La moción de censura que defendió Ramón Tamames en aquellos días de marzo es ya tan antigua, tan obsoleta y trasnochada como su protagonista. La política va ligera. Es comida rápida. Nadie recuerda ya lo que comió ayer y tan solo le preocupa lo que ... hay en el plato que está devorando. Tamames está ya asimilado por el organismo para provecho de sus distintos órganos y esto es, seguramente, para su propio bien, pues la alternativa es quedar en el estómago dando vueltas como consecuencia de una mala digestión.

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El propio Santiago Abascal estará confiando en que esto se olvide cuanto antes. Fue una mala decisión causada, seguramente, por los nervios que le ocasiona la pérdida de protagonismo de su formación. Los partidos políticos, como sus líderes, y como los artistas del cine y de la canción, necesitan presencia pública para seguir en el imaginario colectivo. A veces, eso exige forzar el guion y, claro, tiene algunos riesgos que Vox no supo calcular con el necesario acierto.

Era ya la segunda moción que presentaban los de Abascal en una misma legislatura. La primera, contra Pablo Casado; la segunda contra Núñez Feijóo. Saben los de Vox que, a estas alturas, los únicos votos que pueden conseguir son los del Partido Popular y siguen, con los ojos cerrados, intentando dar palos a la piñata, aunque, como en esta ocasión, se han atizado en sus propias cabezas.

El asunto está ya cerrado, pero en el ideario común queda la idea de que Vox se ha sumado, con esta moción, a los usos impertinentes del Congreso de Diputados. Tamames es para Vox lo que fue la fotocopiadora de Rufián. Un agente extraño que se exhibe para exceder los límites del protocolo parlamentario, para llamar la atención. Tamames es como una fotocopiadora con chaleco y bastón que durante un par de jornadas ocupó un escaño en el Congreso.

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En esas dos jornadas, cada actor ha querido sacar el mayor provecho de la ocasión o, en su caso, el menor daño. La forma de medir el grado de rentabilidad que se aspiraba a obtener se puede calcular por el tiempo y la atención que se le ha prestado al asunto. Así, Sánchez puso a todo su Gobierno en la bancada y dedicó más de tres horas en sus distintas intervenciones, Yolanda Díaz le dedicó un traje blanco y 65 minutos de discurso. Por su parte, Abascal empleó en su alocución menos tiempo del que Sánchez ocupó en contestarle.

Está claro que la izquierda veía su oportunidad de caricaturizar al conjunto de la derecha en la más estrafalaria de sus expresiones. Le venía bien esta astracanada para tildar al conjunto de la derecha de no representar una alternativa que estuviera a la altura.

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Por este motivo, el Partido Popular entendió que debía pasar lo más desapercibido posible. La natural ausencia de Feijóo se completó con un discurso de Cuca Gamarra que pretendía evitar más protagonismo que aquel al que estaba obligada como portavoz. «Que no nos confundan», debió de ser la consigna de los populares, y Gamarra se esforzó en dejar claro que el PP «es otra cosa».

En este debate se observa que la merma que Vox quería evitar se ha acentuado con esta excentricidad. El progresivo declive de las alternativas al PP y al PSOE se ha agudizado con esta estrategia de reanimación que la derecha de la derecha había forzado para recuperar espacio público. Ni el candidato ni la manoseada maniobra de la moción de censura han servido para recolocar a Vox. A su vez, la izquierda de la izquierda ha pasado desapercibida en su particular decadencia.

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Ante la proximidad de las elecciones generales, crece la impresión de que el bipartidismo recupera presencia en la opinión pública por el deterioro de las ofertas que en los extremos derecho e izquierdo intentan recuperar vigor sin suficiente acierto. Y en ese tú a tú en el que se está convirtiendo de nuevo la política española, lo mejor que le pudo pasar al PP es que Feijóo no tuviera escaño en el Congreso y evitara, de ese modo, mezclarse en un espectáculo en el que era mejor no participar.

Quedarse fuera del barrizal ha sido lo mejor para la estrategia política con la que Feijóo aspira a ocupar el centro. Una centralidad de la que nadie hizo gala en el debate entre polos antagónicos de los que el PP quiso alejarse con una abstención que lo distanciara de ambos frentes.

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Los principales fogoneros de ese enfrentamiento se cuecen en su propia caldera. El agotamiento de Podemos por sus sucesivos errores de Gobierno y el descrédito de sus dirigentes por sus actuaciones políticas y personales han tenido en esta moción de censura la réplica por el otro extremo. Vox nació como alternativa de Podemos y parece que también hace esfuerzos para emular su ocaso.

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