Indalecio Prieto y la contramemoria histórica
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Partidos de derecha pagan a las izquierdas con su misma monedaLa mirada ·
Partidos de derecha pagan a las izquierdas con su misma monedaRecientemente hemos asistido a la proclama de un buen número de historiadores que han salido a defender con un «informe técnico» las figuras de Francisco Largo Caballero y de Indalecio Prieto frente a la decisión del Ayuntamiento de Madrid -por iniciativa de Vox y con ... los votos de Ciudadanos y PP- de quitarles sus nombres a sendas calles de la capital de España. Es terrible que se les trate sin matización alguna de «criminales» por su participación en la revolución de octubre de 1934. En el socialismo vasco ha escocido particularmente este episodio por la significación histórica de Indalecio Prieto, personaje clave para entender la Euskadi de todo el primer tercio del siglo XX. Pero la reacción desde la historiografía profesional, en lugar de optar por la mesura, ha tomado un cariz tan sorprendente como preocupante.
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Primero por entrar al trapo tildando la moción del Ayuntamiento de Madrid de «infame» cuando, a fin de cuentas, estamos ante un episodio más de una larga lista de insensateces inaugurada tras la aprobación de la Ley de Memoria Histórica de 2007 por parte del Gobierno de Rodríguez Zapatero. La novedad es que ahora se trata -por darle también un término 'técnico'- de una muestra de contramemoria histórica, según la cual partidos de la derecha están pagando a los de la izquierda con su misma moneda; esto es, excluyendo del callejero a representantes históricos de esa corriente política. Pero en el fondo es lo mismo: la política coceando a la historia.
Con todo, lo que más sorprende es que quienes ahora defienden a Prieto creen que también defienden la historia en general. Cuando el artículo que firman les ha quedado en realidad como una suerte de hagiografía de Prieto escrita por 'prietistas' cualificados. Y eso es lo último que cabría esperar de unos historiadores de prestigio que conocen perfectamente tanto los claroscuros consustanciales al personaje como el pluralismo intrínseco del País Vasco. Un pluralismo de la época de Prieto en el que la derecha vasca -hoy apenas existente- era entonces recia y correosa. ¿Por qué no convertir ese pluralismo en el método mismo para escribir la historia de Prieto, en lugar de ensalzar solo su figura junto con la de Aguirre, como únicos 'padres fundadores' del País Vasco contemporáneo? ¿Por qué ese afán de ningunear el papel de la derecha vasca en la historia del autonomismo? Lo mismo que cuando se recuerda la archiconocida frase de Prieto «socialista a fuer de liberal», como si el liberalismo no fuera de derechas, como si partido alguno lo hubiera practicado en una Segunda República reventada de sectarismo. Y menos por Prieto, que por mucho que se aluda a su talante liberal estaba todavía lejos de ser un Besteiro, por ejemplo.
En esa deriva hagiográfica, incluso se pide un respeto para quienes votaron a Prieto en Bilbao como diputado a Cortes entre 1918 y 1936, cuando muchas de aquellas elecciones eran todo lo contrario de transparentes y democráticas. Lo mismo que cuando se considera la participación de Prieto en la revolución de octubre de 1934 como un error «del que se arrepintió años más tarde», interpretación cándida donde las haya, que no cambia los hechos y recuerda, salvando todas las distancias, al 'testamento político' de Franco, cuando decía lo de «pido perdón a todos de todo corazón».
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Una historia inclusiva, plural, veraz y crítica de Indalecio Prieto necesita sí o sí referirse al asesinato de José Calvo Sotelo. No tiene sentido seguir esquivando el caso. Como mínimo habría que dilucidar en Prieto su falta de responsabilidad cívica, porque siendo diputado, y tras la confesión que al parecer le hicieron los miembros de su escolta personal como autores de aquella atrocidad, en lugar de denunciarlos y ponerlos a disposición de la Justicia vio bien que se escondieran. Como personaje político complementario al de Prieto, Calvo Sotelo, tras aquella su famosa frase de que prefería una España roja a una España rota, permite también entender la ciaboga del nacionalismo vasco alejándose de su pacto con las derechas para buscar el de Prieto, con el que obtener así el Estatuto de 1936, aprobado por unas Cortes con toda la derecha huida del Madrid de las checas.
El asesinato de José Calvo Sotelo inauguró una sarracina revolucionaria que dejó a la derecha vasca, y por ende española, sin muchas de sus mejores cabezas: Ramiro de Maeztu, Joaquín Beúnza, Gregorio Balparda, Fernando Ybarra, Juan Olazábal, Pedro Eguillor, José María Urquijo y Víctor Pradera, entre otros. También a estos se les insulta en su memoria cuando se considera que, al haber sido homenajeados por el régimen de Franco, entonces ya por eso no merecen ser recordados por la democracia.
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