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Cuando la ofensiva israelí llega a Rafah, donde se refugian más de un millón de palestinos sin salida a ninguna parte, Joe Biden afirma que ... es desmesurado el ataque pero el mundo occidental sigue en 'stand by' viendo todo ello como si fuera une película de terror, que se extiende por todo Oriente Próximo.
Israel tiene derecho a existir y a defenderse, pero no a la aniquilación de todo un pueblo. Y entre las grandes contradicciones, la más llamativa, su última acometida, cerrar toda ayuda y masacrar a todos y cada uno de los habitantes de Gaza con el supuesto motivo de que una docena de los 30.000 cooperantes de la ONU estaban involucrados en los ataques de Hamás del 7 de octubre.
La resolución de la ONU llevó en 1947 a la creación del Estado de Israel y lo ocurrido ahora se asemeja al refrán 'cría cuervos y te sacarán los ojos'. Ingratitud carroñera del cuervo representado en el género humano. Hay odio y rabia cotidianos desde hace mucho tiempo y es la ley de la fuerza la que impone y masacra al enemigo.
El escritor David Grossman, nacido en Jerusalén, dice que «el pasado de Israel está demasiado presente y la memoria puede convertirse en una cárcel». Grossman es muy crítico con su Gobierno. En todas sus obras quiere mirar en el corazón de los israelíes, ver más allá de la armadura tras la que se protegen, porque no quieren entrar en la cabeza del otro. «Cuando escribo, aunque el protagonista sea un palestino, un nazi o un judío, quiero meterme en su cabeza y que él se meta en la mía», explica.
La prioridad de Grossman es entender al otro. «Cuando aprendí árabe entendí hasta construcciones de mi propia lengua, el hebreo. Son dos idiomas de la misma familia», explica el autor, que en numerosas publicaciones intenta adoptar el punto de vista de los palestinos para ver «nuestra degradación como pueblo y nuestra ceguera».
«Desafortunadamente, el árabe es el idioma menos estudiado en Israel», lamenta. «Si los israelíes hablasen árabe como nosotros el hebreo, las cosas serían diferentes». «Es la historia de una relación contra lo que somos, pero los israelíes están programados para la guerra», afirma Grossman.
El embate liquidador impuesto por Israel y el 'laissez faire' de Occidente nos retrotraen a tiempos pasados de colonización e impunidad donde, ante la ambición y poder del insaciable monstruo en su acción de matarife, el mundo occidental actúa como el silencio de los corderos, siendo siervo de grandes intereses que no optan por resolver el problema sino que asumen que quien manda, manda, y toca obedecer para que no decaiga nuestro 'cómodo bienestar'.
Y en esas estamos, como meros observadores en nuestra cómoda realidad, viendo imágenes dantescas cual si fueran de una película de ficción. Es la quiebra del sistema pseudodemocrático, donde la fuerza y el dominio son las únicas razones que imperan en el mundo y exigen alineación constante a sus veleidades. La continua reclamación del alto el fuego, siempre condicionado a las exigencias de Israel y el apoyo absoluto de Estados Unidos, es una demanda en vano.
La causa y situación de Palestina recuerdan a lo que vivió Armenia en la primera mitad del siglo XX, cuando la mitad de su población fue diezmada. Alrededor de millón y medio de personas fueron exterminadas, todos los historiadores hablan hoy de genocidio.
La posición de Occidente raya en la ignominia. Al menos la postura del Gobierno de España se salva nítidamente de la vinculación de los poderes colonizadores que niegan que exista genocidio. La víctima histórica Israel se convierte en victimario. Ya en 2001 afirmaba Netanyahu: «Lo principal es ante todo golpearlos duro, no una sino muchas veces, tan dolorosamente que el precio que paguen sea insoportable, un ataque a gran escala a la Autoridad Palestina, el mundo no dirá nada; dirá que nos estamos defendiendo. EE UU es fácil de dirigir y mover en la dirección correcta. El 80% de los norteamericanos nos apoya».
Occidente, con sus argumentos sobre intereses económico-comerciales, impide ir más allá de leves protestas. Gaza, asediada y ocupada por Israel, es reducida a escombros y los gobiernos desvían la atención y callan mientras Oriente Próximo está en llamas. Hay un filme llamado 'Los tres días del Cóndor', protagonizado por Robert Redford como modesto funcionario de la CIA que no encuentra explicación a las muertes de sus compañeros. Un alto funcionario le aclara: «Nos pagan para jugar y derrocar regímenes y solo es cuestión de economía».
En 2006, al tiempo que David Grossman pedía un alto el fuego en la guerra entre Líbano e Israel, su hijo Uri, soldado del Ejército hebreo de veinte años, fue asesinado; por eso sabe muy bien lo que es sufrir por sí mismo y por los demás, y afirma: «No hay justificación para añadir más sufrimiento y derramamiento de sangres en ambos bandos. Pero ante tantas masacres y muertes, ¿qué más puede pasar?».
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