Esto no es el final. Ni siquiera es el principio del final. Puede ser, más bien, el final del principio». Este pronóstico, pronunciado por Winston Churchill en 1942, en el punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial, ha pasado a la historia como una ... de las frases más famosas del ilustrado estadista. Las palabras serán bien conocidas para Boris Johnson, biógrafo de Churchill, y pueden aplicarse de igual modo a la situación actual del primer ministro británico.
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Salpicado por un sinfín de escándalos, como las fiestas de Downing Street en plena pandemia, Johnson tuvo que someterse a una moción de censura convocada por su propio grupo parlamentario. La ganó, pero cuatro de cada diez diputados de su propio grupo votaron en su contra. El primer ministro ha sobrevivido, sí, pero ha obtenido el peor resultado posible para su futuro: no es decisivo ni es solidario. No ha puesto el fin a su mandato, pero sí supone el fin del principio para Johnson.
Entraría dentro de la lógica que un político -normal- reflexionara sobre esta posición vulnerable y mostrara signos de contrición y remordimiento. Pero Johnson no. Como si tal cosa, agradeció a quienes votaron a su favor, prometió cerrar filas e insistió en que «seguiría adelante con las tareas de gobierno». Sin embargo, en las próximas semanas tendrá que afrontar algunos retos que determinarán si puede seguir o no en Downing Street.
Primero, y no hay que olvidarlo, el escándalo de las fiestas en su residencia oficial no se ha desvanecido. Una comisión parlamentaria ha iniciado una investigación sobre si Johnson mintió al responder a las preguntas de los diputados en la Cámara de los Comunes. Y esto importa. Mucho. Mentir al pueblo británico es una cosa, mentir descaradamente en respuesta a los diputados dentro de la Cámara es otra bien distinta. Según el código ministerial, el primer ministro debe dimitir si la comisión decide que buscaba engañar a la Cámara con intención.
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En segundo lugar, en las próximas semanas hay dos elecciones parciales en distritos que hasta hace poco estaban representados por diputados conservadores. Los dos parlamentarios tuvieron que dimitir por escándalos personales: uno por ver películas porno en su teléfono en la Cámara de los Comunes y el otro por mantener relaciones sexuales con un chico menor de edad. En este contexto, defender los escaños ya sería complicado sin mar de fondo, pero con los escándalos que envuelven a Boris Johnson, aún más. Según indican los sondeos, los 'tories' perderán ambos distritos y este contratiempo pone los pelos de punta de los demás diputados conservadores. Muchos se preguntarán si un cambio de líder contribuiría a salvar sus escaños en las próximas generales y, por tanto, la presión sobre Boris Johnson para que se vaya aumentará.
En tercer lugar, existe una división profunda dentro de las filas conservadoras sobre el rumbo de la economía y la estrategia fiscal del Gobierno. Al igual que otros países, los efectos de la pandemia por el coronavirus -en concreto, el aumento brutal de la tasa de inflación- están dejando una huella muy negativa y, según un informe del G-20, solo Rusia tendrá este año un crecimiento del PIB peor que Reino Unido. Los ingresos reales han bajado y para muchas familias simplemente cubrir los gastos de lo básico, como la comida y la luz, se ha convertido en una pesadilla diaria.
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¿Cuál debe ser la respuesta del Ejecutivo ¿Más subsidios para las familias y más gasto público o una reducción de los impuestos? Hasta ahora, la acción de Boris Johnson se ha caracterizado por su falta de coherencia. Algunas de sus medidas han aumentado los impuestos, otras los han reducido. Se han incrementado algunas subvenciones, otras se han limitado. El planteamiento de la Administración Johnson ha dejado una sensación de desorden que no convence a nadie y las voces críticas provienen de todos los sectores de los 'tories', desde el ala más neoliberal a la más intervencionista. Uno de los íconos más utilizados para burlarse de Johnson en las redes sociales ya lo compara con una carro de compra del supermercado, que todos saben que son difíciles de controlar y mantener su dirección. En cualquier caso, la confusión e improvisación dentro del Gobierno no puede continuar mucho más tiempo así y Johnson tendrá que decidir exactamente qué estrategia quiere adoptar y mantener un rumbo fijo.
En cuarto lugar, los detalles sí importan. A Boris Johnson le gusta hacer propuestas grandilocuentes y populistas, pero frecuentemente carecen de pormenores importantes. Sin embargo, la experiencia de la población en su interacción con la Administración pública suele ser de pequeña escala. ¿Podré conseguir plaza en el colegio que quiero para mi hijo? ¿Puedo lograr consulta con un médico cuando lo necesite? ¿Puedo renovar el pasaporte antes de irme de vacaciones? Una de las políticas más admiradas por Johnson es Margaret Thatcher, quien tuvo fama de relajarse poco y leer todo. Los funcionarios que trabajan con Johnson se quejan de que con él es al revés: le gusta el ocio y no le interesa la letra pequeña. Sin embargo, sin más disciplina no es posible un mejor desempeño de su gestión.
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En quinto lugar, el Brexit e Irlanda del Norte. Johnson se convirtió en primer ministro y ganó las elecciones de 2019 empleando solo una frase una y otra vez: «Que el Brexit se cumpla». Pero -quedó demostrado- era un eslogan populista e imposible de llevar a cabo en el contexto de Irlanda del Norte. Según el acuerdo de Viernes Santo, fundamento de la paz en la provincia, no es posible que exista una frontera física entre las dos partes de Irlanda. Pero Johnson también prometió al 'lobby' unionista que no habría aduanas fronterizas entre Irlanda del Norte y otras partes de Gran Bretaña. Son dos promesas solemnes que se contradicen y Johnson está acorralado, sin una salida posible que no provoque una crisis aguda, o con la Unión Europea o con los unionistas.
El colmo para los 'tories' es que el Partido Laborista parece dispuesto a dejar que Johnson se ahogue en sus propias contradicciones. El líder de la oposición, Keir Starmer, sí pide la dimisión del primer ministro, pero no de manera muy estusiasta. Para los laboristas, casi es mucho mejor que Johnson se mantenga en el poder hasta el final de su mandato. Y que el electorado británico ponga fin a su etapa y la de todo su Gobierno en las próximas elecciones generales, que sean las urnas las que castiguen su gestión.
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