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«La memoria más fuerte será aquella basada en imágenes». (Ramón Campayo)
Esta semana hemos asistido a una de las imágenes más poderosas y cargadas de simbolismo y significado en mucho tiempo. Una apisonadora destrozaba en Madrid las armas aprehendidas durante décadas a las bandas ... terroristas ETA y Grapo ante la mirada fedataria de las autoridades democráticas presididas por Pedro Sánchez. Con la solemnidad que el acontecimiento requería, este jueves, 4 de marzo de 2021, a las doce horas del mediodía, tenía lugar ese acto de achatarramiento del arsenal que antaño generó un dolor y un sufrimiento irreparables hasta que fue definitivamente incautado por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
De nuevo el poder de las imágenes. La desintegración del armamento remite a la preeminencia de la democracia, del diálogo, del pluralismo y la tolerancia, de los movimientos pacifistas y al incansable trabajo del Estado de Derecho, por el que tantos jueces, políticos, funcionarios, periodistas y policías se jugaron la vida y la perdieron en el desempeño de su deber. Y, sobre todo, ofrece a las víctimas un final sin concesiones que deslegitima la macabra historia del terrorismo al evidenciar, mediante esa escoria resultante, lo absurdo e inútil de todo aquel delirio. En este caso, el acierto plástico reside en ofrecer una figuración capaz de contrarrestar el burdo intento de dibujar el fin de ETA como una graciosa concesión a la sociedad vasca, como una voluntaria y meditada transición hacia una nueva etapa de emancipación nacional, ahora por vías exclusivamente políticas.
Precisamente esta misma semana, de manera paralela, tenía lugar en el Palacio Montehermoso de Vitoria-Gasteiz la inauguración de una exposición imprescindible que también atesora un enorme poder icónico: 'El terror a portada. 60 años de terrorismo en España', una muestra de portadas de los diarios de Vocento. Primeras planas que nos devuelven la imagen desoladora del dolor, pero también la heroica respuesta ciudadana; la connivencia con el terror en muchas ocasiones o la indiferencia para con el dolor ajeno; la rabia por los compañeros caídos y la montaña de podredumbre moral que facilitó el crecimiento del mal. Y como escribe José Antonio Guerrero reivindicando el trabajo periodístico de una forma admirable, frente a los ríos de sangre del terrorismo, nuestros ríos de tinta convertidos en páginas de historia.
Pero volvamos a los amasijos. Una metralleta o un obús, triturados hasta su desaparición y convertidos en desecho, pueden por sí mismos constituir también una elocuente metáfora de superación y alivio, una reivindicación de la palabra frente al odio, una definitiva despedida a la dictadura del plomo como argumento en el debate sobre la esencia de la patria.
Absorto por el poder hipnótico de esa magnética imagen, me vino a la mente un artículo de opinión que publiqué en este mismo medio hace ahora dos décadas, cuando accedí con 25 años al cargo de concejal socialista en Pasaia tras la renuncia de un compañero. Aquella responsabilidad implicaba la consiguiente escolta, y en aquel artículo titulado 'Yo también me quedo' hablaba de la tragedia vasca y la resistencia democrática, y empleaba la imagen posindustrial de la chatarra y el óxido portuarios de mi pueblo como metáfora del fracaso eternamente prorrogado de nuestro modelo de convivencia.
Pero hoy podemos al fin exclamar, sin llamarnos a engaño, que enterramos lo viejo y nos deshacemos del óxido indeleble y la escoria de la violencia. Mientras observaba la destrucción del arsenal veía desaparecer con aquellas armas una forma de entender la vida como algo absolutamente instrumental y prescindible. Veía volatilizarse aquel proyecto criminal al servicio de una voracidad patriótica que, como Saturno, devoraría uno tras otro a sus hijos.
Después de haber enterrado a tantos amigos y compañeros, de haber compartido el desgarro y el dolor de tantas familias, la destrucción de las herramientas con las que se perpetraron los crímenes, una vez puestos a buen recaudo quienes las blandieron, constituía por sí mismo un ajuste de cuentas con una historia terrible que nunca debió ser.
Irónicamente, del fárrago de residuos resultante, de toda esa materia de detrito formada por trozos de metal de máquinas usadas para la muerte se forjará una escultura con que evocar los valores del compromiso, recordar las ausencias y dar testimonio de la resistencia cívica de los demócratas abriéndose paso definitivamente sobre el odio. Y del mismo modo que la tierra abonada con estiércol alumbra la belleza de las flores, de toda esa escoria achatarrada eclosionará, fundida de dolor y de memoria, la belleza plástica de una obra de arte que constituya un icono de libertad, de paz y de memoria frente a cualquier veleidad totalitarista.
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