Finalizada ya la primera semana de la cumbre de cambio climático de Naciones Unidas (COP 29) en Bakú, Azerbaiyán, me cuesta creer que hayan pasado 18 años desde la primera cumbre a la que acudí en Montreal, Canadá, en 2005. Y para entonces ya se ... habían celebrado una decena de encuentros de esta naturaleza. Todos estos años he tratado de seguir, entender y contribuir a este proceso de gobernanza mundial, poniendo especial atención a las barreras que han existido (y persisten) para avanzar de forma decidida en la lucha contra el cambio climático.
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Gracias a la ciencia, sabemos desde hace ya más de 30 años que el clima del planeta está cambiando como consecuencia principalmente de la acción humana en forma de quema de combustibles fósiles, deforestación, desprotección y sobreexplotación de los océanos y prácticas de ganadería y agricultura extensivas. Y de toda una cadena de impactos inducidos que estos conllevan. Sabemos también que este cambio afecta a todos los sistemas sociales, ambientales y económicos en todas partes del planeta. Se ha constatado que en los últimos años el clima ha cambiado mucho y a una velocidad sin precedentes en la historia de la Humanidad (y casi de la Tierra). Y que este proceso continúa acelerándose.
Los nefastos sucesos de la dana en Valencia, tanto la intensidad de las precipitaciones como los desbordamientos de caudales e inundaciones, son episodios que sabemos desde hace años que van a seguir ocurriendo con mayor frecuencia y con mayor intensidad. Lo sabíamos antes y lo sabemos ahora. Lo que no sabíamos -al menos yo no era consciente de ello- es que seguimos sin tomarnos suficientemente en serio la necesidad de estar bien preparados para este tipo de eventos meteorológicos extremos. La adaptación a un clima que ya ha cambiado -insisto, y que va a continuar cambiando- y sus consecuencias es probablemente unos de los mayores retos de planificación pública y privada a los que nos enfrentamos como sociedad. Mirar para otro lado, o retrasar las necesarias decisiones de planificación, es cortoplacista, irracional e irresponsable.
No quiero dejar de insistir en la otra vertiente en la lucha contra el cambio climático, la necesidad de reducir de forma drástica las emisiones de gases efecto invernadero en todo el planeta. En China, India y EE UU sí, pero en Euskadi, también. Porque recordemos que no importa dónde se emitan o se dejen de emitir los gases de efecto invernadero ya que la atmósfera es solo una. Y que podemos aprovechar las oportunidades que emanan de esta más que necesaria transición hacia un mundo descarbonizado. Y hacerlo asegurándonos de acompañar, y no dejar atrás, a aquellas personas y aquellos sectores que están resultando perdedoras y perdedores en este viaje. Aunque el resultado agregado va a ser positivo, no podemos obviar que, como en toda transición, habrá ganadores y perdedores, y eso es lo que la política pública puede y debe gestionar.
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El secretario general de la ONU, António Guterres, decía recientemente que la acción climática no es una opción, es algo imperativo. Y que las finanzas del clima -es decir, todos esos flujos financieros en modo de inversiones para la descarbonización, para las medidas de adaptación o para aumentar la resiliencia de los territorios, las personas y los ecosistemas, y en especial, para los más desfavorecidos- no son un gasto, no son caridad, sino una inversión. Y añado yo, son una inversión tan necesaria como rentable.
Retrasar la acción climática por la presión de algunos de los sectores más afectados económicamente, seguir apostando por los combustibles fósiles en movilidad y generación de energía, continuar construyendo infraestructuras viarias para el vehículo privado (sean subfluviales o nuevas autovías) que conllevan un indeseado efecto llamada son, a mi juicio, malas decisiones. No utilizar la reforma fiscal que se está discutiendo en Euskadi actualmente para avanzar hacia una 'fiscalidad verde' en la que el que contamine pague es una oportunidad perdida para hacer las cosas bien. Pero más importante aún, lo son en un momento en el que se está cerrando rápidamente la ventana de oportunidad para cumplir con el Acuerdo de París y el objetivo de que la temperatura media del planeta no aumente en más de 2ºC -me temo que vamos tarde para el objetivo de 1,5ºC-. Y no se trata de una quimera, sino de imperiosa necesidad para garantizar el bienestar y la salud de las generaciones futuras. ¡Hagámoslo!
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(*) Las opiniones expresadas aquí son propias del autor y no representan los puntos de vista ni del BC3 ni de Metroeconomica, S.L.
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