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Es lo que le dijo Concha Velasco a su madre, y años más tarde ese título se convirtió en una de sus obras míticas. «Esa niña en las nubes era yo, y pensaba con toda la razón que hay dos clases de gente nada más, ... los artistas y todos los demás». Afortunadamente Concha Velasco pudo saborear las mieles del triunfo.
Pero no todas las mieles son iguales, las hay más amargas. El día 4 leímos en EL CORREO un amplio reportaje de la cara opuesta del triunfo, el malvivir de los intérpretes. El 77% de los actores y actrices en España no supera los 12.000 € brutos al año, y la mitad no llega a los 3.000 €.
De hecho, estamos acostumbrados a ver los éxitos artísticos y es lo que sale a la luz, en la cara oculta apenas se repara. Pero los datos son sobrecogedores y extensibles a otros gremios artísticos: escritores, músicos, pintores, escultores... Muchos de ellos, dejados de la mano de Dios. De cada cuatro artistas que intentan ser profesionales solo uno lo logra. Incluso artistas de renombre apuntan que no llegan al sueldo mínimo mensual.
Hay motivos para enderezar y mejorar este rumbo, algo que es responsabilidad de todos, pero creo que corresponde a los políticos salvaguardar también sus precarios modos de vida. Citaba Ane Gabarain, reciente ganadora de un Goya: «Llevamos décadas así… Imagina en estos cuarenta años la de compañeros y compañeras talentosos que han abandonado».
Vivimos recientemente las elecciones al Parlamento vasco y, como en tantas otras ocasiones, los candidatos en sus discursos hablaron de cuestiones sociales, sanidad, vivienda, educación, soberanía, vigilancia policial, inseguridad, el alto coste de la vida, cooperación, industria y muchas otras cuestiones. Y para nada se mencionó la cultura y, por supuesto, nada sobre la precariedad del gremio cultural.
Se nombraba el bienestar y la estabilidad en el sentido macroeconómico, pero las palabras y proclamas de los políticos resultan demasiado abstractas para el común de los mortales que viven en lo micro, lidiando lo mejor posible con sus problemas. Hablo de los autónomos, porque los que trabajan en áreas culturales de funcionarios tienen su salario fijo mensual; los demás, que trabajan por cuenta propia, están a verlas venir, con evidente impotencia. La profesión del artista en el alambre y su estatuto siguen dando pánico, me decía un amigo exprogramador de eventos culturales.
Por tanto, el bienestar que predican no lo es para todos. Tenemos grandes creadores, pero ¿saben en qué condiciones viven los músicos, actores, pintores, escultores…? Y voy más allá, ¿le importan a alguien sus modos de vida?
La forma de vida y trabajo de los autónomos en muchos ámbitos es preocupante, pero la precariedad laboral en el gremio artístico aún lo es más y no ha estado ni estará en los discursos de los políticos. Y tan solo quiero constatar las inquietudes de muchos de ellos.
Macroeconomía y macrocultura. A los ciudadanos nos presentan actos culturales de alto perfil y renombre, grandes eventos de la industria cultural; pero la política cultural no solo consiste en erigir edificios, organizar exposiciones pomposas, ofrecer foros para expertos o atraer a artistas de alto nivel, sino también en cuidar a los creadores propios como bienes necesarios y patrimoniales del pueblo. Su apoyo debe considerarse como inversión y no como gasto y creo que la financiación pública de la macrocultura se debería redirigir mejor a la microcultura.
Aún hay ciudadanos que consideran que trabajar en el mundo artístico no tiene valor, y en esa opinión de 'trabajo pasatiempo' todavía existe la percepción de 'este no tiene ni oficio ni beneficio'. Lo que llamaríamos 'economía sin vida'. La precariedad de las condiciones laborales es la precariedad global de la vida y de la dignidad humana.
Es evidente que manda el mercado y que, en esa relación mercantil-comercial, todo se mide en función del éxito y de la atracción del público. Y al igual que en las profesiones deportivas, los hay que juegan en primera, en categorías superiores o en inferiores. Pero apunto palabras de un creador: «La necesidad de ganarme el pan me aleja del trabajo cultural, pero sigo prestando mucha atención a nuestra cultura». Y un conocido actor afirma: «En el estreno de una nueva obra, todos mis amigos y vecinos vienen a pedirme invitaciones. ¿Entendéis que si van a un restaurante no podrán comer sin pagar?».
Y si la definición de cultura es cultivar la tierra y su gente, hay motivos para mejorar y enderezar el rumbo, una labor que es responsabilidad de todos, hacer revivir su esencia básica y que el bienestar se redistribuya más equitativamente. Pero corresponde a los políticos despertar la responsabilidad social hacia los gremios de la cultura y garantizar sus condiciones de vida.
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