Desde hace ya unos meses venimos oyendo declaraciones de ministros y ministras del Gobierno de España contra determinadas empresas y empresarios. Igualmente, las publicaciones de los beneficios empresariales se reciben con escándalo. Los medios de comunicación se hacen eco de estas manifestaciones y, poco a ... poco, va calando en la sociedad la idea de que la gran empresa es un depredador social del que hay que protegerse.
Más recientemente, también hemos oído las palabras de una autoridad de la Iglesia vasca que declaraba que nuestro «sistema económico es asfixiante y dictatorial», acusando a la gran empresa de «maximizar los beneficios a toda costa», incrementándolos todos los años «sin importar los daños a la sociedad o al propio planeta». Tras atribuir a la gran empresa la causa de la inflación, incluso llamaba a una «contestación cívica» ante ese capitalismo extremo.
Nuestro sistema económico, al que podemos llamar de «economía de mercado», se basa en unos pocos principios e inventos: la propiedad privada, el mercado como asignador de precios y recursos, el Estado de Derecho, la sociedad de responsabilidad limitada, la libertad de empresa y la regulación administrativa o pública que sea necesaria para asegurar su buen funcionamiento. Este sistema premia a las empresas y a los individuos efectivos y eficientes en la generación de productos y servicios y en el uso de los recursos sobre los que no lo son, y haciéndolo, genera progreso y riqueza en la sociedad.
Desde hace 200 años, esta economía de mercado (y el desarrollo tecnológico y científico que la acompaña) ha ido sacando de la pobreza extrema al 90% de la población del planeta y ha situado en la clase media (aquellos que viven entre 10 y 100 dólares al día) a la mitad de la población mundial. Yo llamaría «asfixiantes y dictatoriales» a aquellos sistemas económicos que han gobernado el mundo anteriormente: el feudalismo, los sistemas señoriales o serviles después, o los modelos de planificación comunistas cuyos resultados hemos visto en la Unión Soviética, Cuba o Venezuela. O en China y Vietnam antes de que giraran hacia economías de mercado. Este sistema económico «asfixiante y dictatorial» es el responsable del grado de prosperidad que vive nuestra sociedad.
Las empresas generan empleo, riqueza, estabilidad. Lo último que merecen es una «contestación cívica»
Yo no creo que sea buena la idea de «maximizar los beneficios a toda costa». Las empresas que lo hacen no van a sobrevivir mucho tiempo si insisten en ello. Se pueden maximizar los beneficios a costa de no invertir en nuevos productos y servicios, o en digitalización, o en nuevos medios de producción, pero esa empresa no será competitiva por mucho tiempo y sus clientes la abandonarán. Se pueden maximizar los beneficios si no se invierte en formación de los empleados o en una remuneración razonable, pero también irá perdiendo poco a poco los empleados. Se pueden maximizar los beneficios si no se invierte en investigación y desarrollo de productos y mercados, pero eso es pan para hoy y hambre para mañana. No debemos estar preocupados, pues, ya que si hay empresas que «maximizan sus beneficios a toda costa» no estarán durante mucho tiempo con vida.
El arte de gestionar bien una empresa es precisamente el de generar un excedente entre ingresos y gastos, y distribuirlo sabiamente entre inversión en nuevos productos y servicios que nos mantengan la base de clientes, en formación y remuneración de los empleados que permitan atraer y retener el talento, y en mostrar un retorno al capital que anime a los accionistas a permanecer y a reinvertir una parte del beneficio en la propia empresa.
Si los beneficios de la gran empresa (y la mediana y la pequeña) aumentan año a año será porque sus ventas aumentan año a año, lo mismo que las nóminas a sus empleados, sus compras a proveedores o los impuestos que pagan. Para las empresas crecer es importante, mientras que estancarse es preocupante. Las empresas crecen, y creciendo generan la riqueza que les permite pagar salarios a los empleados e impuestos para cubrir los costes de las administraciones y los servicios públicos. ¿Cuál es el problema de buscar el crecimiento año a año?
¿Y cuál es el problema de la gran empresa? ¿Por qué esa fijación en atribuir un carácter 'antisocial' a la gran empresa? Ojalá tuviéramos muchas más grandes empresas. Nuestro problema es precisamente el contrario: tenemos muy pocas. Las grandes empresas generan mucha estabilidad económica, laboral y social. No hay más que mirar hacia atrás, a los tiempos de la pandemia. Ha sido precisamente la gran empresa, que tiene normalmente más inercia, más recursos y más estabilidad, la que ha aguantado el bache sin desplomarse, mientras que muchas pequeñas y medianas empresas no han podido soportar la falta de ingresos y de actividad provocados por el parón del confinamiento.
Cuando viajo por países en desarrollo, una de las cosas que echo de menos es precisamente la falta de grandes empresas. Claro que hay pequeñas empresas intentando abrirse hueco, pero ganar tamaño para ganar estabilidad no es fácil. Las grandes empresas son muy necesarias.
¿Y cuáles son las grandes empresas? Pongámosles nombres. Sin pensar mucho me sale una larga lista: Michelin, Mercedes, Vidrala, Viscofan, Tubacex, Tubos Reunidos, BBVA, Kutxabank, Sidenor, Cie Automotive, Gestamp, Eroski, Orbea, Orona, ITP, Aernova, Vocento, Iberdrola, Petronor, Naturgas, Siemens-Gamesa, Solarpack, BM, Arteche, Velatia, Ingeteam, Idom, Sener, CAF, Talgo, entre otras.
Todas ellas y unas cuantas más son grandes empresas en el País Vasco. Creo que es bueno que pongamos cara y ojos a nuestras grandes empresas, que las conozcamos mejor, que hablemos con la gente que trabaja en ellas y entendamos sus políticas. De todas ellas hay mucha información, pues, a diferencia de las pequeñas y medianas, la gran empresa está obligada a una transparencia pública de políticas y cuentas.
En el mundo empresarial probablemente estamos demasiado tiempo pedaleando con la cabeza encima del manillar resolviendo los problemas diarios, y dedicamos poco tiempo a explicar a la sociedad nuestra función social. Las empresas son un elemento fundamental de la sociedad moderna. Generan empleo, riqueza, innovación y dinamismo social. Dan estabilidad, son canal de conocimiento y vanguardia del desarrollo tecnológico. Lo último que merecen es una contestación cívica.
Que el conjunto de la sociedad lo entienda y lo valore es importante, porque vamos a necesitar más empresas y más empresarios, y sería bueno que nuestros jóvenes, ellos y ellas, tengan entre sus sueños personales no solo ser grandes deportistas de élite, blogueros o 'influencers' de éxito, académicas de prestigio, funcionarios eficientes, profesionales y directivos, sino también empresarias y empresarios de pequeñas, medianas y grandes empresas.
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