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Todos sabemos que Europa no va bien, pero hasta que primero Enrico Letta y de un modo más patente Mario Draghi no lo han puesto negro sobre blanco en sus recientes informes seguíamos sumidos en la confabulación de la Arcadia europea feliz y envidiable. La ... crisis de 2008, la pandemia y la guerra de Ucrania han sido los jinetes de nuestro apocalipsis particular. Nuestra economía renquea, aumentan las desigualdades y evolucionamos muy por detrás de Estados Unidos y China tanto en crecimiento como en dinamismo y liderazgo político.
En su informe, Draghi no es muy novedoso identificando los grandes desafíos de los que en Europa llevamos hablando tiempo: la digitalización y el cambio climático. Eso sí, les da una gran vuelta de tuerca.
Primero apunta que no basta con impulsar la digitalización, y señala que Europa tiene que acelerar la innovación y encontrar nuevos motores de crecimiento. Nos dice también que sin aprovechar la gran oportunidad que supone la inteligencia artificial no podremos mantener el posicionamiento actual de la industria y no seremos capaces de acelerar el despliegue de nuevas tecnologías de vanguardia que son las que pueden permitir recuperar el liderazgo industrial.
En segundo lugar, nos aclara que no es suficiente con tener en cuenta el cambio del sistema energético climático si este no va unido a la reducción de los precios de la energía y al avance de la economía circular. Draghi pone el acento en la oportunidad de la descarbonización para Europa, pero advierte de que la transición será lenta y deberá tener en cuenta las dificultades competitivas de la industria europea con el exterior. Además, el ex super-presidente del BCE se suma a la ya numerosa lista de expertos que exigen a Europa asumir de manera autónoma su defensa poniendo los recursos necesarios.
El autor identifica, además de los desafíos, una propuesta de acción. Esta, en línea con las recomendaciones ya habituales, apunta a que Europa precisa una estrategia industrial conjunta que aproveche el potencial de su mercado único y esté alineada con las políticas de competencia y de comercio exterior. Aclara, sin embargo, y a pesar de lo que muchos pueden malinterpretar, que no vale todo y que apoyar a la industria no consiste en favorecer indiscriminadamente a las empresas propias, sino en impulsar decididamente un marco pragmático de competencia adaptado a los sectores prioritarios y en seguir un esquema de evaluación rigurosa para garantizar que las iniciativas puestas en marcha mejoran la productividad, la inversión y la innovación.
Si el informe se hubiera acabado con esto no habría levantado el enorme interés mediático y social que ha suscitado. Pero, junto a la necesidad de la estrategia, apunta al verdadero quid de la cuestión y pone el énfasis en las masivas necesidades adicionales de inversión pública y privada que Europa precisa para salir de su atonía. Estas las estima en incrementos de entre el 4,4% y 4,7% del PIB europeo. Para tener una idea de la magnitud de las cifras basta señalar que supone más que duplicar el esfuerzo inversor europeo apoyado por el Plan Marshall en la postguerra.
Más allá incluso de la magnitud, lo que realmente ha levantado el interés es que Draghi, con su indiscutible 'auctoritas', ganada tras su decisiva actuación en el BCE, se sume a los que proponen replicar la experiencia seguida con la iniciativa Next Generation EU financiando la inversión requerida con deuda europea conjunta.
Me temo, sin embargo, que la propuesta tiene pocos visos de salir adelante en la práctica. Primeramente, porque rompe con el 'statu quo' y la tradición de la Unión Europea, pero principalmente porque supondría de facto, como el propio Draghi apunta, normas fiscales más exigentes para los países para garantizar que un aumento de la deuda común se corresponde con una senda más sostenible de la deuda nacional. Sinceramente, no creo que Europa esté preparada para una cesión de soberanía de tamaña naturaleza en la que los Estados ceden sus competencias en política industrial.
Así que, utilizando el cuento del emperador desnudo de Andersen como símil, está claro que, a pesar de que todos vemos al emperador (Europa) paseando desnudo, nadie parece estar dispuesto a reconocerlo. Confiemos en que Draghi sea como el niño del cuento que con su inocencia deshizo la sinrazón. Ya no hay excusa para no ser conscientes de que Europa se enfrenta a un desafío existencial y que no tomar medidas no nos saldrá gratis; si no se actúa difícilmente podremos seguir manteniendo nuestro privilegiado papel en el mundo actual, continuar sufragando los costes de nuestra responsabilidad climática y mantener nuestro modelo y valores sociales.
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