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Si Angela Merkel no hubiese dedicado estos últimos dieciséis años a dirigir el país más poderoso de Europa, nuestra región hubiese sido hoy diferente (me ... temo que a peor). Se marcha con un impresionante 66% de aprobación a su gestión. Desde su estilo propio, esta científica reconvertida en política ha sabido dirigir los grandes desafíos de Alemania y de Europa desde 2005. Lo ha hecho rompiendo muchos paradigmas. Por ejemplo, demostrando que las mujeres pueden ser tan buenas o mejores líderes que los hombres. O que no todos los políticos son iguales, que aún quedan algunos con verdadera vocación de servicio público. Y, finalmente, evidenciando que sin carisma se puede liderar; porque liderar no es pavonearse, sino movilizar a otros para resolver desafíos.
No estoy diciendo que lo haya hecho todo bien, pero sí que ha sabido centrar sus esfuerzos en lo más importante: gestionar y buscar soluciones a los desafíos. Obviamente en dieciséis años ha habido una transformación de su estilo. Durante los primeros, su pensamiento científico, propio de una doctora en Química cuántica, le llevó a un estilo duro y de rigor técnico. El dato duro lo era todo. Su firme y rigurosa política de austeridad ante la crisis financiera de 2008 lo evidenció. No se doblegó ante sus socios, muchos de los cuales -Italia, Portugal, España o Grecia- se oponían férreamente.
Estamos ante una líder inteligente, que evoluciona. Solo los necios tienen razón eterna y no lo hacen. Aprende que tiene que escuchar, que en política el dato no lo es todo. De hecho, el contexto que encuentra más adelante lo requiere y se adapta, se convierte en una gran negociadora. Tres de sus cuatro gobiernos han sido fruto de grandes y complejas negociaciones con otros partidos. Esta evolución es más patente aún en el vuelco que da a su política energética tras la catástrofe de Fukushima (2011) y la fuerza que toma el movimiento ambientalista en Alemania. Merkel comienza a escuchar la opinión pública, va más allá del dato duro. Decide eliminar las diecisiete plantas nucleares de su país y apostar por las renovables, a pesar del incremento en costes energéticos que ello supone. Poco a poco entiende que un tecnócrata en el Gobierno tiene su espacio, pero la política real no es ciencia ni es tecnología; es una combinación entre ellas y las habilidades blandas. Variables como la escucha, la asertividad o la compasión se hacen un espacio en su agenda. Son valores que realmente ya estaban en el interior de la hija de un pastor protestante, una mujer que ha tenido que sobrevivir en un país comunista (RDA) con el que nunca comulgó.
Merkel ha vivido el sufrimiento humano. Y ese humanismo afloró especialmente en 2015, cuando Siria, Afganistán e Irak viven en situación de conflicto. La canciller decide adoptar una cuestionada política de puertas abiertas. «Si Alemania no es generosa, no estará cumpliendo su deber», proclama en el Parlamento (medio millón de inmigrantes solicitaron asilo). Aquel ejercicio fue elegida persona del año por la revista 'Time', pero al mismo tiempo en casa las cosas se complican. Sus socios (CSU) están a punto de romper la alianza y, además, su política da alas al populismo (AfD).
Su capacidad de análisis y escucha es impresionante. Todo lo procesa en su 'laboratorio' mental. Su aguante físico y psicológico le permiten ser una gran negociadora. Dura con los problemas y blanda con las personas. Predecible, aburrida y con cuestionable capacidad para los grandes discursos. Pero eficiente en el resultado. Así es Angela Merkel, una líder que rompe con el mito del líder carismático para abrazar el del líder humilde al servicio de su pueblo.
La reciente crisis de la Covid-19 la ha vuelto aún más humana, probablemente por su inminente salida de la escena pública y la necesidad de dejar un legado antes de ello. Lejos de su estilo frío inicial, hoy en día verbaliza abiertamente sus sentimientos. Aparece en su figura la madre que cualquiera de nosotros buscamos cuando estamos realmente necesitados. La vulnerabilidad combinada con el poder no es una debilidad para el ejercicio del liderazgo, es una fortaleza. Frases mucho más empáticas salen hoy en sus discursos. Un buen ejemplo es aquella que pronunció en el Bundestag en diciembre del pasado año: «Esta podría ser la última Navidad con tus abuelos».
Somos afortunados por haber contado con una líder como Angela Merkel, imperfecta pero que ha ido aprendiendo. Consciente de sus orígenes y del verdadero mandato que le ha dado el pueblo. Rompiendo por el camino el paradigma del liderazgo. Olvídese de esas grandes puestas en escena. Apueste por esa persona inteligente, humilde, valórica y trabajadora. No se equivocará jamás. Eterno agradecimiento, Angela.
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