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Alemania inaugura una nueva etapa con la quinta gran coalición (GroKo) entre democristianos (CDU/CSU) y socialdemócratas (SPD) en la cancillería federal, que cuenta con ... el apoyo más débil de la historia en el Bundestag (Cámara baja), un 52%. Un margen justo para gobernar, pero insuficiente para acometer grandes reformas en la Ley Fundamental (Constitución alemana), para las que no suma dos tercios ni con Los Verdes, los únicos civilizados de la oposición. Enfrente tiene asegurada una minoría de bloqueo que supera un tercio de los escaños del Bundestag, formada por los más extremistas en la derecha y la izquierda, la Alternativa para Alemania (AfD) y La Izquierda (Die Linke), dispuestos a hundir al último gran bastión europeo de la democracia parlamentaria construida desde amplios consensos centrípetos.
Suena un poco a última gran oportunidad para neutralizar y erradicar ese mal de la democracia que es la amenaza populista de nostalgias totalitarias que recorre el mundo occidental. Y no es para menos, porque si esta gran coalición sale mal, Alemania corre el riesgo de volver en 2029 a 1933. El dato para el optimismo es el audaz (y también oportunista) giro del virtual nuevo canciller, Friedrich Merz (CDU), que con la bendición del Tribunal Constitucional Federal y los votos del SPD y Los Verdes ha conseguido 'in extremis' que antes de la constitución, hoy, del nuevo Bundestag elegido en febrero la composición del anterior haya permitido acabar con el dogma incuestionable del freno a la deuda que impuso en 2009 Angela Merkel, en su primera GroKo, precisamente de la mano de un ministro de Finanzas del SPD, Peer Steinbrück.
Allí comenzó un austericidio disfuncional que pasó factura a la economía, las infraestructuras, los servicios y la tecnología de la primera potencia europea. El final de los límites constitucionales al gasto público termina dotando a Alemania de un auténtico arsenal financiero para acometer reformas urgentes en sus infraestructuras y servicios, rearmar a su ejército y volver a liderar Europa.
El nuevo Ejecutivo presidido por Merz necesita reinventar Alemania y reinventarse en Europa. En primer lugar, por la triple crisis que ha supuesto para el gigante germano perder en apenas tres años a su principal cliente (China), su principal proveedor de energía barata (Rusia) y su principal protector (Estados Unidos). Los gobiernos federales entre la Unión y el SPD han servido históricamente para poner fin a periodos de recesión. Esta vez el primer objetivo es sanar al 'enfermo de Europa' haciendo que todo vuelva a funcionar con eficacia y eficiencia, y la mayoría de los alemanes recuperen la confianza en su clase política, su mercado laboral, su industria y sus instituciones.
El segundo objetivo es desactivar el discurso extremista sobre la inmigración con rigurosas medidas de control fronterizo, de peticiones de asilo y de asentamiento de migrantes en el país. Y el tercero, el rearme de la Bundeswehr, el ejército alemán. No solo se trata de un nuevo keynesianismo aplicado a la defensa; se trata de concienciar a la Unión Europea de la amenaza de Putin y del abandono de Trump. De que se deje de perder tiempo y dinero en legislar todos los aspectos de nuestras vidas, no perder el tiempo en bobadas como los tapones de las botellas de plástico y aprender la lección que no interiorizamos con la guerra en Yugoslavia.
Evidentemente, si Donald Trump no está dispuesto a que la OTAN proteja a Europa de las tentaciones de Putin en Moldavia o Estonia, a lo mejor alguien como Merz, en nombre de la UE, podría sugerir a la Casa Blanca que vaya recogiendo sus bases y negociados en el continente. El debate entre atlantismo y europeísmo ya estuvo presente entre Konrad Adenauer y Charles de Gaulle a principio de los años 60. Triunfó el enfoque filoatlántico y filoestadounidense de los alemanes, porque existía la URSS y Alemania estaba dividida en dos Estados. Hoy con Merz y Macron podría imponerse el enfoque europeísta.
La otra gran asignatura pendiente del nuevo Ejecutivo germano es el Este del país, el bastión de los más radicales de la oposición. A priori no parece que los democristianos se lo tomen muy en serio cuando en su programa electoral en febrero (81 páginas) solo hacían una pequeña mención retrospectiva a su liderazgo en la reunificación en tono autocomplaciente. Y desde luego la gran amenaza de los nostálgicos del Muro de Berlín solo se puede exorcizar con políticas, reformas, mejoras en salarios y pensiones y en inversiones que devuelvan la autoestima y la identidad a una parte del país que ha sucumbido en bloque al discurso de miedos, manipulaciones y mentiras de dos partidos extremistas, auténticas sucursales de Trump y Putin en la extinta RDA.
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