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Se estrecha el cerco. Donald Trump debe ser encausado como criminal en razón de actos de una gravedad excepcional. Tal es la conclusión que ofrece la comisión de investigación parlamentaria sobre el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Cerrada su última audiencia ... el 19 de diciembre, los investigadores constatan serios motivos de inculpación: obstrucción de un procedimiento oficial (la certificación de los resultados en el Congreso tras la victoria de Joe Biden), complot contra EE UU, conspiración destinada a producir falsas declaraciones (promoción de listas alternativas de grandes electores en Estados clave) e incitación a una insurrección. Una verdadera tentativa de golpe de Estado.
Los cargos carecen de precedentes en la historia de EE UU. Un monumental trabajo de dieciocho meses dispone de suficientes pruebas para dirigir sus recomendaciones al Departamento de Justicia. Corresponde ahora al procurador especial Jack Smith, nombrado el 18 de noviembre por el ministro de Justicia, Merrick Garland, retomar, o no, todas o parte de estas inculpaciones. Se enfrenta a la delicada tarea de instruir el expediente de un hombre que se ha declarado ya candidato para la próxima elección presidencial y que está decidido a denunciar, una vez más, una maniobra política. Reaparece la hybris del magnate de los negocios.
La hybris es un mal estudiado por David Owen, neuropsiquiatra y exsecretario del Foreing Office, como patología que afecta frecuentemente a los dirigentes políticos. Designa en el individuo una fortísima propensión a ciertas derivas del ego: orgullo desmesurado, sentimiento de omnipotencia ilimitado, autoritarismo pronunciado. Borrachera del poder, fuente de infinitas tragedias políticas, explica Owen ('En el poder y en la enfermedad', Siruela, 2015).
Para la comisión, las responsabilidades de Trump son indiscutibles una vez ensamblados los hechos y los testimonios de cuantos consejeros próximos han esquivado las amenazas del expresidente para impedirles declarar. Otros representantes republicanos se acogieron a la Quinta Enmienda la Constitución para no autoincriminarse. Su silencio no les evitará ser enjuiciados en el intento trumpista de golpe de Estado. Intoxicado por sus propias mentiras, Trump estaba dispuesto a quemarlo todo antes que perder.
Son los síntomas de esta enfermedad, tal como los cataloga el doctor Owen. Reconocemos en la hybris -arrogancia imperial- al sujeto que se ve lanzado por una serie de éxitos iniciales, amasados después de decisiones tomadas contra el parecer de sus consejeros. Bajo la apariencia de normalidad, el afectado desarrolla entonces esa sobreconfianza de naturaleza patológica que se traduce en un comportamiento peligroso: rechazo para escuchar a su entorno, incluso exhibición de desprecio hacia ellos; convicción de tener razón contra todos y predisposición a los más grandiosos proyectos. Por lo común, esto termina mal.
Mucho antes del escrutinio presidencial del 3 de noviembre de 2020, Trump había previsto refutar un resultado desfavorable, sin atender el parecer de sus asesores. Lanzó una campaña de mentiras sobre fraudes imaginarios, preparó las listas alternativas en los Estados decisivos, presionó a los responsables locales de la elección, exigió al vicepresidente Mike Pence la paralización de la certificación de resultados, apeló a la movilización de grupos extremistas armados para que 'marchasen' cerca del Congreso el día de autos.
En el último momento, renunció, obligado por los próximos, a presentarse en el Capitolio. Permaneció pasivo en la Casa Blanca contemplando por televisión la violencia y la inquina de unas turbas salvajes que solo la profesionalidad de policías, conserjes y administrativos y la lucidez de Mike Pence supieron desviar. El informe parlamentario subraya la amplitud de la premeditación del presidente en este ataque al Estado, abortado, pero no por falta de determinación de Trump en el empeño.
«Ningún hombre que se comporte de esta manera en semejante momento de la historia puede ocupar de nuevo cualquier puesto de autoridad en nuestra nación», asevera la republicana Liz Cheney (Wyoming), vicepresidenta de la comisión. «No es apto para función alguna». Cheney está pagando con su carrera política la denuncia de la hybris de Trump. La brutalidad de su mandato no es reconocida por el Grand Old Party que le mantiene al frente. El Partido Republicano parece incapaz de oponerse a un hombre que le ha arrastrado a lo más bajo de sus principios.
Empujado por su soberbia, Trump sigue inculcando entre las filas conservadoras los argumentos más reaccionarios del iliberalismo. Mientras la democracia estadounidense se debilita. Su mayor amenaza proviene de la deriva supremacista del autócrata Donald Trump y sus milicias. Lamentablemente, esta situación de insurrección y trivialización de las instituciones democráticas no es exclusiva de EE UU. Cuidado con la embriaguez de poder.
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