Tenía que haber sido antes. Pero ahora es inexcusable. Pedro Sánchez, el candidato propuesto por el jefe del Estado para someterse a la investidura, ha cerrado los acuerdos con la España plural para proponer un rumbo de país en los cuatro próximos años que avance ... en el progreso económico y social y en la convivencia desde el marco constitucional. Y es en este momento en el que debe explicarse e, incluso desde la discrepancia, debe asumirse este proceso con el máximo respeto democrático e institucional. El que ha faltado en la precampaña, campaña y postcampaña. El que añoramos de la derecha civilizada.
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Porque pueden emitirse todas las opiniones, como no puede ser de otra manera. Y es en ese debate que se abre donde el primer partido de la oposición puede desplegar todos los argumentos para quien quiera convencer de su voto contrario, del que sabe minoritario en la Cámara que representa la soberanía nacional y popular. Puede exhibir de nuevo ese modelo que no suma confianzas. Porque ya lo hizo. Y fracasó.
Lo sucedido desde entonces, desde que Feijóo puso en marcha el reloj que daba de plazo hasta el 27 de noviembre para constituir una mayoría, ha sido un contraste entre la política constructiva liderada por el PSOE y la destructiva en la que se ha enfangado el PP. La política que mira al futuro y la que se revuelve en el pasado, la que añora el pasado, la que en ocasiones reivindica incluso el pasado más siniestro. La que vocifera amenazas preocupantes desde todas las esquinas. La que calla cuando, incumpliendo la ley, la de Memoria Democrática, se ensalza al dictador. La que silencia y acosa cuando se insulta gravemente a otra opción política. La que no dice nada cuando se desea a voz en grito incluso la muerte de ese rival. La que tarda en denunciar el acoso
En estas semanas desde que el Partido Popular demostró su incapacidad de entenderse con cualquier otro que no sea la ultraderecha, ha habido una seria degradación de los pilares en los que se asienta un Estado de Derecho, como proclama nuestra Constitución. Una búsqueda de confrontación en la calle; una agitación de emociones alentadas, por acción u omisión, desde el primer partido de la oposición; una confrontación buscada desde otro poder del Estado, como es el judicial, con obligación legal de abstenerse de emitir opiniones políticas, arrogándose la interpretación que no le corresponde de una ley que desconoce; un anuncio de la utilización de otro poder, el legislativo que corresponde al Senado, para bloquear la acción del Ejecutivo…
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Todo ello por algo que sabemos bien y que no se puede ocultar: al PP no le importa la amnistía. Al PP solo le molesta que gobernemos los socialistas. Al PP no le importa que se rompa España, de hecho solo ha estado a punto de pasar cuando gobernaban ellos. Lo que le importa es que haya un liderazgo claro para un proyecto compartido que entiende y gestiona la pluralidad, y hace del acuerdo el motor para seguir ampliando derechos y buscando el bien común. Eso es lo que de verdad no le gusta al PP.
En estas semanas he escuchado argumentaciones dignas de tener en cuenta en torno a la amnistía. Todas aquellas que no van cargadas de insultos o amenazas deben ser escuchadas en democracia, incluso aunque han sido análisis desde el desconocimiento del texto que se iba a proponer. Y es entendible, y así lo ha dicho públicamente Pedro Sánchez, que se produzcan dudas; sobre todo porque, como debe ocurrir en cualquier negociación para poder construir una mayoría, las conversaciones deben ser discretas. Me sorprende que esto sea motivo de discusión porque en mi experiencia negociadora siempre ha sido así. Los acuerdos se cuentan cuando se producen, no se retransmite cada dificultad.
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El problema no ha sido la discreción. El problema ha sido el ruido que ha ido subiendo de tono hasta límites que llegan a lo inadmisible en una democracia, y a lo que debe poner fin el Partido Popular. Se lo debe a quienes creyeron que era una opción de centro-derecha moderada, de quienes desde visiones distintas a la mía creen en la convivencia y el progreso conjunto. Se lo debe a la prudencia y a la democracia. Y se lo debe al respeto institucional que es exigible en una España en la que debemos caber todos sin ira y en libertad.
Es lo que le toca ahora que Pedro Sánchez va a cumplir con el encargo del jefe del Estado, lo que Feijóo no supo hacer.
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