En cualquier ámbito que fijemos la atención, bien sea el modo de desplazarnos, el de generar y utilizar la energía o el de comunicarnos y socializar con los demás, se atisba la emergencia de tecnologías tremendamente disruptivas. Vehículos autónomos e inteligentes que se entienden con ... las infraestructuras y que no necesitan la intervención humana para navegar sin contaminar, sistemas que generan energía abundante, sin restricciones y sin emisiones o máquinas inteligentes que diseñan y actúan como personas ya no son meras quimeras.

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Me pregunto cómo le irá a Euskadi en este escenario de transformación. ¿Nos conducirá a mejores condiciones de vida y mayores cotas de bienestar o, por el contrario, estaremos entre los territorios perdedores? La pregunta no es ni mucho menos vana porque, como nos recuerda Daron Acemoglu, flamante ganador del último premio Nobel de Economía, las mejoras tecnológicas no derivan necesariamente en situaciones 'win win' para todos y ejemplos en la historia que lo muestran hay muchísimos.

Nuestra economía tiene en la fabricación de materiales y productos su principal valor diferencial. Y no cabe duda de que la pujanza y competitividad global del sector industrial vasco son los factores que han estado detrás del crecimiento de su renta percápita (16,8% por encima de la media europea), el mantenimiento de unas envidiables condiciones salariales, y la articulación de un sistema de bienestar y de garantías sociales homologable al de los países más desarrollados. Registros nada despreciables para un territorio de poco más de dos millones de personas y periférico en Europa. El quid de la cuestión, ahora, es si seremos capaces de hacernos hueco y seguir teniendo un papel relevante en esta nueva industria que fabricará de modo distinto productos muy diferentes a los actuales, de la que desconocemos los detalles, pero sabemos seguro que será mucho más intensiva y conducida por la tecnología y la capacidad de innovación, crecientemente desmaterializada y neutra en carbono.

En Euskadi sabemos muy bien que nuestro desarrollo industrial, sin embargo, no viene caído del cielo, ni es el resultado gratuito de la interacción de la mano invisible del mercado por nuestras condiciones innatas. Es la consecuencia de un sólido compromiso y apuesta social que ha permitido la articulación de un potente a la vez que complejo entramado de instituciones públicas y privadas, cuya misión es la competitividad, y que son el resultado de una proactiva y diferencial política industrial realizada y mantenida, pese a las dificultades y muchas veces contracorriente, durante muchos años.

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Llegado hasta aquí, tengo que darles dos noticias: una buena y una mala. Empezando por esta última, les diré que haber llegado hasta donde estamos no garantiza una situación ventajosa para hacer frente a los drásticos cambios tecnológicos que tenemos ya encima y que de un modo crecientemente evidente amenazan nuestro 'statu quo'. De hecho, creo sinceramente que nos perjudica, ya que inunda el discurso público de una maligna autocomplacencia que nos paraliza. Situación en las antípodas de la que teníamos en los años 80 del siglo pasado, cuando nuestro sistema socioecónomico estaba completamente arruinado y no tuvimos más remedio que reestructurar y reindustrializar el país.

La buena noticia es que la complicada coyuntura que está viviendo la industria europea coincide en Euskadi con la presencia de un tejido empresarial con un buen número de empresas líderes con capacidad de inversión, la puesta en marcha de instrumentos de cooperación novedosos como el cluster de finanzas e inversión y la demostrada capacidad de los agentes vascos de captar fondos europeos 'Next Gen'. Sin olvidar que el momento coincide con el comienzo de una nueva legislatura en el Gobierno vasco que se marca como reto «dar un salto cualitativo y posicionar a Euskadi como punta de lanza de la reindustrialización en Europa».

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No cabe duda de que la partitura es la correcta para mantener la competitividad de la manufactura vasca en la encrucijada de transformaciones que la acecha. Ahora falta poner a punto la orquesta para mantener viva la visión del país industrial que queremos ser, desplegar renovados instrumentos que motiven la inversión pública y especialmente la privada, y activen un entorno institucional y social propicio a la actividad productiva en esta nueva etapa de la política industrial vasca.

No tenemos y tampoco existe una varita mágica, pero ya es un gran avance si somos capaces de reconocer la necesidad de cambiar, tenemos claras las aspiraciones y nos ponemos manos a la obra para identificar y mover las palancas precisas. Porque no olvidemos que el secreto está en la industria.

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