Cuando la industria desaparece, los lazos antes estrechos que mantenían unidas a comunidades enteras se rompen. Donde antes había empleos estables y bien pagados, sentido de pertenencia y orgullo por el trabajo desempeñado aparece la desesperación y la frustración se cierne sobre comunidades enteras. Sin ... una recuperación económica real, las plagas sociales que acompañan a la desesperanza florecen.
La crisis de 2008 y esta última de 2020 nos empujan hacia una senda de incertidumbre y hacia el mar de fondo necesario para que emerjan con más fuerza populismos que no buscan soluciones a los problemas, sino que persiguen canalizar el malestar general. Las explosiones que hemos visto en la calle estos últimos días no son una excepción; suceden en todos los lugares donde la ciudadanía siente que está perdiendo bienestar. Hay estudios que demuestran que el miedo es mayor en los territorios industriales, con una industria madura, a los que la recesión ha golpeado con fuerza. Un ejemplo de ello es el Cinturón de Óxido (Rust Belt) de EE UU, que tanta atención ha recibido durante las recientes elecciones. Regiones consumidas por la pobreza de la desindustrialización, y que hace cuatro años depositaron todas sus esperanzas sobre un Trump dispuesto a señalar culpables más allá de las fronteras del país. La falta de industria está íntimamente ligada a la precariedad, a la desesperación y a las decisiones irracionales.
Si miramos hacia Euskadi, el Informe de Iseak 'Pobreza y desigualdad en Euskadi: el papel de la RGI' refleja cómo la crisis iniciada en 2008 disparó los niveles de pobreza y desigualdad en nuestro país, fundamentalmente por la enorme cantidad de personas que perdieron su empleo. Además, la reactivación económica no comenzó hasta seis años después, lo que provocó enormes bolsas de desempleo. Analizando los datos de Eurostat para 2018 hemos encontrado una curiosa coincidencia: la incidencia de la pobreza en Euskadi es del 18% (sensiblemente menor a la del conjunto de España, 26%, e incluso menor a la media de la Eurozona, 22%), el empleo industrial se ha reducido un 18% en este periodo y 18% ha sido la caída del valor añadido bruto industrial. 3.000 empresas industriales manufactureras que existían en 2008 ya no existen.
La pérdida de la industria se observa en muchos países avanzados; conlleva destrucción de empleo industrial y la creación de territorios decadentes, que fueron ricos gracias a la industria y ahora ven peligrar su calidad de vida. La Encuesta de Pobreza y Desigualdades Sociales que elabora el Gobierno vasco revela, para 2018, la existencia de 110.442 personas en situación de extrema pobreza en Euskadi, un 5,1% de la población de la comunidad autónoma. Si bien estas cifras no se relacionan al 100% con la pérdida del tejido industrial, sí que es cierto que su desaparición ha supuesto la emergencia de una clase trabajadora precarizada, para la que la falta de expectativas laborales supone el riesgo social de que su sentimiento de pertenencia a la comunidad se difumine como las tizas en la pizarra.
¿Por qué tenemos que construir el país sobre una base industrial? La industria es el sector con los niveles de productividad más altos, el que tiene mayor capacidad exportadora, mayor capacidad de generar inversiones en su cadena de valor, mayor capacidad de demanda de servicios intensivos en conocimiento y mayor capacidad de absorber conocimiento y de transferirlo al resto de sectores en un círculo virtuoso que beneficia al conjunto de la economía. No hay un solo sector que no tenga una relación estrecha con la industria. Tampoco hay ninguno que pague sueldos más altos: en el País Vasco el salario medio de un empleo en la industria manufacturera es 6.000 euros más alto que el de los servicios, y además genera empleos más estables.
Hacen falta décadas para construir una estructura productiva estable -el País Vasco es un gran ejemplo de esto-, pero también bastan un puñado de malas decisiones para destruir todo lo creado. No es fácil volver a crear lo que se destruye. Hay que sentar bases económicas que permitan mantener la vida social en las comarcas no centrales. De ahí la importancia del papel del Gobierno en la protección de la industria. Se trata de definir grandes proyectos de país en torno a la transición energética, la transición demográfica y la transición digital, donde el Gobierno vasco, los agentes del sistema vasco de ciencia y tecnología y las grandes empresas lideren mano a mano, y a su vez tiren de las empresas más pequeñas, que son la gran mayoría de las que componen el tejido productivo de este país.
Ahora que parece que la industria vuelve a figurar entre las prioridades políticas, ojalá ocupe el centro del debate político porque somos capaces de revitalizar un sector sostenible, que demasiado a menudo aparece en la agenda pública por suspensiones y cierres y no por el enorme valor y cohesión social que produce.
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