Las políticas de natalidad se basan en la asunción generalizada y compartida de que un elevado número de nacimientos es una oportunidad, porque contribuye a reforzar la población, que de este modo depende menos de la inmigración para cubrir sus necesidades de mano de obra y aumentar su dinamismo económico mediante la renovación generacional y la llegada de jóvenes más capaces de innovar y adaptar el país a las actuales convulsiones económicas y tecnológicas. Se mantiene así la viabilidad del sistema de protección social, financiado por los trabajadores cotizantes. La entrada de un gran número de jóvenes en el mercado laboral garantizaría su futuro financiero.

Pese a todo ello, estas políticas, aunque aparentemente renovadas, siguen tratando la demografía sin situar a la mujer en el centro de la reflexión, lo que hace que su implementación tenga poco recorrido. Pero situar a la mujer y lo íntimo en el centro del debate no debe llevar a minimizar la dimensión institucional del nacimiento, especialmente en un país como Euskadi. Aunque más flexibles que en el pasado, estas políticas siguen teniendo como objetivo regular los nacimientos y penetrar indirectamente en la esfera privada, bien a través del control biomédico, bien a través de incentivos.

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Por lo tanto, si la vocación esencial de las políticas de natalidad en el pasado ha sido estimular y vigilar -con pocos réditos, hay que reconocerlo-, es legítimo preguntarse si esta vocación contiene aún alguna virtualidad y no va a desaparecer poco a poco en beneficio de un proyecto parental que tendría una existencia 'ex nihilo'.

El estado en que dejamos el mundo a las nuevas generaciones no les incita a reproducirse

En efecto, mientras las políticas de natalidad en el País Vasco persiguen la renovación de las generaciones, la falta de preocupación por tener en cuenta el deseo de los individuos de tener hijos se banaliza, también se valora cada vez más tener descendencia como un inalienable logro personal, al mismo tiempo que los nacimientos se siguen presentando como una ventaja para la sociedad. Y es en este terreno en el que todo análisis evaluativo se complica, porque este cambio de percepción se refleja en la posibilidad que se da a los padres de tener el número de hijos que deseen cuando lo deseen.

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En concreto, esto significa el acceso a las políticas anticonceptivas, pero también a la interrupción voluntaria del embarazo, sobre todo a través de la planificación familiar, con la posibilidad de tener hijos sin dejar de trabajar, erigiéndose en el ángulo muerto de toda política nativista pública.

Pero también estaríamos ante un indicador negativo para la natalidad: el estado en el que les dejamos el mundo a las nuevas generaciones, con sus crónicos dramas regionales, sus escandalosas desigualdades sociales, el modo en que tratamos al planeta, no les incita demasiado a pensar en reproducirse o a realizarlo con serenidad. Muchas veces parece que tener hijos puede representar una apuesta no exenta de temeridad e incertidumbre, factor que incide, qué duda cabe, en el número de nacimientos aunque siempre es difícil de evaluar.

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