Después de una serie de anuncios confusos, el 29 de enero la Administración Trump publicó un comunicado confirmando la congelación temporal (durante 90 días) de ... toda la ayuda internacional estadounidense. El objetivo: auditar sus fondos «dólar por dólar» y priorizar exclusivamente aquellos gastos que repercutan «en el interés nacional». Esta forma de realismo político, que contrapone el interés nacional y la lógica de suma cero a la cooperación internacional y la defensa de los bienes públicos globales, va camino de ser abrazada por líderes de todo signo político. Keir Starmer, el primer ministro británico, anunciaba recientemente un recorte del 40% de la ayuda humanitaria argumentando que «la defensa y la seguridad de los británicos siempre debe ir primero». Otros gobiernos ya están tomando medidas similares y cabe preguntarse si esta manera simplista de encarar los desafíos globales ('o tanques de guerra o ayuda al desarrollo') nos conducirá a un mundo más seguro a largo plazo.
Para introducir perspectiva, en términos económicos, la Agencia Estadounidense de Ayuda para el Desarrollo Internacional apenas gestiona el 1% del Presupuesto federal. Pero en la práctica son algo más de 40.000 millones de dólares que convierten a la Usaid en la mayor agencia de cooperación internacional del mundo y a EE UU en el principal donante. Aunque la aportación a la Ayuda Oficial al Desarrollo es del 0,24% de su Renta Nacional Bruta (RNB), tres de cada diez dólares de Ayuda Oficial al Desarrollo son estadounidenses. En el caso de Reino Unido, su contribución en 2023 fue de unos 19.100 millones de dólares, el 0,58% de su RNB, que lo sitúan como el quinto mayor donante del mundo.
Se trata de cifras muy importantes en términos absolutos, pero con un peso relativo muy pequeño en los países más ricos. Conviene recordar que, hace medio siglo ya, en octubre de 1970, la Asamblea General de Naciones Unidas acordó destinar el 0,7% de la RNB a ayuda oficial al desarrollo (AOD). Este compromiso, que debería haberse alcanzado en 1975, nunca se ha llegado a materializar. En 2023, la media de los países donantes según el Comité para la Ayuda al Desarrollo de la OCDE estuvo en el 0,37% y solo cinco alcanzaron el 0,7% (Noruega, Luxemburgo, Suecia, Alemania y Dinamarca).
La falta de liderazgo, el cuestionamiento de la eficacia de la ayuda y la tensión entre su vocación humanitaria y la protección de los intereses nacionales siempre han estado presentes en los debates internacionales. Sin embargo, existía un consenso en relación con su importancia, ya fuera por motivos éticos o estratégicos. Ahora, en plena reconfiguración de la geopolítica mundial, ese consenso está roto y el futuro es incierto.
La única certeza, si cabe, es que congelar estos fondos, o recortarlos drásticamente, implica dejar en la estacada a cientos de miles de personas. En el caso de Usaid se han cancelado programas y proyectos de cooperación al desarrollo y ayuda humanitaria en 130 países. Una asistencia que, en muchos casos, iba destinada a comunidades rurales que viven en la pobreza, a personas refugiadas desplazadas por el hambre y la guerra, a niños y niñas que carecen del acceso a la salud y la educación, a la prevención de enfermedades infecciosas... El cese repentino y no planificado de toda esa actividad genera un sufrimiento humano inmenso que podría haberse evitado.
En el actual contexto de polarización política estos cuestionamientos, y los modos con los que se está procediendo, tratan de socavar el sistema de cooperación internacional que nació en la posguerra. Los valores de la igualdad, la solidaridad y la dignidad humana que le dieron fundamento están en entredicho. Por eso es más necesario que nunca que quienes creemos en estos valores, y especialmente desde la sociedad civil organizada, sigamos defendiendo este legado.
No se trata de evitar debates espinosos sobre la eficacia de la ayuda, sus condicionalidades o sus consecuencias no intencionales. Son debates necesarios y, de hecho, seguramente habrá ocasión para abordarlos en la próxima Conferencia Internacional de Financiación del Desarrollo que tendrá lugar en Sevilla, del 30 de junio al 3 de julio de este año.
Dicho esto, el compromiso con la cooperación internacional es irrenunciable. Porque, a corto plazo, las vidas de muchas personas, las más vulnerables, están en juego. Pero a medio y a largo plazo también lo está nuestra capacidad para hacer frente al cambio climático, los flujos migratorios o las pandemias que están por venir. A fin de cuentas, ningún país puede responder en solitario a estos desafíos globales.
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