Se denomina tesauro a una lista de palabras empleadas para representar conceptos. El término, procedente del latín 'thesauro' (que intuitivamente ya sabemos que significa tesoro), se vinculó pronto con el lenguaje porque disponer de un idioma es, efectivamente, un patrimonio del máximo valor.
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Es casi ... un tópico decir que el euskera es un tesoro. Si cualquier lengua lo es, el euskera reúne condiciones adicionales para tener una consideración especial en el conjunto filológico. No es, ciertamente, por una razón cuantitativa, sino por razones de cualidad en la que sus particularidades la hacen exclusiva.
El euskera no es solamente la única lengua que no tiene origen romance en la Península Ibérica, sino en una extensión geográfica y política mucho más amplia. Su espacio de comunicación es, hoy en día, el comprendido a ambos lados de los Pirineos occidentales, pero se sabe que su extensión alcanzaba un territorio muy superior.
Al sur están identificados topónimos de origen euskérico en La Rioja, Castilla y León, Aragón, Cataluña e incluso Madrid. Por el norte se estima que la extensión pudiera llegar hasta el cauce del río Garona, lo que haría del euskera, o dialectos vinculados a este, una lengua con un ámbito geográfico exponencialmente superior al que hoy conocemos.
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Más allá de las referencias históricas de cronistas romanos, el estudio filológico de distintas lenguas preindoeuropeas ha hecho pensar que el euskera, o lenguas con una semejanza genética con este, pudieran ocupar una superficie más amplia del continente europeo, comenzando por la propia península. La teoría del vascoiberismo, que defiende la estrecha proximidad entre el idioma íbero y el euskera, tiene un soporte científico insuficiente, aunque incluso los más descreídos sí que apuntan, al menos, a la existencia de una convergencia lingüística causada por su proximidad.
Las teorías de que tanto el protovasco como el protoíbero procedieran de un más amplio grupo de lenguas emparentadas entre sí se sustentan en coincidencias de distinto calado. Una de ellas, por ejemplo, son las similitudes léxicas entre el euskera y el paleosardo, que era la lengua que se hablaba en Cerdeña antes de su sustitución por la lengua romance.
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Las lenguas indoeuropeas, bien germánicas o romances, alcanzaron una penetración tan profunda que sustituyeron a las lenguas que se hablaban en nuestro continente antes de esa implantación, dejando como testimonio tan solo algunos topónimos y, eso sí, una única lengua viva: el euskera.
Por tanto, el euskera no es solo la lengua singular de los vascos, sino que también es el testimonio de toda una familia lingüística anterior o aun de distintas familias lingüísticas que servían como sistema de comunicación a los habitantes de la Europa suroccidental.
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Que esa lengua, único vástago vivo de una familia que fue extensa, haya mantenido su presencia humana en una pequeña parte del continente es un fenómeno único que no solo enorgullece a quienes son protagonistas de su vigencia, sino que solo puede causar emoción a los observadores de esa memoria viva que evoca los ancestrales orígenes de los habitantes de Europa.
Para que esto haya sido así, para que hoy una comunidad humana pueda seguir comunicándose en euskera, ha sido necesario un elemento al que, tengo la impresión, no se le da la importancia que representa.
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La pervivencia histórica del euskera no se debió ni a leyes, ni a planes, ni a programas políticos o administrativos, que hoy se plantean como única vía para su consolidación. Se debió a un profundo arraigo social y geográfico de la comunidad vascoparlante. Solo mediante el arraigo, la vinculación humana con su espacio social, fue posible la subsistencia de esta lengua a través de los siglos.
Hoy se multiplican los recursos para la difusión y la expansión del euskera, que cuenta con un compromiso humano que solo se puede calificar de excepcional. Sin embargo, los fenómenos sociales que estamos viviendo pueden debilitar el arraigo que, como he señalado, ha sido, a mi juicio, el principal bastión con el que ha contado el euskera para su permanencia entre nosotros. La exigencia es notable, pero no es otra que la que se aplicaron para sí todas las generaciones que dieron lugar a la que ahora representamos.
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