Mañana se cumplen 75 años de uno de los compromisos mundiales más revolucionarios: la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH). Se trata de un documento histórico proclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su Resolución 217 A (III) el 10 de ... diciembre de 1948 en París. Elaborada a partir de diferentes antecedentes jurídicos y culturales e inspirada en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789, consagra los derechos inalienables que toda persona tiene como ser humano, recogidos en un preámbulo y 30 artículos con ese ideal común.
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Además del dramático incumplimiento al que asistimos diariamente, los derechos humanos no han estado nunca exentos de dificultades, derivadas, entre otras, del escepticismo, de su vulnerabilidad frente a la politización, de las particularidades nacionales y regionales y de los trasfondos históricos, culturales y religiosos.
En este contexto, y aunque podamos caer en el fatídico error de pensar que no son más que mensajes buenistas con escasa aplicación práctica en nuestro día a día, Bilbao Metropoli 30 quiere reclamar la importancia trascendental de este hito, también en la construcción de nuestra metrópoli. Este hito que, por ejemplo, Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, ha calificado como el mejor acontecimiento histórico al que ha asistido la Humanidad.
Muchos son los artículos de esta Declaración vinculados directamente con los retos urbanos a los que deben enfrentarse las ciudades y metrópolis de prácticamente todo el mundo. Entre ellos, los artículos 13, 16, 21, 23 y 25 recogen el derecho de toda persona a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado, a fundar una familia, a que la voluntad del pueblo sea la base de la autoridad del poder público y a tener un trabajo en condiciones equitativas y satisfactorias sin discriminación alguna, y a que ese trabajo le asegure la salud y el bienestar suyo y de su familia.
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Estos derechos están vinculados respectivamente con los procesos migratorios en nuestras ciudades; con las dificultades de emancipación de nuestra juventud; con la necesidad de impulsar esquemas de participación y de toma de decisiones por parte de la ciudadanía sobre los espacios que habitamos como parte de nuestra responsabilidad colectiva y también con el cuestionamiento de muchos paradigmas que han primado el beneficio económico por encima de todo lo demás, desembocando en desigualdades sociales cada vez mayores.
Como muestra de la incuestionable vinculación de los derechos humanos con la construcción de los espacios que habitamos, especial relevancia adquiere el artículo 29, que subraya que toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que debe asegurar el reconocimiento y respeto de los derechos y libertades de los demás para satisfacer (…) el bienestar general en una sociedad democrática.
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Asimismo, el propio principio de subsidiariedad contenido en esta Declaración enfatiza la primacía del nivel más bajo de implementación que pueda llevar a cabo la tarea de promover y observar estos derechos, reservando los actores nacionales e internacionales para situaciones en que las entidades más pequeñas sean incapaces de hacer frente de forma adecuada a estas cuestiones. En buena lógica, la cláusula de proclamación llama a todo órgano de la sociedad a promover el reconocimiento y la observancia de los derechos.
Eleanor Roosevelt, que jugó un papel fundamental en la Declaración Universal de los Derechos Humanos como primera presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, subrayaba que «los derechos humanos comienzan en lugares pequeños, cercanos al hogar (…). Y, sin embargo, son el mundo de la persona individual: el barrio en el que vive; la escuela o la universidad en la que estudia; la fábrica, la granja o la oficina en la que trabaja… a menos que estos derechos tengan significado allí, poco significarán en parte alguna. Si la acción ciudadana no aúna esfuerzos en sostenerlos cerca de casa, en vano trataremos de hacer progresos en el gran mundo».
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Por todo lo anterior, nuestra metrópoli y todos nosotros y nosotras como parte de su comunidad, debemos seguir defendiendo y haciendo nuestra esta Declaración Universal. Es una labor que nos corresponde, como Kofi Annan, secretario general de Naciones Unidas (1997-2006) y Premio Nobel de la Paz junto a la ONU, en 2001, recordaba: «Los derechos humanos son sus derechos. Tómenlos. Defiéndanlos. Promuévanlos. Entiéndanlos e insistan en ellos. Nútranlos y enriquézcanlos. Son lo mejor de nosotros. Denles vida».
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