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Llegó el fin de curso y el 'no fin' de la pandemia. Y para vivir la fiesta, marchando un gin-tonic y dos de virus con Coca-Cola. Ya saben: hemos tenido cierres de varios tipos para intentar mantener la pandemia lo menos pandemia posible, ... pero el curso termina y se ha abierto prácticamente todo de lo que estuvo cerrado. ¡Qué mejor que ir de viaje de fin de curso! Hasta ahí, bien. Pero se han olvidado ciertos elementos que se han repetido una y otra vez hasta el aburrimiento. El mensaje ha sido claro: el virus sigue ahí.
La gente más joven, precisamente la que celebra el cierre del ejercicio, no está todavía vacunada y el riesgo de contagiarse, y a su vez de contagiar a los demás, es considerable, más aún si no cumple las medidas de seguridad para poder evitar contagios (distancias y mascarillas, principalmente). A pesar de que a los destinos se lleven pruebas de PCR negativas, realizadas en un momento en concreto, obviamente, hemos aprendido durante todo este año largo que no significa, de ninguna manera, que no se esté infectado y pueda darse positivo en futuras pruebas. Es decir, no se es inmune; sencillamente dispones de una prueba negativa en coronavirus, en un breve lapso. Además, sabido es que se puede contagiar a otras personas incluso habiendo recibido la vacuna en plenitud. Todo esto, que hasta hace poco la mayoría de la población desconocía, lo consideramos ya como 'de primero de pandemia'.
Tal parece que el curso ha terminado, pero el de pandemia no. Ni se ha terminado, ni se han aprobado las asignaturas 'llave'. Aun así, cada uno corre su riesgo, y decide, si las autoridades lo permiten, ir de fiesta a Mallorca, como en este caso. Es legal y lo pueden hacer. Perfecto. Asimismo, por lo que vamos viendo, entre los celebradores hay mayores y menores de edad; es decir, de diferentes niveles educativos y conmemoraciones, cada uno festejando lo suyo. Por supuesto que, para los menores de edad, sus tutores legales, sean padres, madres o vecinos, han tenido que firmar una autorización. ¡Vamos para allá, todo en regla!
Pero, ¡ay! ¡Que se ha liado una buena! Y este asunto ya no es broma, ni de risas ni de botellón. Ha habido un contagio masivo, han vuelto a la península y se han traído consigo, además de la resaca, el peligroso virus, el que mata a personas. Alarma. Muchas comunidades autónomas intentando parar y controlar el nuevo e inesperado contagio. Personas hospitalizadas, otras en UCI y quizá algún fallecimiento.
La solución, según nos hacen saber, con mayor o menor acierto pero desde luego efectiva, ha sido hacer pruebas de control y aislar a los estudiantes, por cierto, con pensión completa incluida y hoteles medicalizados. Y es en ese momento cuando entra en escena la triste exhibición de progenitores y niños, y gritan al mundo que están «secuestrados». Piden justicia, condenan retenciones ilegales, hasta incluso piden 'habeas corpus' en los juzgados. Y empiezan las entrevistas a los damnificados. Sólo les falta llamar a Amnistía Internacional condenando el abuso de las autoridades.
Sin duda, algo no va bien, a mi parecer. El curso ha terminado y podemos ver qué hemos aprendido: de vida, de solidaridad, de resignación, de responsabilidad, de acción-reacción, de actos y consecuencias, de todo eso que es el camino vital. Pues nada de nada. Pero lo peor: algunos progenitores, con edad lejos de la adolescencia, preocupados, atemorizados casi, por el futuro de sus 'kids'.
Y aquí estamos, atónitos con el espectáculo: que si les dan de comer, pero que no les gusta, que si son buenos y no han ido a la fiesta, que si quieren volver a casita, que si… Y me pregunto: si todo hubiera ido bien, ¿cuántas llamadas habrían hecho a casa informando de madrugada de sus movimientos, cuántos cubatas, cuantos ligues, cuántos canutos, cuánto de cuánto…? Pero nada, el asunto se ha puesto feo, y a llamar a ama y aita para que se peguen por mí y me saquen del 'apuro'. ¡Bendito apuro!
¿Piensan en algo más, además de en ellos? Sin ir más lejos, ¿piensan en todos los chavales de su edad que no pueden ir de fin de curso, o ni siquiera pueden tener acceso a estudiar? ¿Piensan, los adultos, que esa es la manera de que empiecen a volar y hacerse personas independientes? Porque si para ir de viaje no parece que hayan puesto tantos impedimentos… pues habrá que aprender a ir y volver, sin fastidiar al resto y asumiendo las consecuencias de nuestras acciones. No hay más. Y, encima, mucho me temo que todo se paga de las arcas públicas, de las de todos, incluidos los que no hemos ido de viaje de fin de estudios. Y el mayor pago, el de la enfermedad y el sufrimiento. No vamos a criminalizar a nadie por un viaje, pero tampoco vamos a aguantar tanta bobada de párvulos arropados por sus padres. ¡Qué frivolidad!
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