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La Navidad va pasando y ya sólo queda el día de Reyes, esa mañana de ilusión infantil precedida por la cabalgata de sus majestades de Oriente. Y que, como suele ser habitual por estas fechas, es acompañada por la polémica por la utilización de animales ... en la misma.
No es nuevo. Hace unos años se criticó a la corporación de Basauri por insensible al sufrimiento y torturadora de animales, al recrear en la cabalgata de Olentzero el ambiente baserritarra y acompañarlo de cabras, ovejas y un perro. No hace mucho la corporación de Oviedo fue acusada también de violar los derechos de los animales al consentir que un trineo tirado por renos llevara por las calles a Papá Noel. Y se montó una escandalera en la Plaza de la Escandalera por tal desatino, que como todo el mundo sabe el abuelito barbudo y bonachón no usaba trineo y optaba por una bicicleta que le dejaban los 'sami' para viajar por la nevada Laponia.
No menos beligerantes han sido algunos sectores sociales, desde Levante, Zamora o Canarias, con las cabalgatas en las que sus majestades se hacen acompañar por camellos, realmente dromedarios, por el maltrato al que son sometidos, ya que «estos animales han sido domesticados, domados y privados de todo lo que necesitan para desarrollarse plenamente como individuos de su especie», que ya son ganas de jorobarles, aunque lleven giba.
Así que numerosos espectáculos, como el de la noche del 5 de enero, recreaciones en las que la magia, provenga de Oriente o de nuestro mundo rural, es la protagonista, quedan sin animales, menoscabados por la imposición de una visión urbana de la vida, de la relación hombre-animal, que borra de un plumazo los fundamentos antropológicos de la humanidad y oculta que el neolítico supuso una revolución para los pueblos cazadores-recolectores a partir de dos factores sustanciales: la agricultura y la ganadería.
Me resulta todo esto una muestra más de la liquidez social en la que se han instalado nuestros debates. Una realidad que vive de lo virtual, de lo efímero, de lo epidérmico, para cargarse de un plumazo siglos de historia y ofrecerlo al debate que exige nuestra vida espectáculo. Como decía Bauman, en esta modernidad líquida las personas han conseguido desprenderse de patrones o estructuras sólidas, y cada una crea su propio molde para determinar sus decisiones y forma de vida. Nos creemos partícipes de una pulsión progresista, comunitaria en tanto estamos superconectados gracias a nuestros dispositivos móviles; pero no es sino un espejismo, pues cavamos de forma no consciente la trinchera de nuestro individualismo.
Y no reflexionamos verdaderamente sobre el maltrato animal, no hay un análisis radical (que sin duda sería un elemento de consenso), o sobre si los derechos humanos son aplicables a los animales. Por el contrario, elevamos a la categoría de esencial lo que no es sino mera anécdota, como aquel famoso discurso de las 'Almas Veganas' de Osor, que impedían al gallo fecundar a «les gallines» con el argumento de que «(…) no es un acto consentido, es violación, y les gallines sienten como personas».
Abrazamos nuevos paradigmas: el veganismo, el animalismo o el antiespecismo; los utilizamos sin análisis ni reflexión (pues hemos expulsado la filosofía, la ética, incluso la literatura de nuestras vidas) y con ello renunciamos a promover los verdaderos cambios sociales que toda civilización necesita para renovarse y, con ello, no desaparecer.
Leí hace poco un artículo del profesor y poeta Luis García Montero en el que afirmaba que «la confusión entre deseos y derechos, que caracteriza la realidad líquida y narcisista de la sociedad de consumo, nos convierte en clientes de nosotros mismos. Buenos pantallazos comunicativos que no nos informan, pero que captan bien nuestra atención. La confusión de deseos con derechos es la causa más peligrosa de las transformaciones de las buenas causas en movimientos sectarios y unidimensionales que fragmentan la convivencia. Son muchos los caminos por los que la libido neoliberal nos hace confundir nuestro deseo con un derecho. Por eso conviene recordar que nuestra apetencia clientelar no siempre tiene razón».
Voy a recomendar un libro magnífico para entender todo esto, 'Palabras de Caramelo', de Gonzalo Moure. La relación entre un niño saharaui y el camello que ha de ser sacrificado para que pueda sobrevivir la tribu; duro y puro amor a la vez.
Pero ¿qué les digo? De momento, nada más… ¡Que nos han jorobado los camellos!
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